El hedor de las cloacas

El hedor de las cloacas

LEO BEATO
– ¿Qué fue lo que más te impactó durante tu reciente visita a Dominicana?

La pregunta me la hace Leonardo, uno de los amigos que me acompañó a recorrer la Zona Colonial  y a rumiar viejas memorias de la infancia. Nos habíamos infiltrado desapercibidos como turistas distraídos en un solemne acto en medio del patio municipal frente a la Catedral Primada de América. Vimos desfilar a compañeros que no habíamos vuelto a ver desde los años trujillistas. Las féminas, encaramadas en tacos altos y encerradas en vestidos solemnes como si asistieran a un funeral de rigor. Los varones con caras mustias, de saco y corbata, arrastrando arrugas interminables como cirineos de Viernes Santo haciendo penitencia por los años que han pasado tan raudos. Ellos no me conocieron o se hicieron que no me conocieron pero yo los reconocía toditos. Los carajitos de antes ahora metidos a políticos. Sobre sus testas augustas habían caído varias veces todas las nieves del Kilimanjaro. Cuando el encuentro con la realidad es tan brusco se paralizan nuestros labios.

Al final del acto cruzamos perpendicularmente el parque del Almirante, siempre con una paloma en el índice de su mano izquierda y, como soldados franceses derrotados después de Waterloo tapándose las narices, penetramos en la sucursal del Hard Rock en la calle de Las Damas. No nos atrevimos a miramos ni, mucho menos, a saludarnos porque entre turistas improvisados debe siempre de reinar la indiferencia. Y por supuesto a nadie se le ocurrió tomarse un refresco rojo a pesar de que todos nos moríamos de la sed.  El tufo que circulaba lo impidió. Un tufo al cuadrado porque estábamos en época de elecciones cuando las gaviotas vomitan en medio del mar. 

– ¿Qué fue lo que más te impactó esta vez durante  la visita a tu vieja ciudad?- insistió Leonardo consciente del valor histórico colonial donde ambos  habíamos crecido.

– Ese horrible hedor de las cloacas.

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