El hombre del pueblo de Haití perdió rumbo

El hombre del pueblo de Haití perdió rumbo

NUEVA YORK.- Conforme la rebelión armada se extendía de una población a otra en Haití la semana pasada, era difícil no recordar imágenes del pasado violento de ese país. Los derrocamientos sangrientos eran la norma en Haití: Ha habido 30 golpes de estado en su historia de 200 años.

El país virtualmente carece de instituciones. Incluso cuando existen en nombre, la gente no puede recurrir a ellas en busca de ayuda para resolver los problemas. No tener sistema se ha convertido en el sistema.

Los haitianos se han amoldado a una existencia extemporánea. Para obtener una línea de teléfono, se tiene que conocer a alguien. Supuestos electricistas trepan a los postes y roban para su vecindario cualquier corriente eléctrica que resulte haber, cobrando el servicio. La recolección de basura es caprichosa en el mejor de los casos. El Ministerio de Justicia es actúa de manera letárgica y misteriosa. Los tribunales funcionan esporádicamente, en ocasiones a capricho de un juez.

En general, el trabajo se realiza sobre una base ad-hoc, dependiendo de las conexiones. Mecanógrafos frente a máquinas de escribir aún se sientan bajo árboles cerca de las aduanas en el aeropuerto; escriben cartas para los analfabetas y llenan documentos, pero esos documentos rara vez pueden ser recuperados posteriormente. Es una pretendida burocracia plagada por la corrupción.

El Presidente Jean-Bertrand Aristide, un ex sacerdote, subió por las filas de una institución, la Iglesia Católica Romana, que sobrevivió en Haití porque es financiada desde el extranjero, desde «lot bo dlo», o del otro lado del agua. Sin embargo, también ha sido un maestro de la cultura no lineal y de canal trasero de Haití.

Desde la niñez, Aristide aprendió a tener poco respeto por las jerarquías de las instituciones. Creció en el campo en el suroeste del país, donde un puñado de hombres que eran propietarios de las tierras estaban a cargo y donde lo que se conoce en Haití como «la República de Puerto Príncipe» era un sueño distante.

Como el líder electo del país, a menudo era el primero en señalar que las pocas institucioens que habían sobrevivido eran cómplices en los males de la sociedad y en la opresión que él buscaba frenar.

Haití tiene pocas instituciones por buena razón. Nació del rechazo a las instituciones, y las ha percibido como vehículos de subyugación. En 1791, los esclavos haitianos se rebelaron contra Francia, la mayor potencia de entonces, y empezaron la única revolución de esclavos exitosa del mundo. Para 1804, los esclavos habían derrotado a los ejércitos de Napoleón y creado su propio país.

Esta historia se proyecta en el presente. El lema del líder con mentalidad más sangrienta de los esclavos, Jean-Jacques Dessalines, era «Koupe tet, boule kay» -»Corténles la cabeza, quemen la casa»- palabras que se repiten hoy en día entre las pandillas armadas opuestas a Aristide.

«La historia haitiana está llena de intentos de edificar instituciones», dijo Jocelyn McCalla, directora de la Coalición Nacional para los Derechos de los Haitianos, «pero luego fueron destruidas o completamente ignoradas. Desde la revolución, que fue algo fantástico, Haití ha estado aislado de otras partes del mundo. Carece de comunicaciones, educación, sofisticación; el tipo de adiestramiento que conduce a una verdadera creación de instituciones».

En parte debido a esta falta de instituciones, la sociedad haitiana funciona en base a un principio del «hombre grande», o gwo neg. Un hombre grande que pueda arreglar las cosas, ya sea en la aldea o a nivel nacional.

Hoy, ese hombre pudiera ser un alcalde o un legislador, pero hay igual probabilidad, en el campo haitiano, de que sea un sacerdote vudú o un gran cultivador agrícola. Este hombre decide la dirección que toma la comunidad, distribuye los fondos necesarios y castiga a los malhechores. Está sujeto al capricho de su pueblo sólo si ya no es efectivo; entonces regularmente lo abandonan.

Aristide siempre ha sido un líder hábil en esa costumbre antigua. Sin embargo, en 1990, en un giro de la historia, se convirtió en el primer presidente legítimamente elegido de Haití, quien se suponía conduciría al país a una era en la cual el régimen de derecho y las instituciones prevalecerían.

Pero Aristide pronto fue derrocado por un golpe militar, y sólo fue reinstalado, con el apoyo de Estados Unidos, en 1994. «Debido al golpe de estado», dijo McCalla, «vio en instituciones como el ejército o la policía el verdadero instrumento que podía efectuar otro golpe en su contra». A su regreso, desintegró al ejército y mantuvo a la policía al mínimo.

Pero sin una fuerza de orden en la cual respaldarse, ha sido imposible que Aristide lleva a cabo cualquier agenda social, y desde hace mucho tiempo no ha parecido tener la inclinación o el presupuesto para intentarlo.

El ejemplo más flagrante de su desprecio por las instituciones tuvo lugar en el 2000, cuando permitió irregularidades en una elección que le dio una clara mayoría legislativa. Estados Unidos respondió suspendiendo todo el financiamiento, dice Robert Maguire, director del programa de asuntos internacionales del Trinity College en Washington y veterano observador de Haití. «Este se convirtió en un gobierno escaso de recursos muy rápidamente», dijo Maguire, «Aristide no pudo cumplir ninguna de sus grandes promesas sobre educación y atención médica, y ni siquiera pudo realmente realizar sus labores de padrinazgo callejero».

En otras palabras, Aristide en cierta forma dejó de ser un hombre grande, aun cuando era el presidente, porque no podía distribuir bienes.

Lo que está sucediendo ahora no es simplemente el resultado del estilo de liderazgo de Aristide. «Esto está sucediendo debido a las verdades haitianas irrefutables», dijo Maguire. «El país está profundamente polarizado entre los incluidos y los excluidos, los ricos de la élite y los pobres de las masas, entre el residente urbano y el aldeano rural. Aristide representaba algo singular e importante. Subió al poder como alguien que no era parte de la clase política y no fue puesto por el ejército. Su apoyo provenía únicamente del pueblo haitiano».

Resulta, sin embargo, que el pueblo haitiano tiene una cantidad limitada de paciencia.

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