El hiyab es el pañuelo que cubre el cabello femenino en una de sus muchas variantes del Islam, y es el que lleva Najwa-Malha y por el que fue expulsada del Colegio Camilo José Cela de Madrid, España. Es un acto de intolerancia repudiable, de intemperancia social, de claro corte fascista y de un resentimiento insepulto de muchos españoles alusivos al Islam que dominó la vida ibérica por ocho siglos.

De clásico jaez racista. Es un resquemor latente, como resulta ser para muchos españoles el franquismo, oponiéndose a que el juez Baltasar Garzón conduzca al banquillo post-morten al generalísimo Francisco Franco Bahamonde y el soha que dirigió contra sus paisanos en la guerra civil (1936-39) y que costó un millón de muertos. Los condiscípulos de Najwa debieron asumir una actitud solidaria con su compañera de aulas y abandonar la docencia hasta que la dirección del colegio aboliera tan odiosa prohibición sectaria por demás, porque no es el lineamiento del Ministerio de Educación de España, que tampoco se pronunció contra la arbitraria medida.

La libertad de cultos debió constituir el primer elemento a esgrimir por el ministro de Educación español y anular una disposición injusta y que Najwa, de 16 años, se viese obligada indebidamente cambiar la matrícula al Colegio Gerardo Diego, a medio año de docencia. Aunque quizás ya sea tarde para que Najwa regrese al Camilo José Cela, su caso debiera marcar un precedente para que no ocurra nunca más ni en España ni en ningún otro país, exigir a un docente privarse de su atuendo religioso como tocado, fuese hiyab musulmán, kipa hebreo, turbante hindú o tuareg. El hiyab de Najwa debiera marcar pauta, una frontera entre la tolerancia y el respeto contra el abuso y el sectarismo cesarista y alineante.