Un verdadero inconveniente resultó llegar al “Teatro Las Máscaras”, debido al congestionamiento de vehículos en la Ciudad Colonial, donde venía desarrollándose la Feria Internacional del Libro. Sin embargo, el inconveniente bien valió la pena, porque tuvimos la oportunidad de disfrutar de la obra “Cien metros cuadrados” o “El inconveniente”, del dramaturgo español Juan Carlos Rubio.
“El inconveniente” es una comedia bien construida que bien podría ser calificada de “alta comedia”, con pinceladas dramáticas, en la que su autor recrea situaciones “intelectualmente agudas”. El juego de palabras cargado de fino humor y la sátira presente siempre, provoca momentos de verdadera hilaridad durante el devenir de la obra.
Una exquisita melodía inunda la entrañable sala de Las Máscaras; es “My Way” – “A mi manera”– (ninguna podría ser más apropiada), que se convierte en una alegoría, especie de “leitmotiv” del accionar de las protagonistas.
La historia, simple en apariencia, inicia cuando un agente inmobiliario invita a Sarah –una joven empresaria– a conocer un apartamento de cien metros que reúne las condiciones que ella busca. En principio le agrada, pero hay un inconveniente, la dueña –Lola“My Way” – “A mi manera”– exige vivir en él hasta su muerte, algo que no parece lejano, ya que la anciana Lola padece de serios problemas cardíacos, y Sarah acepta. ¿Quizás ante esta posibilidad? Sin embargo la vida puede reservar muchas sorpresas…
Sarah y Lola inician una convivencia al parecer difícil, dadas las características de ambas. No se soportan, aunque no son tan distintas como creen, y poco a poco surge entre ellas un intangible vínculo que las une, y que no es otro que la soledad de ambas.
La anciana tiene una intérprete excepcional, Lidia Ariza se reinventa una vez más, y construye con verosimilitud este personaje entrañable. El talento que posee para la comedia no tiene límites, hace reír y contagia su propia risa. ¿Acaso prefiere reír para no llorar, ante su cercana muerte? Ella se burla de esa posibilidad, y mientras apura un trago de ron y aspira un cigarrillo, disfruta de las pequeñas cosas, decidiendo vivir “a su manera”. Así, Lidia pasa de la hilaridad a momentos dramáticos donde la voz flaquea y la expresión se torna elocuente, consiguiendo emocionarnos.
El personaje de Sarah es interpretado por una exquisita Giamilka Román, que consigue en una actuación orgánica, casi mimética, proyectar el personaje, al parecer distante, contrastante con el de Lola. Giamilka hace uso del gesto como elemento intermediario entre lo interior y lo exterior, con énfasis en la mirada.
La vida de Sarah cambiará, sus constantes dolores de cabeza provocados por un tumor que remitirá luego de la operación, provocarán un cambio en ella, en su apreciación de la vida, su relación de amistad con Lola se tornará tierna, y entre risas y lágrimas decidirán en complicidad, vivir la vida “a su manera”.
Giamilka y Lidia logran una química formidable. Se complementan y logran trascender en sus personajes que dejan un halo de esperanza ante el infortunio.
El tercer personaje, es el “agente”, que no lo es siempre; cambia de trabajo constantemente, es un ser inadaptado, no encuentra su lugar, quiere ser artista, finalmente se convierte en portero del edificio donde está situado el piso que ha vendido a Sarah. Este personaje un tanto bufonesco rompe ciertos momentos dramáticos provocando la hilaridad. Luciano García nos sorprende, logra trascender la ligereza del personaje con una actuación creíble.
Noé Vásquez, haciendo uso racional del pequeño escenario, recrea con pocos elementos el apartamento donde discurre la trama; un armario empotrado se convierte en elemento semántico, lugar de escape, guarida de la soledad de ambas.
El texto de Juan Carlos Rubio divierte, condición imprescindible en toda comedia, pero además deja un resquicio a la reflexión. Eluda cualquier inconveniente, y venga a disfrutar de esta obra, en el Teatro Las Máscaras.