El holocausto que todo el mundo olvida

El holocausto que todo el mundo olvida

Hace unos años visité Turquía. Lo primero que le recomiendan al visitante es que no debe emitir juicio que marchite la imagen o legado de Mustafá Kemal Ataturk, el líder que creó el estado moderno turco. También le advierten que no deberían mencionar o recordar el genocidio que el desaparecido Imperio Otomano ordenó contra la población armenia-otomana que residía en Turquía desde el siglo XIII hasta la derogación del Imperio que dio paso a la nueva República de Turquía en 1923.

El pasado 24 de abril de este año se cumplió el primer centenario de unos de los actos de barbarie más grandes que conoce la historia universal: el genocidio de los armenios otomanos. Se expulsó y masacró más de un millón y medio de seres humanos. Muchas estudiosos consideran este acto de barbarie como el primer holocausto del siglo XX, para diferenciarlo del segundo, aquel perpetrado por Hitler en la Segunda Guerra Mundial, donde gaseó más de seis millones de judíos en Europa.

El genocidio ordenado por Hitler eliminó cerca de una tercera parte del pueblo hebreo, mientras que el ejecutado por el Imperio Otomano eliminó casi tres cuartas partes de la población armenia otomana, calculada en ese entonces en dos millones. Como el Imperio Otomano era aliado de Alemania, el denominador común en ambos genocidios son los alemanes.

Por primera vez desde ese holocausto, un Papa tiene el coraje de denunciar esa barbarie, dice Jorge Mario Bergoglio: “Ahí donde no persiste la memoria, significa que el mal mantiene aún la herida abierta”. Dijo más: “ese fue el primer genocidio del siglo XX”. Horas después de esa valiente declaración, el Embajador de Turquía en el Vaticano fue llamado por Ankara.

Los turcos reclaman que sólo 500,000 armenios murieron, y agregan qué murieron de hambre y enfermedad en ruta al desierto de Siria, donde fueron deportados. Según algunos historiadores turcos, los armenios otomanos fueron deportados de Turquía, pues ellos, los armenios revolucionarios, habían apoyado o tomado partido con los rusos en contra del Imperio durante el conflicto de la Primera Guerra Mundial.

Gran parte de los historiadores y académicos mundiales reclaman que ese acto sea reconocido como un genocidio. El gobierno de Turquía ha montado una contra campaña para evitar que así se clasifique. Ellos alegan que “nuestros padres fundadores – Mustafá Kemal Ataturk entre ellos – no pueden ser etiquetados igual que Hitler”.

De hecho, hacer comentarios sobre el genocidio y su líder independentista en ese país podría conllevar grandes sanciones y hasta la pérdida de la vida. Por ejemplo, en el 2007, el editor de un periódico turco de extracción arménica, el periodista Hrant Dink, fue asesinado de un tiro en la cabeza por un adolescente nacionalista, después de haber publicado y revelado que la hija adoptiva de Ataturk, Sabiha Gokcen- primera aviadora de combate del mundo – era de origen armenio y había estado en un orfanato en Turquía. Esa simple mención le costó la vida. Siempre se ha especulado que el asesinato fue perpetrado por las autoridades de seguridad del actual estado turco. Ese acto de crueldad ha despertado la conciencia de la juventud de ese país. Cien mil personas que nunca habían oído hablar del señor Dink, salieron a las calles para acompañar los actos fúnebres del malogrado periodista.

En realidad, la era del encubrimiento está llegando a su fin. Después de 100 años, el Estado turco ha empezado ha devolver las propiedades confiscadas a los ortodoxos cristianos armenios-turcos. Esa acción podría dar paso ha que se devuelvan las propiedades confiscadas a los descendientes de las víctimas del holocausto.

Hay un gesto que no ha pasado desapercibido. El año pasado, Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, reconoció qué los armenios durante el Imperio Otomano habían sufridos mucho, y por eso, presentó condolencias al pueblo armenio.

No hay la menor duda, que el reconocimiento turco al sufrimiento perpetrado es un paso de avance, pero se necesita algo más, por ejemplo, un reconocimiento público oficial del Estado turco a la barbarie cometida, y al mismo tiempo, como desagravio, devolverles los bienes embargados o robados a sus ciudadanos. Seria no sólo un acto de justicia, sino también una reparación moral. Cien años de silencio a la barbarie cometida, es mucho tiempo.

 

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