El invierno pasará…la lluvia se irá

El invierno pasará…la lluvia se irá

MARLENE LLUBERES
Cuando menos lo esperamos, acontecen en la vida tristes circunstancias que causan dolores tan profundos que nunca imaginamos padecer.

El corazón es herido, el entendimiento se anula, únicamente la fuerte angustia domina todo nuestro ser. Hechos impetuosos laceran el alma: separaciones, engaños, pérdidas irreparables, errores inexplicables, diversos dolores emocionales. Inesperadamente el mundo a nuestro alrededor se destruye, lo que constituía nuestra seguridad no existe más, terribles sensaciones de soledad, desamparo y desolación nos invaden.

 

Se termina la esperanza, no existe forma alguna en que veamos un mañana. En nuestro interior, la vida aquí ha terminado, ya no habrá más luz ni claridad. No tenemos fuerzas, no queremos continuar, la mente es invadida, una y otra vez, por pensamientos que atormentan, sólo hallamos descanso al envolvernos en el más profundo de los sueños, del cual no quisiéramos despertar jamás.

La depresión y la amargura se levantan con todo poder haciendo que la vida se gaste de dolor, teniendo pesar en el corazón todo el día, entendiendo que Dios nos ha olvidado para siempre.

Es en este tiempo, cuando todo se ha desmoronado, en que es necesario abrir nuestros labios al dueño de nuestra vida, derramar el alma delante de aquel que fundó los cielos y la tierra, que pone en alto a los humildes y levanta a los que lloran a lugar seguro. Exclusivamente El tiene el poder para traer aliento al corazón afligido, así como aquel a quien consuela su madre.

Es Dios, cuando lo invocamos, quien nos oirá, inclinando su oído a cada clamor, sacándonos de las muchas aguas y librándonos; porque es nuestro ayudador, tendrá misericordia, de nosotros se apiadará ya que es refugio de generación a generación.

Es El quien enjuga las lágrimas y nos alegra conforme a los días de la aflicción, extendiendo sobre nosotros paz como un río. Sus ojos estarán abiertos y sus oídos atentos a la oración que brota del corazón, mostrando su inmensurable compasión. Al mirarlo, los ojos serán alumbrados y vendrá la consolación de todas nuestras soledades y cambiará el desierto en paraíso, extenderá una nube por cubierta y fuego para alumbrar la noche.

Aunque no entendamos lo que sucede y sea contrario a la razón y deseos, Dios sabe lo que padecemos y, ahí, en medio del dolor, está con nosotros teniendo planes perfectos que son de bien y no de mal. Es imprescindible que en El confiemos, apegándonos a su Palabra, porque no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Creamos que el invierno pasará y la lluvia se irá, El nos fortalecerá y no nos dejará sumergidos en la prisión del dolor.

Sin dar espacio a la duda y al temor, busquemos al Señor, toquemos su puerta, permitamos que lo sobrenatural, que viene del cielo, inunde nuestro ser.

Salgamos de la trampa del lamento y la autocompasión, encaremos de frente la realidad esperando un futuro promisorio, sin importar cuan incierto parezca o cuan doloroso haya sido el pasado, enfocándonos en todo lo que Dios hará con nuestras vidas en lo adelante.

Sonriamos aunque los días se encuentren nublados y nuestros ojos se hayan cansado de tanto llorar, porque, aún atravesando la más grande adversidad, Dios transformará todo mal en bien con propósitos que, en el inicio, no conocemos pero que, a la postre, veremos.

No nos revelemos contra el Creador, unámonos a El, seguros de que las circunstancias que quisieron destruirnos El las usará para bien en nuestra vida. En su tiempo, sacará de lo peor…lo mejor.

Transformemos la manera de ver a Dios, seguros de que cambiará la crucifixión en resurrección y, en un muy corto período, serán las flores de la tierra mostradas, la época de la canción llegará y la voz de la tórtola se escuchará.

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