El idioma creole que nació
en República Dominicana

El idioma creole que nació<BR>en República Dominicana

POR NELSON DIDIEZ NADAL
Muchos dominicanos consideran al creol  (sic) como una lengua invasora, pero el creol, ya como idioma formal, no como dialecto, se forjó en República Dominicana, fue en realidad un dialecto creol, como hay varios de ellos en el mundo, el que llegó de Haití a pies. El creol haitiano era allá en Haití, en 1984, un dialecto muy indefinido, sin escritura ni gramática.

Es en República Dominicana donde el creol adquiere su condición de idioma, porque esta condición se la dan a los dialectos los lingüistas, los intelectuales y los investigadores, no los pueblos que los hablan, muchas veces de diferentes maneras y sin reglas.

Pero, llegó ya el momento histórico de hablar del Creol Dominicano. Hay temas que son tabúes en nuestra sociedad, como lo es el referente al idioma creol, el cual ya lo hablamos aquí, en República Dominicana, entre la etnia domínico-haitiana descendiente de haitianos y los inmigrantes haitianos indocumentados, unos 2 millones de habitantes en total, y en unas 500 comunidades rurales y barriales importantes.

Podemos decir que hoy, la República Dominicana es incontestablemente una nación bilingüe, igual que Canadá, Bélgica, Haití, Austria, Suiza y otros muchos países. Y debemos enorgullecernos de ello. Es bueno saber que, para la elite francófona y las clases encumbradas de Haití, el creol ha sido siempre, según ellos mismos afirman, una lengua de sirvientes, domésticas y la gleba, por lo que no se ocupaban de él. No pensemos igual que la elite haitiana. Tampoco hagamos como nuestra etnia cocola, del Este dominicano, que dejó morir con el tiempo la jerga del inglés que trajeron de las islas Bahamas.

Esta nueva realidad de la comunicación en la República Dominicana se desarrolló inadvertidamente durante la segunda mitad del siglo pasado, relacionada en sus inicios con el gran cultivo de la caña y la industria de la construcción, y ha tenido que ver sobre todo con el avance irremediable del traumático proceso de quiebra económica, social, política y ecológica de la nación vecina, y la intención en consecuencia del poder internacional de dispersar la población haitiana, y poder así manejar una inminente crisis humanitaria y de explosión social y, además, tratar de ocultar ante el mundo el incontestable y escandaloso fracaso, desastre o Waterloo del Sistema Económico Mundial en Haití, a causa de las normas caducas e inválidas de emisión monetaria que implanta compulsivamente el FMI, normas que datan desde hace 200 años, desde cuando David Ricardo, a principios del siglo XIX, normas que la sociedad del siglo XXI no resiste más.

Haití es hoy, según dicen los organismos internacionales, un estado no viable (quebrado). Hay organismos de la ONU que desde 1949 han recomendado la dispersión de la población haitiana. La principal función de las tropas de la ONU que ocupan hoy Haití indefinidamente es precisamente dispersar a la población haitiana hacia la República Dominicana. Esta es la razón básica.

No se trata de ninguna intención de los haitianos de invasión pacífica, se trata del sálvese quien pueda allá, y el único lugar donde se puede ir a pie, sin visa y sin el acoso de los tiburones de alta mar, a buscar trabajo y sustento, es la República Dominicana. La ONU, al no poder solucionar la quiebra de Haití, arrea cual ganado a los pobres de ese país hacia la República Dominicana. Se pretende así ocultar el fracaso del sistema allá. 

Ante esta nueva e interesante situación, economistas, sociólogos religiosos y politólogos rehuyen, como el Diablo a la cruz, referirse a los cambios fundamentales que ha experimentado esta nación en cuanto a su cultura y sus hablas. En todo esto, República Dominicana ganó un idioma más. Somos, un país bilingüe. El Creol es ya una realidad irreversible en el país. Además, etnológicamente somos ya una nación mulata afro-antillana. Nuestra cultura se ha redefinido, somos una nación preponderantemente de mulatos, blancos y negros. Los blancos serían ya una posible minoría. Aunque hay muchos mulatos y hasta negros que privan en blancos y se creen blancotes.

