El humor intermedio

El humor intermedio

JULIO BREA FRANCO
La tendencia reformadora dominicana con respecto a las elecciones ha apuntado a la celebración separada de las presidenciales y las congresionales. Ahora, sin embargo, se la quiere revertir.

En los inicios del proceso se buscó sembrar la idea de que las elecciones debían ser entendidas en plural. Fue así como en 1990 se hizo la diferencia presentando tres recuadros en la boleta. En el 1994 se dio otro paso: tres boletas electorales diferentes y tres urnas. Y después la separación de la Presidencial de las congresionales y municipales. Como consecuencia se han realizado ya tres congresionales municipales: 1998, 2002 y 2006. Dicho sea de paso uso «congresional» y no «congresual» pues el un vocablo aun conserva legitimidad de uso pese al recomendado «congresual». La Academia Dominicana de la Lengua también así lo ha dictaminado.

El paso hacia atrás lo recoge el anteproyecto de reforma constitucional que reposa en manos del Ejecutivo Nacional. Se establece un calendario conjunto: que la presidencial se celebre simultáneamente a la congresional manteniendo separada, a distancia de dos años, la elección del nivel municipal.Al parecer, y atendiendo a las críticas expuestas   el fracaso en la contención y reversión del arrastre de candidatos y el activismo estéril, costoso y distractor  se ha propuesto la reconcentración de las elecciones a un solo día cada cuatro años como una solución superadora de las perversiones del clientelismo. Este y el activismo desmedido responden a factores difícilmente controlables por la ingeniería institucional.

Lo que sorprende en todo este asunto es que no se haya traído al debate el aspecto más importante que explica el arreglo de celebrar elecciones en tiempos distintos. Con la separación lo que se procura es ofrecer la posibilidad que el electorado pueda expresar sus preferencias y enjuiciamientos sobre el hacer del gobierno en un momento intermedio del período constitucional.

Al ofrecer la posibilidad de una renovación política, total o parcial del Congreso, se facilita dentro del período hacer un «corte» de situación en la expresión del apoyo político del que goza una Presidencia. Es obligar al poder a tener sensibilidad reactiva hacia. Alguno dirá que para eso están las encuestas pero de ninguna manera una exploración de preferencias sustituye a las elecciones. Los indicadores se asumen o no; resultados de una votación no solo se acatan sino que potencialmente modifican o cambian las cuotas de poder.

Abrir la puerta a los cambios en el humor político mediante elecciones intermedias es una vía para provocar reacciones del Gobierno, en un sistema presidencial, rígido por definición, a diferencia del sistema parlamentario construido para ser reflejo continuo de las ondulaciones de la mayoría.

Al eliminar esta posibilidad  las elecciones intermedias  se obliga a la congelación de una dosis saludable de cambio dentro de un cuatrienio constitucional.

A los gobiernos no les agrada las complicaciones y menos los disensos. Que todo siga igual por cuatro años es preferible que verse obligado al juicio político incómodo cuando se esta a mitad. Precisamente en momentos en que las promesas quedaron en el aire y la dinámica del ejercicio del poder le hace descubrir sus enormes ventajas y las tentaciones se han convertido en pecado. De ahí que se hable de gobernabilidad. De los peligros que conlleva la asincronía con el Congreso y de la conveniencia de la «dictadura de la mayoría» como parte de la «inteligencia» requerida para gobernar en tiempos difíciles.

La estructuración de una mayoría estable y sólida es sin duda una buena condición de eficiencia y eficacia política. Pero las mayorías son tales solo cuando se pueden contar. Para eso es que se hacen las elecciones: para cuantificar el apoyo. Cuando este se resquebraja la mayoría se convierte en algo pasado. Se requiere entonces su reconstrucción. Y se reconstruye ajustando, cambiando, la ejecución del plano si es que se dispone de alguno.

La política democrática es posibilidad. Nunca imposición. Es cambio continuo y sobre todo apertura realista, razonable e inteligente inclinada a recoger demandas posibles y viabilizarlas. Es dar espacio a las posibilidades y no cerrarlas por contrario.

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