El insólito triunfo de la diplomacia haitiana

El  insólito triunfo de la diplomacia haitiana

Desde la cátedra universitaria de Derecho Internacional Público, el admirado profesor Carlos Sánchez y Sánchez nos hablaba de la importancia de la diplomacia para la vida de los pueblos y la convivencia entre las naciones. Del carácter obligatorio de los tratados internacionales, los acuerdos multi y bilaterales ratificados por el Congreso Nacional de los respectivos países, y el papel tutelar de esos supra organismos multinacionales (ONU, UNESCO, OEA) sus orígenes y misión coadyuvante a la paz mundial, la convivencia pacífica, la prevención y condenación de la guerra, los actos terroristas, donde reina soberana la diplomacia como medio y fin último.

Diplomático de carrera nuestro ilustre profesor, con los pies en la tierra, nos decía lo conveniente, no toda la verdad que se ocultaba a lo interno de ese mundo controlado por otros intereses no tan sublimes. Países poderosos que deciden la suerte de países débiles mediante acuerdos, negociaciones y estrategias bien definidas. Trujillo, estadista sagaz, astuto, los conocía. Se hizo rodear de un excelente cuerpo diplomático integrado por funcionarios talentosos, conocedores de esa complicada y sensible telaraña y de un lobbismo capaz de dar batalla en el movedizo terreno de la alta política y la diplomacia, pudiendo salir airoso en momentos difíciles donde la causa defendida parecía condenada al fracaso.

Mulato, atildado a lo Trujillo, descendiente del Prócer Francisco del Rosario Sánchez según proclamaba, cuando trataba el tema haitiano le salía aquel racismo y xenofobia que provocaban la ocupación y las barbaries cometidas, advirtiendo dada la extrema pobreza de Haití, donde los haitianos viven mal y explotados en su tierra que ellos, “no se van a tirar al mar, vienen para acá” con su cultura, religión e idioma diferentes, por lo que habría que proteger la frontera, descartando cualquier invasión o amenaza dada la superioridad del poderío militar y la sapiencia y poder del Benefactor en el manejo de sus asuntos.

Ciertamente Trujillo, con todo su poderío económico y militar, ponía, quitaba y se entendía de maravillas con sus homólogos dictadores y esa clase elitista gobernante sin necesidad de apelar al arte de la diplomacia, que resultó inútil cuando su decrepitud atentó contra la vida del Presidente Betancourt y el triunfo de la Revolución Cubana hizo inminente su caída acorde con la teoría de Kennedy y el supremo interés del Imperialismo para evitar otra Cuba.

Con la eliminación de Trujillo, el populismo democrático y la complicidad de los gobiernos de turno junto a la voracidad del empresariado industrial y truhanes explotadores se agudizó el problema migratoria y mientras la Cancillería dormía el sueño de los justos atiborrada de vagos y botellas, Haití se preparaba para su gran batalla en las cortes internacionales y el campo diplomático, tomando apreciada ventaja en ese terreno agravado por la malhadada sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional, el fanatismo ultra nacionalista, la insensatez del partido y funcionarios del gobierno que en vez de sumar ganan enemigos, tratando de imponer condiciones absurdas para retomar el diálogo, prefiriendo denunciar a quien no debe, teniendo verdades que decir en el lenguaje de la diplomacia donde forzosamente habrá de decidirse la pelea.

 

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