“Cuando las mujeres poseen el demonio de la igualdad para ser ingenieros, médicos, fabricantes de muebles o de jabón, quedan imposibilitadas para el hogar y para el amor”…. Data de 1927 esta doxa, la cual es registrada en la obra máxima de la periodista-feminista Carmen de Burgos (“La mujer moderna y sus derechos”).
Se trata de una de las tantas críticas que abundaban -y también pueden ser recopiladas en medios de la época- con la intención de sugerir que “aquellas atrevidas” que buscaban cursar una carrera universitaria y desarrollar una empresa, descuidando “la casa”, acabarían distorsionando la esencia de los hogares, donde debían permanecer siempre, como sus ángeles.
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Es también desgarrador lo escrito por Livia Veloz al respecto en “Historia del feminismo en la República Dominicana”: “Algunos se expresaban con más descaro, y a veces con insultos gratuitos y groseros. La mujer, decían, para su hogar; para ser madre, para criar a sus hijos y obedecer a su marido”.
Sin embargo, lejos de detener sus agencias y silenciar vindicaciones ante un sinnúmero de opiniones, nuestras pioneras, precisamente desde sus hogares y las empresas que erigían contra viento y marea, demostraron que no buscaban desatenderlos, sino perfeccionarlos. Así lo señala la socióloga puertorriqueña, directora de la revista “La mujer del siglo XX”, Mercedes Solá y Rodríguez, quien afirmaba: “En el nuevo hogar reivindicado, la mujer tendrá igual autoridad”, refiriendo el fin de las opresiones del paterfamilias y el tiempo de corresponsabilidades compartidas.
¿Qué significaba un hogar reivindicado y perfeccionado? Según los escritos de nuestras pioneras dominicanas, se trata de una transformación profunda y significativa de este espacio, donde la mujer no solo tiene igual responsabilidad y autoridad, sino que también desempeña un papel fundamental en la creación de un entorno justo y equitativo para la sociedad; se trataba pues de la primera demostración de ciudadanía.
Ellas tomaban la expresión de la mexicana Elena de Arismendi, quien en 1923 alertaba sobre el confinamiento que buscaban sentenciar los temerosos ante la inevitable y palpable participación en la sociedad de las mujeres: “Los trabajos en el bien del hogar, de la patria y de la humanidad tienen por base las enseñanzas científicas y prácticas que se dan hoy en día a las mujeres, y que les sirven para el mejor desempeño de su papel como hijas, esposas, madres y ciudadanas”.
La ama de casa y propulsora de la ciudadanía de las dominicanas, Consuelo Montalvo de Frías, en reiteradas ocasiones señalaba que su lucha estaba íntimamente ligada a la ética social y al perfeccionamiento del hogar dominicano. Siempre mencionaba que escribía desde su casa familiar, especialmente en 1926, cuando inicia las pioneras encuestas de “perfeccionamiento del hogar”. Entonces, expresa: “La cultura de la mujer es la base sobre la que se edifica un hogar fuerte y digno. El feminismo no busca romper el hogar, sino transformarlo. Es este espacio el epicentro de los cambios que buscamos”.
En 1932, con una pluma cargada de determinación y esperanza, Consuelo Montalvo de Frías escribe una carta a la Junta de Profilaxis de San Pedro de Macorís, demandando dos medidas transformadoras: disminuir el costo del matrimonio para que las mujeres de escasos recursos pudieran formalizar sus uniones y, de esta manera, reducir la proliferación de “hijos e hijas naturales”.
Con esta petición, Montalvo de Frías no solo buscaba el perfeccionamiento del hogar, sino la dignidad y justicia social para todas las mujeres dominicanas. Su lucha es un recordatorio potente de que el feminismo de nuestras pioneras, lejos de desestabilizar el hogar, lo eleva a un espacio donde la equidad y el respeto son la norma. La cultura de la mujer no sólo edifica hogares, sino sociedades más justas y humanas.