El imperialismo norteamericano

El imperialismo norteamericano

Aunque el gobierno y los ciudadanos de los Estados Unidos de América no les gusta utilizar el término imperialismo para designar sus incursiones no solicitadas en los asuntos externos de los otros países, no cabe duda que desde mediados del Siglo XIX nuestro gran vecino del Norte, con la puesta en ejecución de la llamada Doctrina Monroe, que excluía a las potencias europeas del Hemisferio Occidental, y luego con la toma de los inmensos territorios mejicanos del suroeste estadounidense, se inició una carrera imperialista que se intensificó para finales del mencionado siglo con la posesión de las islas de Hawai, Guam, las Filipinas, Puerto Rico y la isla de Cuba en una guerra, no provocada, contra el imperio español.

Más adelante surgen las incursiones de Centro América (Panamá y Nicaragua), para luego continuar con la ocupación de Haití y la República Dominicana. Nuestra América morena ha sido, por lo visto, un buen escenario para la práctica imperialista de los Estados Unidos, incluyendo el apoyo brindado a una serie de dictadores que han servido a los intereses norteamericanos en determinadas circunstancias.

Hoy día en que los Estados Unidos se enseñorean como la única superpotencia mundial, estamos siendo testigos de una nueva clase de imperialismo, inaugurada por la presente administración del Presidente George W. Bush, que algunos la han definido como la política del «por si acaso», pues los estrategas de la Casa Blanca se han abrogado el derecho de atacar e invadir a un país si perciben que el mismo pudiera, en algún momento específico, representarles una amenaza a su seguridad. Ahí tenemos el vivo ejemplo de la invasión no provocada a Irak para decapitar el régimen de Saddam Hussein, que tememos pudiera ser una aventura guerrera muy negativa para los intereses de mediano y largo alcance de los Estados Unidos. Esta invasión, que fuera anunciada anticipadamente desde principios de los años 90’s por los llamados halcones que acompañaban al Presidente Bush padre en la Casa Blanca, entre los que se contaban varios de los actuales colaboradores del Presidente Bush hijo es, conjuntamente con la frágil situación económica, uno de los puntos débiles en la actual campaña por la reelección del Presidente Bush.

El criminal atentado terrorista del 11 de septiembre de 1991 contra las ciudades de Nueva York y Washington fue, sin duda, un rudo golpe para los Estados Unidos y su población, acostumbrada a realizar la violencia de Estado fuera de su amplio y hermoso territorio, pues la eliminación de los indígenas norteamericanos no se tomaba en consideración. La invasión de Afganistán, que era escondrijo y sitio de entrenamiento de los terroristas inculpados por el ataque del 9/11, prácticamente no suscitó protestas por lo menos en el mundo occidental pues su anunciada misión era la de eliminar el foco terrorista denominado como Al Quaeda, cosa que aún no ha podido ocurrir. La invasión a Irak es, sin embargo, mucho más difícil de justificar. No se han podido detectar armas de destrucción masiva ni tampoco una conexión entre Irak con el ataque del 9/11, que eran parte de los argumentos esgrimidos para la invasión. El argumento de que Saddam Hussein era un cruel dictador tampoco es convincente, pues parece olvidar todo el apoyo que los Estados Unidos le han brindado a una serie de sanguinarios dictadores «amigos» en nuestra América Latina y otros países del mundo.

No discutimos la gran responsabilidad que tienen los Estados Unidos en el mantenimiento de la paz entre las naciones. Otra cosa es, sin embargo, el traicionar aquellos principios democráticos que la han convertido en la gran nación que es, admirada por prácticamente todo el mundo por su estupendo progreso material, y su bien ganada fama como la tierra en la que los sueños se convierten en realidad para todo aquel con la voluntad y el deseo de trabajar duro, donde el éxito se mide por resultados más que por herencia, etnia o tradición. Si bien la globalización nos acerca más como pueblos, también debe servirnos para celebrar nuestras diferencias y aumentar la tolerancia, precursora de la paz y gran aliada de la dignidad humana. Si la democracia se ha de imponer como sistema de gobierno a nivel mundial, no será a través de la violencia o de la imposición, sino por medio de la persuasión y del consentimiento de los ciudadanos. Así de simple.

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