El humano y sus posibilidades

El humano y sus posibilidades

Igual que el de ayer, el hombre de hoy cree vivir el momento más importante de la historia y se considera sometido a presiones sociales y económicas desconocidas en el pasado.

Parece que fuese así, pero ha de tenerse en cuenta que las piezas humanas que integraban la parte inferior del mecanismo comercial y social en los grandes imperios y emporios del pasado, tuvieron que soportar las mismas presiones sociales y económicas que hoy soportan las piezas humanas equivalentes en los imperios y emporios del presente, salvando, naturalmente, las diferencias superficiales.

En esencia, la relación entre el jefe y el subordinado, así como entre el poderoso y el débil, no ha variado más que de ropaje, apariencias y conveniencias. Dentro del poder y dentro de la impotencia del subordinado hubo ayer, como hoy, hombres buenos y malos, crueles y bondadosos, nobles e innobles. El hombre anhela seguridad, comodidad y una atmósfera propicia para hacer su voluntad. Hay, hubo y habrá gran diferencia entre quienes pueden obtener estas cosas y entre quienes no pueden. La presión social y económica que sentía un cargador de bultos en Nínive, en Biblos, Tiro o Babilonia, no pudo ser esencialmente distante de la que siente un obrero en cualquiera de nuestras modernas ciudades, con las variaciones de “traje” de sistemas políticos que se mantienen jugando al escondite mediante ciertas diferencias ya imprescindibles.

Apariencias, apariencias y apariencias.

Alguien podría argumentar que ahora hay mayores posibilidades de pasar de un nivel socio-económico a otro más elevado, pero, en verdad, ese hombre ambicioso, tenaz, atrevido, optimista y singular que se eleva por encima de su clase a fuerza de intensa labor y virtudes indiscutibles aunque “non sanctas”, ese triunfador impúdico existió siempre.

En siglos recientes Europa conoció una cantidad de oportunistas y aventureros que usaron su astucia y descaro para ascender. En el antiguo Oriente proliferaron tipos similares, miles de años atrás.

Por el año cuatrocientos antes de Cristo, Tucídides escribía que antes de su tiempo no había ocurrido ningún acontecimiento de importancia. Hoy no se podría escribir lo mismo, pero lo cierto es que a lo que le damos importancia es a lo que personalmente nos concierne.

Con cierta frecuencia se habla de la democracia de la época del estadista Pericles, quien expresaba: “Cada uno de nuestros ciudadanos, en todos los múltiples aspectos de la vida, está plenamente capacitado para mostrarse a sí mismo como legítimo señor y propietario de su propia persona, y aún más, a hacer esto con excepcional gracia y versatilidad”.

Pero se trataba de una democracia para los ciudadanos.

¿Hemos retrocedido?

No lo creo. Somos iguales con trajes diferentes. Todo aquello de Pericles se limitaba a los “ciudadanos”. No era una democracia como la que anhelamos: para todos los niveles.

Pero eso es muy difícil. Requiere educación… respeto a los derechos del prójimo, sin que cuente su nivel en la escala social ni su condición de “ciudadano”.

La pregunta inquietante es: ¿Todos los seres humanos son educables?

¿Todos pueden bien servir la democracia?

Mi esperanza es que se logre una mejoría.

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