El horror de la obligada y fatal cuota femenina

El horror de la obligada y fatal cuota femenina

Sin límites impuestos, e intentando superar las barreras que nosotras mismas nos hemos puesto, somos capaces de llegar a cualquier lado: ya en el año 1963, por ejemplo,  alcanzamos el espacio.

Ese viaje, hecho por la cosmonauta soviética Valentina Vladímirovna Tereshkova, tuvo lugar cuando las mujeres apenas se abrían paso en el “mundo de los hombres”.

De allá para acá hemos visto cómo las mujeres han llegado a todos los lugares que estuvieron vedados para nosotras. Es por eso que nadie siente estupor cuando una mujer alcanza la presidencia de un país, tal como se evidenció cuando Laura Chinchilla ganó en Costa Rica (nada que ver con Sirimavo Bandaranaike, en Sri Lanka, que fue la primera mujer en ser electa primera ministro, en 1960).

Así las cosas es obvio que cuando nos disponemos alcanzar una meta lo conseguimos. Es que, como he escuchado decir siempre en mi familia, “los límites te los pones tú; el ser mujer no te impide nada”.

Convencida de ello, creo que las mujeres debemos librar nuestras luchas en función del ser humano, no del género. Es decir que, como cualquier hombre, tenemos derecho a estar, a ser y a tener.

Por ese motivo me molesta en demasía la cuota femenina. Las mujeres la exigen, los partidos la ignoran y la Junta Central Electoral (JCE) la impone. De cualquier manera, algunas candidatas irán (ni una más de las que manda la ley, eso sí) pero a los cargos más insignificantes.

Quiero ver el día en que la cuota no exista. Que las mujeres tengamos la fuerza suficiente para imponer nuestra calidad y capacidad y que jamás se hable de obligación ni de cantidad.

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