El hermitage el museo más majestuoso del mundo

El hermitage el museo más majestuoso del mundo

A orillas del río Neva. Se encuentra el espectacular complejo palaciego que alberga el museo más grande del mundo. El Hermitage de San Petersburgo fue creado a partir de una colección real, la de los zares de Rusia

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Visitantes miran una obra de arte titulada “Sacrificio de Iphigenia”.

El Hermitage contiene más de tres millones de piezas, de las que se exhiben menos de un 10% en casi 400 salas. Pocos son los museos de bellas artes del mundo cuyas colecciones pueden competir en valor y diversidad como este espacio peterburgués.

Construido en una escala monumental, el Palacio de Invierno debía reflejar la grandeza y el poder de la Rusia Imperial. Iniciada su construcción por la emperatriz Isabel, el diseño fue obra del arquitecto barroco, de origen italiano, Francesco Rastrelli, quien lo construyó “para la gloria de Rusia” por lo que se convirtió en símbolo del poder del país, uno de los más importantes del siglo XVIII.

Cuando Catalina II, la Grande, llega al poder tras un golpe de Estado en 1762 contra su propio marido, el zar Pedro III, establece su residencia en el Palacio de Invierno y dos años después compra en Berlín el primer lote de pinturas para decorar su palacio, germen de la futura colección. Se trataba de 225 óleos de maestros flamencos y holandeses. Cuando Catalina murió en 1796, solo en pinturas sumaban ya 3.996 obras.

Hoy en día, el Hermitage reúne más de tres millones de obras de arte, entre pinturas, esculturas, obras gráficas, arqueología, joyas, monedas, medallas, tapices, mobiliario, jarrones y todo tipo de objetos decorativos. Solo su pinacoteca está considerada una de las más completas del mundo.

Catalina II de Rusia, una emperatriz ilustrada. Catalina II de Rusia era hija de un príncipe alemán y gozaba de una excelente educación y de un gusto por las artes. Mujer ilustrada y de fuerte carácter, siempre quiso transmitir una imagen de gobernante culta e ilustrada al frente de un país poderoso.

Fue ella quien mandó construir al lado del Palacio de Invierno un pequeño palacio de uso privado para descansar de la vida oficial, conocido como el Pequeño Hermitage, (1765-1769), un lugar recogido y acogedor, de ahí el nombre “Hermitage” -del francés “ermita”-, que contaba hasta con jardines colgantes y albergó sus colecciones de pintura y escultura, al que solo podían acceder los más íntimos.

Pero pronto se llenó de obras, por lo que la soberana ordenó construir otro edificio, conocido después por el Viejo Hermitage, además de un Teatro, ambos terminados en 1787. En el Viejo Hermitage se encuentran los grandes maestros del Renacimiento italiano, Giorgione, Fray Angélico, Boticelli, “La madona Benois” y “La madona Litta” de Leonardo da Vinci; el San Sebastián de Tiziano, o la escultura “El niño en cuclillas” de Miguel Ángel, entre otras muchas.

No fue hasta mediados del siglo XIX cuando Nicolás I, nieto de Catalina II, construyó un edificio específicamente para albergar obras de arte: el Nuevo Hermitage, donde se encuentra la entrada principal con el majestuoso pórtico flanqueado por enormes atlantes.

Un museo que no dejó de crecer. En la segunda mitad del XVIII la emperatriz Catalina invirtió gran parte de su tiempo a incrementar la colección de lo que conocemos hoy en día como Museo del Hermitage. La colección fue enriqueciéndose con pinturas y esculturas de maestros renacentistas, así como antigüedades que fueron traídas desde Roma a petición de la emperatriz.

La monarquía Rusa era la única capaz de pagar unas cifras que no se podían permitir otros gobiernos, incluso los propios de donde eran originarias las obras.

Pero el Palacio que vemos actualmente ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. En 1837 sufrió un gran incendio que obligó a tirar tres corredores por lo que Nicolás I ordenó reconstruirlo por completo, recreando la lujosa decoración original, añadiendo además modelos más rococó.

Respecto a su contenido, cuando en 1948 se desmanteló el Museo de Arte Occidental de Moscú, su colección de impresionistas y postimpresionistas pasaron al Hermitage, así llegaron obras como “La habitación roja” y “La danza” de Matisse o las “Tres mujeres” de Picasso.

Un alarde de opulencia, solemnidad y extravagancia. Rodeada de opulentos y majestuosos salones decorados de malaquita, ágata y lapislázuli, se encuentran la colecciones de pintura italiana, flamenca y española, esta última una de las mejores colecciones fuera de España.

Una de las estancias más bellas es la sala de Malaquita, preciado mineral del que se usaron más de dos toneladas procedentes de los Urales para columnas, pilastras o chimeneas, combinadas con mármol blanco en paredes, rematado por los extravagantes dorados que bordean todo.

La Sección de Pintura Occidental la forman las colecciones de pintura italiana del siglo XIII al XIX, con obras de Rafael, Tiziano, Leonardo Da Vinci, Caravaggio; la colección de pintura española -la más importantes fuera de España-, con obras de El Greco, Zurbarán, Murillo, Ribera o Maíno; la colección de pintura flamenca, con más de 500 obras, con una de las colecciones más grandes de Rembrandt; y la colección de pintura francesa, con la segunda colección más importante después del Louvre, con unos fondos de valor incalculable que abarcan obras impresionistas y expresionistas principalmente. Además el museo posee la colección de Numismática más importante del mundo.

Un museo global y la cara más europea de Rusia. “El Hermitage es eterno. Es reflejo de un gran imperio, pero también es un museo global. Será siempre la cara más europea de Rusia y uno de los más grandes hitos culturales de la historia de Europa”. Así lo condensó su director, Mijaíl Piotrovski, cuando la institución cumplía 250 años de vida.

“Ha habido muchos momentos críticos, ya que el Hermitage vivió varias revoluciones y las invasiones de Napoleón y Hitler, y fue evacuado en tres ocasiones. Pero lo resistió todo, incluso cuando los bolcheviques regalaron cuadros a otros museos. Va en su genética, siempre resurge como el ave fénix”, destacó Piotrovski.

En el marco de su estrategia de expansión, la pinacoteca rusa ha ido abriendo a modo de pequeñas “sucursales” en otras capitales europeas como Amsterdam o Londres, y en las ciudades rusas de Kazán y Viborg.

Durante los largos meses de pandemia por la covid-19, el Hermitage perdió el 80 % de sus visitantes, al igual que otros museos, pero consiguieron unos 70 millones de espectadores gracias a su versión virtual, un museo, que como alienta su director, “seguirá usando todas sus capacidades para ser una especie de medicamento para el alma”.

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