El imperativo de la hora

El imperativo de la hora

La vida es una constante búsqueda, una lucha perenne por lograr metas que en veces se convierten en trabajos hercúleos, que requieren de voluntad permanente, espíritu de lucha, altura de miras, riesgos, luchar contra la desidia y, especialmente no cejar, no decaer, no abandonar, siempre adelante.
Para ello, se requiere de propósitos claros, de conocimiento cabal de qué se persigue, qué se quiere, por qué se lucha, para qué y quiénes deben ser los portaestandartes de las demandas, de los reclamos, de las exigencias.
Es interesante la lucha que llevan a cabo los partidos y sus candidatos presidenciales luego de que, nuevamente nos arrebataran las elecciones. El tinglado de trampas, coimas, corrupción, amenazas, uso indebido de la fuerza y la eficiencia del blindaje, que desciende de los Tribunales Superiores, ha dado sus frutos: el sistema democrático que tantos esfuerzos, sacrificios, luchas, sudores, lágrimas, hemos construido a duras penas, es burlado con toda la desvergüenza que es posible, mientras se trabaja para usar los recursos del Estado en beneficio de un grupo que se alza con el santo y la limosna. De nada vale usar, emplear, reclamar a los mecanismos institucionales, cuando los mismos están viciados de nulidad por el constante ejercicio del abuso, de la mentira, de la denegación de justicia, del más olímpico desconocimiento de los derechos fundamentales, especialmente el supremo derecho de elegir y ser elegido.
Ese derecho, tantas veces pisoteado, nos da la oportunidad de pensar, de cavilar, de profundizar en el cuerpo social, para sacar conclusiones que nos obligan a adoptar decisiones, a tomar partido para seleccionar, escoger, buscar, el mejor camino, para que cambiar el espejismo que tenemos hoy y nos hace musarañas, nos engaña, en una apariencia de democracia, que no es real. En una democracia, que no en una caricatura, los derechos de la minoría tienen que ser respetados tan escrupulosamente como los de la mayoría.
A ninguno, ni partidos ni hombres, se les reelige para que gobiernen para siempre, como si se tratara de una dinastía hereditaria, que traspasa el mando supremo de la nación, como si se tratara de un trofeo robado a la voluntad popular con todas las malas artes, habidas y por haber.
Esta sociedad perdió el rumbo cuando los grandes líderes del siglo pasado declinaron, envejecieron y desaparecieron, sin que contribuyeran a crear un relevo digno. La brújula perdió el norte y el barco es dirigido a un escondite de filibusteros políticos, cuyas indignas acciones sirven para provocar un sentimiento de miedo, que se vive día a día en los constantes actos de terrorismo cometidos por delincuentes políticos y por delincuentes comunes, sin que haya una sanción justa, seria, definitiva, que tranquilice el cuerpo social.

¿Hasta dónde vamos a soportar tantas indignidades, tanto abuso, tanta burla?

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