Lo del creol es positivo, ya que hay un principio en la educación que se ha ido estableciendo, desde inicios de este siglo, y es que “la persona que no habla dos idiomas y no sabe de computadoras, es un semi-analfabeta”. Ha habido una variación etnográfica. Aquí hablamos ya español y creol. Los que hablamos también el creol llevamos una delantera sobre los demás. Somos una nación bilingüe hispanoparlante y creolparlante, y que cuenta, desde el año 2000, con su “Academia Dominicana de la Lengua Creol”, entidad que ha asumido el manejo, vigilancia, desarrollo, perfección y difusión del creol dominicano, y del haitiano también.

Ya en la ciudad de Santo Domingo hay muchos barrios, calles céntricas y residenciales en las que desde las cinco de la mañana sólo se oye hablar creol por parte de los miles de trabajadores haitianos y domínico-haitianos que circulan o que laboran en las mismas, o van de paso a sus áreas de trabajo.

Desde su casa, al uno despertar, y al oír esa musicalidad típica y altisonante del creol, cuando al pasar, esos peatones cuentan alegres sus vivencias y anécdotas entre ellos, yo me siento estar en Puerto Príncipe, Petion Ville, Bourdon, en la Rue Capois de Champs de Mars, Montagne Noire, o en la calle 8 esquina E de Cabo Haitiano, lugares donde viví por largos años.

La etnia domínico-haitiana creolparlante está en plena expansión vertiginosa en nuestro país. Este crecimiento es al mismo tiempo real y relativo. Real, en virtud del enorme volumen de llegada de inmigrantes nacionales haitianos; y, relativo porque las otras etnias más anteriores, digamos autóctonas, de República Dominicana, están a su vez emigrando de su país en forma acelerada dejando el claro, dejándoles las plazas de trabajo a los haitianos; sufren de un mal consistente en la ausencia del sentimiento de pertenencia al terruño que los vio nacer. Tienen escaso sentimiento de pertenencia por su país. Añoran irse a EUA o Europa.

No aman su terruño. Les mortifica no vivir fuera. Las demás etnias dominicanas tienen fuertes instintos migratorios, carecen del amor a la tierra o al territorio, desconocen el valor de ese concepto social. Casi todos los miembros de esas otras etnias solo quieren irse para EUA o Europa. Los grupos étnicos de República Dominicana son: la etnia cibaeña, la más numerosa y destacada y que habla la jerga cibaeña; la etnia neibera; la etnia sanjuanera; la etnia mandinga, que son los negros hispanoparlantes; la etnia cocola, los negros llamados “ingleses”, la etnia domínico-haitiana, la creol-parlante; y las pequeñas etnias, la domínico-china, la domínico-hispana y la domínico-árabe, estas tres últimas, muy laboriosas, pujantes y trabajadoras.

Así, en territorio de la etnia Neibera, por ejemplo, hay poblados que se han quedado sólo con los hombres, ya que todas las mujeres se han ido para España, Holanda o Italia. Ignoran que en ningún otro sitio del mundo ellos van a ser dueños de las sierras de Bahoruco, de Neiba, del Lago Enriquillo, o de Las Barías.

La Etnia Cibaeña, a su vez, es la más numerosa y exófila, ha dejado vacíos a ciertos poblados del Cibao, ya que muchos cibaeños solo sueñan con irse para New York, Philadelphia, Miami y otras ciudades de EUA, y como muchos de sus jóvenes son blancos o casi blancos, afanan por adquirir la nacionalidad norteamericana y sentirse “gringos”, hacerse una pelada caliente, unos aretes, una barbita psicodélica, un poloshirt pesa´o y un pantalón rapero típico, muy ancho, con los fundillos que le llegan hasta las rodillas y, claro, unos tenis despampanantes; y asistir personalmente a los juegos de béisbol de grandes ligas; y realizar su más grande sueño: “cachar” con una mano, en las gradas, una pelota que haya bateado de foul o de jonrón uno de sus ídolos beisbolísticos. Además, teniendo en la otra mano un hot dog, un hamberguer o un vaso de Coca-Cola. Y, regresar aquí de vacaciones algún día, y alquilar un buen vehículo, y estrujarles en la cara a sus viejos vecinos y conocidos con un tufo a whisky del bueno; de no apearse unos tenis “pesa’os”, no apearse un juego de bermudas y varias cadenas gruesas de goldfil o de oro en el pecho, como cualquier americano de Harlem o Manhatan. Para eso desean regresar, eso sí, por sólo unos días, e irse de regreso a trabajar duro, como nunca lo hicieron en nuestro país.

