El indiscreto encanto de los políticos

El indiscreto encanto de los políticos

FRANKLIN BÁEZ BRUGAL
Cuando  se acerca la “zafra política” tradicionalmente se inician los procesos de acusaciones, revelaciones, indiscreciones, encantos y desencantos entre los dirigentes y militantes importantes de los partidos.

En esta ocasión el espectáculo ha comenzado temprano, y vemos cómo en estos días se han puesto de moda los cambios de bando político, y los nombramientos en diferentes cargos públicos de la más variopinta representación de la “fauna” política nacional, todo esto se hace sin ningún recato ni discreción, no hay sonrojos por haber vestido todos los colores de los partidos, ni pudor en alabar a quien ayer denigraban.

En la suma y resta de nombramientos y cambios de chaqueta, me parece que es muy difícil determinar quién salió ganando o perdiendo en este festival de desvergüenzas,  no creo que compradores ni vendedores de efímeras y costosas lealtades deban sentirse orgullosos del triste pero repetido espectáculo que nos están brindando.  Me luce que esta no es la manera de dignificar la actividad política tan necesitada de actuaciones diferentes, y ejemplos mejores; en realidad incentivando el clientelismo y el transfuguismo se envilece aún más lo que es necesario mejorar.    Y para completar el ya por sí poco apetecible panorama político, presenciamos cómo los dos principales partidos políticos se enfrascan en una polémica por la forma en que han tenido acceso a importantes sumas en moneda extranjera, que a nuestro entender lo único que busca demostrar, es cuál de los dos es peor.

Una buena parte de la sociedad pide con frecuencia que tanto políticos como partidos modifiquen su mezquina manera de actuar, en otras latitudes se ha llegado más lejos, afirmando que “hay que cambiar los partidos, para cambiar la política, y hay que cambiar la política para cambiar la sociedad”, personalmente, creo que el cambio es algo más difícil pues a mi modo de ver, primero tenemos que tratar de cambiar a las personas, para que todo lo demás pueda modificarse.

De todas maneras, lo que sí es una verdad irrefutable es que cada vez hay más gente, aquí y en América Latina, disgustada con la tradicional forma de actuar de los políticos, si no fuera así, no se podría explicar el masivo apoyo recibido por personas prácticamente desconocidas que de repente se convierten en líderes, simplemente por tener un discurso diferente a los que repiten los políticos del sistema, o el seguimiento a caudillos mesiánicos que prometen eliminar de la noche a la mañana todas las injusticias existentes.

Esta ciega atracción por una oferta nueva parece indicar que las sociedades no se encuentran conformes con el actual estado de cosas, y que sin pensarlo mucho están dispuestas a seguir a cualquier encantador de serpientes que prometa un sistema distinto al que sufren hoy en día.

Se supone que política es “ciencia según unos, y arte según otros, de gobernar a los pueblos para mantener la tranquilidad y la seguridad pública y proveer a las necesidades de la comunidad”, o lo que es lo mismo en otras palabras, usar el poder en beneficio de la mayoría, como una labor de servicio a los demás.

Vemos en nuestro país, así como en muchos otros, que lo que pretendía ser una  noble actividad se ha desvirtuado, y se quiere llegar al poder no para servir, si no para servirse de él.  En la desenfrenada carrera para lograr el manejo del Estado, se vale todo; así vemos cómo se lanzan papeletas desde el aire, y se compran adhesiones y opiniones con el reparto de abultados sobres, se ofrece lo imposible, y se promete lo inalcanzable, no importa que se mienta con descaro, todo es posible con tal de ejercer el poder y tener la oportunidad de  manejar prácticamente a su antojo, los cuantiosos recursos que con tanto esfuerzo otros producen.

No creo que debamos esperar a que surjan nuevas generaciones que piensen y actúen diferentes para que las cosas cambien, es obligación de todo ciudadano consciente presionar para que la transparencia y la rendición de cuentas sean la norma en todo funcionario público, desde el Presidente de la República para abajo, para que nadie esté por encima de la Ley, y todos desde el chofer de transporte público que no respeta nada, el político corrupto, o el empresario delincuente paguen por las faltas que cometan.  Para que la corrupción sea realmente la excepción y no la práctica cotidiana y para que las posiciones oficiales no sean centros de privilegios, y sus detentadores se conviertan en verdaderos servidores públicos.

En resumen,  tenemos que cambiar profunda y radicalmente  la forma en como se viene manejando el Estado. Está más que probado que en donde la administración del Estado tiene como propósito principal la disminución de la pobreza, y el bienestar y la seguridad de los ciudadanos en todos los órdenes, los niveles de vida y la satisfacción de los habitantes de esos países mejoran de manera notable.

Parecería muy fácil cambiar el rumbo que hemos venido siguiendo en esta materia, sin embargo, para lograrlo tendrán los políticos que ser menos egoístas, y olvidarse de sacrificar el futuro del país en aras de sus intereses inmediatos, y estar dispuestos a pagar los costos del presente por un mejor futuro para todos.  Sólo los que entiendan que esta manera de actuar es imprescindible para que las grandes mayorías sean las verdaderas beneficiarias de los recursos que maneja el Estado, y decidan hacerlo, merecerán llamarse estadistas.

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