El imperio de la ley

El imperio de la ley

El principio del imperio de la ley tuvo sus inicios con Samuel Rutherford, predicador presbiteriano, en una obra titulada: “La ley es el rey” (1644).
Su argumento es que Dios, desde la creación, había entregado al ser humano el gobierno del planeta (Gen.1.28), y que luego lo ratificó con Noé (Gen.9.6). Moisés previó que algún día los israelitas, influidos por las culturas imperantes, pedirían un rey, y para esto estableció que dicho rey tenía que someterse a la ley de Israel (Deu.17.14-20), es decir, gobernaría bajo el imperio de la ley, de modo que no podía hacer lo que le viniera en ganas.
Cuando Josué asumió el relevo, Dios le ratificó el punto: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos.1.8).
Jesucristo ratificó el principio del imperio de la ley cuando le preguntaron: “¿Es lícito dar tributo a César, o no?”, su respuesta fue: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt.22.17.21). En otras palabras, el cristiano no tiene otra alternativa que someterse al imperio de la ley. Es en esa misma línea que Pablo enseñó someterse a las “autoridades superiores” (Rom.13), y Pedro pidió someterse a “toda institución humana” (I Pe.2.13), pues Dios ha establecido el Estado como responsable de castigar al malo y premiar al bueno (Rom.13.3-4; I Pe.2.14).
Inspirados por el tratado de Samuel Rutherford los puritanos ejecutaron en Inglaterra la “revolución gloriosa” (1688), y desde entonces el rey reina pero no gobierna, y la administración la ejerce el parlamento bajo el imperio de la ley. Por la misma razón la independencia de los Estados Unidos, por inspiración puritana, estableció la primera república con un gobierno constitucional. Luego se ha comprobado el impacto del imperio de la ley sobre el desarrollo, pues, el hábito de cumplir la ley lubrica el aparato social y aumenta su eficiencia (Douglas C. North), mientras que el desorden trae violencia social, accidentes, corrupción, e incremento de la brecha entre ricos y pobres (UNODC).
La contradicción más flagrante con el imperio de la ley es cuando un presidente modifica la Constitución para su beneficio. Nosotros, en República Dominicana, somos líderes mundiales en cambiar la Constitución por capricho de un presidente que quiere reelegirse, y así lo hicieron Trujillo, Balaguer, Hipólito y Leonel Fernández. Esto sucede aquí, pero no pasa en ninguna nación desarrollada.

Salgamos a las calles, saturemos las redes sociales, metamos el tema en las iglesias, y en las conversaciones familiares, pues la Biblia lo reclama, y nuestro país necesita, de una vez por todas, acabar con ese tigueraje.

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