Entre las etnias y culturas del país, la minoría étnica creolparlante, que posee como punta de lanza cultural al meloso baile Ra-Rá, que aquí le dicen Ga-Gá, de origen haitiano, la etnia domínico-haitiana, es la mayor minoría étnico-cultural, después de las etnias Cibaeña, la más numerosa, la Sanjuanera y la Neibera, que le siguen. Aunque a estas dos últimas muchos la consideran una sola, por su mezcla con la sangre aborigen, y su cántico típico en el habla. A su vez, la Etnia Creolparlante ha sobrepasado en importancia y número a otra etnia negra, la Etnia Cocola, del Este de la Isla, los llamados “cocolos ingleses”, descendientes aquí de inmigrantes que vinieron de las islas Bahamas, a principios del siglo pasado, quienes en forma olímpica y censurable han olvidado el inglés, que trajeron desde las Bahamas, y descuidado sus raíces y su cultura tan bellas, de las que sólo perduran como símbolos característicos el “domplín“, el “pescado con coco”, el “yaniqueque” y los “guloyas” en tiempos de carnaval. Parece que como parte de un temor implícito por su origen negro, en medio de una sociedad supuestamente hispana, la Etnia Cocola no ha producido ni instituciones ni intelectuales que fomenten su cultura. Parece que no se han percatado de la nueva realidad afro-antillana de la República Dominicana.

La Etnia Creolparlante ha superado también en rasgos y características a la Etnia Mandinga, los negros mandinga, o “negros de la Joya”, los auténticos negros de República Dominicana, los que descienden de los negros libertos y esclavos hispanoparlantes que se agruparon en muchas comunidades emblemáticas de negros cimarrones, en tiempos de la colonia, como Villa Mella, La Victoria, San Cristóbal, Yaguate, Haina, Mandinga, Los Mina, Mendoza, La Victoria, Guerra, La Joya, El Mamón, el Toro, Estorgan y otras tantas e interesantes comunidades negras de República Dominicana. Conocemos sólo de una institución étnica que promueve la cultura y el progreso de los negros mandingas en este país,  la “Asociación Para el Progreso de los Negros Mandingas”, que liderean el profesor Julio de la Cruz, María Isabel del Rosario Emiliano, el Lic Juan Francisco Angulo Aponte y Jacinto Tucent Chalas, allá por los predios de Villa Mella, la Victoria, Guerra y Los Castillos.

Históricamente, los idiomas creoles, que son varios, nacieron y se forjaron en las plantaciones de las Antillas, en la costa Este de los EUA, en las Guyanas, en islas del Pacífico y del Océano Índico durante la época de la trata negrera entre los siglos XVI y XIX. Los negros mandinga dominicanos, o “de la Joya”, no tienen relación ninguna con el creol ni con Haití siempre han sido hispanoparlantes. Aunque, necesariamente, no existen creoles en todos los territorios que fueron poblados por descendientes de aquellos esclavos negros.

Así, ni en Brasil ni en EUA existen en forma significativa, excepción hecha en este último país, en cuyo Estado de Virginia se practica un creol con fuerte influencia del inglés, llamado gullah, y un creol que se ha hablado en el Estado de Louissiana, región que fue colonia de Francia y que estuvo muy relacionada con la Haití independentista y revolucionaria, y sus líderes, como Toussaint, Petion, Christophe y Dessalines, quienes eran verdaderos ídolos en New Orleáns y otras ciudades, al punto de que eran raras las casas de los negros que no tuvieran pinturas y cuadros de esos personajes haitianos.

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