“Lo más triste es el tiro en la cabeza del padre Vicente Rodríguez. Hay esperanzas de salvarlo, pero el cuadro es grave… Está con hemiplejia derecha; la bala entró por la región occipital derecha; está alojada en ventrícula parietal izquierda… No quieren operar sino esperar que mejore. Dicen que hay casos en que no se saca la bala. La bala está en el cráneo. Está inconsciente, atendido por el doctor Arias, el mejor cirujano de por acá…”.
Los datos aparecen en el informe inédito “La tragedia del Padre Vicente Rodríguez”, escrito a partir del 28 de mayo de 1965 por el jesuita Daniel G. Baldor, Viceprovincial de la Compañía de Jesús en República Dominicana, que llevó un cronológico del estado del religioso y anotó:
“La complicación se presentó a las 11:30 de la mañana del domingo 30 de mayo… Notaron que el ritmo respiratorio empezaba a acelerarse y también un estertor como si tuviera algún obstáculo que le impidiera respirar… No pudieron sacar nada por la boca a pesar de las gomas y aparatos… Ya algo nerviosos decidieron abrirlo en la tráquea para meter por allí los tubitos. Tampoco lograron destaponar la tráquea. Entonces acudieron a máquinas, bombas, que ni funcionaron bien ni lograron su objetivo. Eran la 1:03 cuando el padre cesó de respirar normalmente; una gran palidez lo cubrió de arriba abajo…”.
Falleció a la 1:15 a causa de una hemorragia cerebral. Había llegado con vida a Manresa. Lo atendieron en el hospital de Haina y luego en el Lithgow Ceara.
El superior concluye narrando el velatorio de este piadoso pastor de almas al que un militar de la Marina tronchó la vida a los 35 años durante la Revolución de Abril.
Es un mártir de la Gesta a quien quizá recuerdan sus hermanos de congregación y de sangre y el entonces reverendo Antonio Fernández, rector del colegio Loyola que conducía el vehículo del centro educativo y quien felizmente no fue alcanzado por la mortal ráfaga. Fernández colgó los hábitos y se dedicó a la docencia en la UASD.
Vicente vivió para el estudio y la formación religiosa y escolar de cientos de niños y adolescentes desde su ordenación el 11 de junio de 1960.
Una descarga de fusil alcanzó su cuerpo el 28 de mayo a las 3:30 de la tarde cuando se dirigía al Noviciado. El marino les disparó en el cruce de Haina. Estaba lloviendo, habían pasado un control, en el siguiente el auto casi se detuvo pero los ocupantes no escucharon el ¡Alto! del oficial en cabina. Les disparó por detrás.
El periódico Patria atribuyó esta muerte a la persecución contra el clero de base. Algunos consideran que el caso no ha sido bien aclarado.
El 12 de septiembre de 1966, Baldor envió una carta a Balaguer en la que no afirmaba ni negaba esta versión. Se remitía al acta de defunción. El mandatario había ofrecido “compensar los daños” y Daniel le propuso que mejor ayudara económicamente a formar a un sacerdote dominicano para que ocupara el puesto de Vicente.
Rodríguez Fernández llegó en agosto de 1963, tenía a su cargo la dirección de la Congregación Preuniversitaria y la dirección espiritual de los alumnos del Colegio Loyola. El dos de febrero de 1965 hizo su “Profesión Solemne” en la capilla de Manresa.
El Papa conmovido. El asesinato del padre Vicente causó hondo pesar en el Vaticano. El 1 de junio de 1965 monseñor Emanuele Clarizio, Nuncio Apostólico, recibió un telegrama desde Roma expresando que el Sumo Pontífice Paulo VI estaba enterado del “piadoso fallecimiento” y que ofrecía sufragios por su eterno descanso mientras con fraternal benevolencia enviaba a los familiares una religiosa y cordial bendición. El mensaje lo firma el “Cardenal Gicognani”.
La eliminación física de Vicente fue reseñada el cuatro de junio de 1965 en “The Voice”, de Miami, donde había ejercido su apostolado. El padre Baldor, por su lado, envió telegramas anunciando: “Ayer murió Vicente Rodríguez herido de bala”.
“Muchos pobres vecinos”. Mientras los dirigentes de la Orden hacían gestiones para comunicarse en Puerto Rico con la madre de Vicente, “muchos pobres vecinos del pueblo de Haina” llegaron al salón anterior al pequeño templo de Manresa a rezar rosarios frente al cadáver tendido. Como había toque de queda, a las seis de la tarde quedaron solos los sacerdotes junto al cuerpo sin vida del religioso.
La familia pudo llegar el lunes y se realizó el funeral junto a la consternada madre. Luego de la misa cantada, el arzobispo “ofició la absolución sobre el túmulo”. Finalmente una multitud de más de 500 personas “se congregó en el cementerio”. Asistieron hermanos De la Salle, padres Scarboros, religiosas, sacerdotes seculares…
“El pueblo sencillo nos acompañó y daba muestras de dolor”, significó Baldor.
“Dios había escogido para unirse a su sacrificio a la persona más pacífica que teníamos entre nosotros”, concluyó.
“Cualidades especiales”. Vicente, quien tiene un hermano, Carlos, también jesuita, que vive en Manresa, nació en La Habana, Cuba, el 25 de noviembre de 1930, hijo de Vicente Rodríguez y Margarita Fernández. Estudió en el colegio de Belén y a los 16 años ingresó en el Noviciado del Calvario. Cursó filosofía en Comillas, España, y luego de dos años de magisterio en La Habana estudió Teología.
Posteriormente fue enviado al Colegio de Miami a ejercer el cargo de Padre Espiritual y director de la Congregación Mariana.
Realizó especialidades en filosofía, lenguas clásicas y modernas, literatura, en Dolores, Santiago de Cuba; Kansas, Cleveland, Ohio, Detroit, Saint Louis…
Hablaba inglés, francés, latín, era extraordinario escritor. En sus tarjetas de notas lo felicitan por sus altas calificaciones. Decían que tenía actitud, buenas relaciones humanas, responsabilidad, fácil adaptación, que era elevado en doctrina cristiana y misiones y poseía “un espíritu inquieto pero pacífico y eficiente”.
Era más espiritual que intelectual aunque sus cartas lo muestran profundo y ávido de conocimientos. En un informe sobre su labor educativa en Santo Domingo se expresa: “Ese puesto de espiritual era su segunda vocación y para eso tenía cualidades especiales, capacidad, preparación y entusiasmo. Si algo deseaba era poder prescindir de las clases para tener no solo más tiempo sino una atmósfera de más libertad de espíritu en la dirección espiritual de los muchachos”.
Consideraba los sacramentos y la vida religiosa diaria como el primer medio de santificación. “Andaba muy despacio para ir sobre terreno seguro”.
La iglesia local, el país, tienen una deuda de recordación con Vicente que no solo fue una víctima hoy ignorada de la Revolución de Abril sino un maestro forjador del carácter de cientos de alumnos en los años que vivió entre los dominicanos.
Al pie de su foto, en una publicación de 1966 del Colegio Loyola se escribió: “¿Por qué, Señor? ¿Por qué, Señor él? Si era joven, emprendedor. En poco tiempo había ganado el corazón de los loyolas…” y responde: “Porque también nuestro colegio debía contribuir al dolor y al sacrificio nacional. Y solo se sacrifica lo que vale mucho. Por eso tenía que ser, precisamente, él”.