El invierno del descontento

El invierno del descontento

Aunque con otro sentido, he despertado con la primera frase que pone Shakespeare en su drama sobre la vida y muerte del rey Ricardo III: «Now is the winter of our discontent» (ahora es el invierno de nuestro descontento).

Es que este invierno tropical nos regala inusuales temperaturas frescas, que no disfrutábamos desde los años de infancia y adolescencia. ¿Será regalo de Dios para bajar las altas temperaturas de la indignación?

¿Qué podemos hacer en estos tiempos los dominicanos para despertar de su sueño opiáceo al gobierno, al presidente del país y a quienes, gozosos a su lado, disfrutan del poder en su fase caprichosa, desenfadada e irresponsable, olvidando cabalmente que su deber es administrar, Administrar, el dinero, los recursos y las necesidades del país, con prudencia y sabiduría?

¿Cuánto no les hemos advertido al señor Mejía y quienes le rodean, acerca de malas y peligrosas inversiones multimillonarias, en deportes, entre otras, cuando lo prioritario: alimentación, salud y educación, se llevan más allá del olvido?

Este país, cuya mayor amenaza externa está marcada por la frontera con ese trágico Haití, cuyos infortunios no cesaron con su independencia primera del poder francés, para que entonces continuase sin interludios ni reposos el abuso de los fuertes, ya criollos, ejerciendo sólo lo peor y más cruel de los antiguos amos europeos, este país, Haití -repito- merece nuestra cuidadosa atención, alertidad y capacidad evitadora de que sus espantosos males nos caigan encima como descomunal torrente de lava ardiente. Para eso están nuestras Fuerzas Armadas, Ejército, Aviación y Marina (que no sé por qué demonios se llama «de Guerra»). Pero no es necesario derramar fortunas sobre las Fuerzas Armadas, especialmente sobre el Ejército Nacional. Lo que procede es que esa oficialidad que se pasea por nuestras ciudades en vehículos de lujo, sea apostada en la zona fronteriza, al mando de fuertes contingentes de tropa bien alimentada, apertrechada y mantenida bajo el ojo avizor de sus comandantes, para que eviten un derrame masivo de haitianos sobre nuestro territorio -ya inundado de los infelices vecinos- y presenten sus feroces carapintadas, no en nuestras ciudades donde se expresan protestas justas y pacíficas en grandísima mayoría por carencias que se reconocen justas, sino donde deben estar para cuidar nuestra soberanía en lo posible, porque ya se sabe, cada día más, que la soberanía de las naciones -especialmente las pequeñas y débiles-es muy precaria.

No hay que equivocarse. Para los grandes, la solución más cómoda del drama haitiano está en que nosotros absorbamos a Haití… aunque implique la desaparición de la República Dominicana que soñaron Duarte y los Trinitarios. La República Dominicana que nosotros queremos y amamos.

Vamos mal.

Y aunque mayor culpable, no sólo el Presidente Mejía es culpable de los monstruosos desaciertos de su gobierno, que será recordado con aquellas piedras negras con que los más antiguos romanos señalaban los tiempos trágicos.

Son corresponsables sus asesores y sus clientes, que están propensos a una apoplejía por el hartazgo de dólares que convierten aquella «Danza de los Millones», que, por razones circunstanciales honestas vivió San Pedro de Macorís el pasado siglo por el alza del azúcar, en un chiste de pequeñeces.

Me pregunto cuánto habrán de reír buen número de altos funcionarios nuestros cuando, ya sea en el cine o la televisión, ven en películas los trabajos y peligros que pasan los protagonistas para robarse un millón de dólares.

Ya el valiente, antifarisáico y valioso Cardenal López Rodríguez acaba de expresar que se ha dicho muchas veces lo que hay que hacer y el gobierno no escucha consejos. Así provengan de quienes sólo anhelan positividad y bien pare el país sin buscar beneficios personales. El Cardenal es un Príncipe de la Iglesia que no tiene que buscar nada en política, a menos que se trate del beneficio popular, que le incumbe directamente como jerarca seguidor de las obligaciones que impuso Cristo a sus seguidores.

Lo cierto es que uno se cansa de hablar honradamente sin ser escuchado.

Pero ¿qué podemos hace ahora?

No obstante, conviene advertir a quienes le siguen la corriente al Presidente Mejía, obnubilados por los beneficios, que ellos también son responsables del desbarajuste nacional. Es responsabilidad compartida.

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