El islamismo vence al arabismo

El islamismo vence al arabismo

Por MICHAEL SLACKMAN
EL CAIRO, Egipto —
Ella creció en El Cairo con los privilegios que acompañan a la hija de un oficial militar, asistió a la universidad y obtuvo un empleo en mercadotecnia. El creció en una aldea pobre de polvorientos caminos sin pavimentar, donde los jóvenes trabajaban largas horas en una fábrica de ladrillos mientras soñaban con obtener un empleo gubernamental que les pagara 90 dólares mensuales.

Pero Jihan Mahmoud, de 24 años, originaria del vecindario de clase media de Heliópolis, y Madah Ali Muhammad, de 23, originario de una aldea el el Delta del Nilo, han llegado exactamente a la misma conclusión sobre lo que ellos y su país necesitan: un fuerte movimiento político islámico.

“Tengo más fe en el islamismo que en mi estado; tengo más fe en Alá que en Hosni Mubarak”, dijo Mahmoud, refiriéndose al presidente de Egipto. “Esa es la razón de que esté orgullosa de ser musulmana”.

La guerra en Líbano, y la extendida convicción entre los árabes de que Hizbulá ganó esa guerra ensangrentando a Israel, ha fomentado y validado ese tipo de sentimientos en todo Egipto y la región. En entrevistas en las calles y en comentarios periodísticos que circularon en todo Medio Oriente, la opinión prevaleciente es que donde las naciones árabes fracasaron en hacer frente a Israel y Estados Unidos, el movimiento islámico tuvo éxito.

“La victoria que Hizbulá alcanzó en Líbano tendrá consecuencias regionales sísmicas que tendrán impacto mucho más allá de las fronteras del propio Líbano”, escribió Yasser Abuhilalah de Al Ghad, un diario jordano, en el ejemplar del martes.

“La resistencia celebra la victoria”, decía el titular de primera plana en Al Wafd, un diario de oposición en Egipto.

El percibido triunfo de Hizbulá ha impulsado, y sido impulsado por, una ola que ya recorre la región. El islamismo político era ampliamente considerado como el antídoto a los fracasos del nacionalismo árabe, el comunismo, el socialismo y, más recientemente, lo que es visto como la falsa promesa de la democracia estilo estadounidense. Fue esa ola la que ayudó a la prohibida pero tolerada Hermandad Musulmana a ganar 88 escaños en el Parlamento de Egipto en diciembre pasado pese a los violentos esfuerzos del gobierno por impedir que los votantes acudieran a las urnas. Fue esa ola la que llevó a Hamas al poder en el gobierno palestino en enero, sacudiendo al propio Hamas.

“Necesitamos una fuerza de unión”, dijo Mona Mahmoud, de 40 años y hermana mayor de Jihan. “En los años 60, el arabismo era esa fuerza. Teníamos una causa. Ahora carecemos de una fuerza de unión. Nos sentimos perdidos en el espacio. Necesitamos afiliarnos a algo. Regularmente en nuestra parte del mundo, debido a lo que la religión significa para nosotros, inmediatamente recurrimos a ella”.

La lecciones aprendidas por muchos árabes de la guerra en Líbano es que un movimiento islámico, en este caso Hizbulá, restauró la dignidad y el honor a una identidad raspada y apaleada. La gente en Egipto aún habla dolorosamente sobre la derrota ante Israel en 1967, una derrota que fue el principio del fin del pan-arabismo como ideología para unir a la región y definir a su gente.

El percibido triunfo de Hizbulá ha destacado, y para muchas personas aquí validado, el ascenso de otra ideología unificadora, una especie de nacionalismo árabe-islámico. En la calle incluso ha parecido borrar las divisiones entre las sectas islámicas, como sunitas y chiitas. Por el momento, el líder de Hizbulá, el jeque Hassan Nasralá, es ampliamente considerado como un héroe islámico pan-árabe.

“Los perdedores van a ser los regímenes árabes, Estados Unidos e Israel”, dijo el doctor Fares Braizat del Centro para Estudios Estratégicos en la Universidad de Jordania. “Los movimientos de resistencia laicos han desaparecido. Ahora están destacando los islamitas. Así que el nuevo nacionalismo va a ser el nacionalismo religioso, y una de las principales razones es la dignidad. La gente quiere recuperar su dignidad”.

Los términos nacionalismo islámico y pan-islamismo tienen una connotación negativa en Occidente, donde se les asocia con fundamentalismo y terrorismo. Pero ese no es el caso en Egipto. Bajo las presiones dobles de los ataques militares extranjeros en la región y un gobierno ampliamente considerado corrupto e ilegítimo, los grupos islámicos son vistos por mucha gente como incorruptibles, disciplinados, eficientes y caritativos. Un triunfo de Hizbulá en Líbano es por extensión una victoria de la Hermandad Musulmana en Egipto.

“La gente dirá que Hizbulá logró algo bueno, entonces por qué deberíamos desconfiar de la Hermandad Musulmana”, dijo Hassan Naffa, profesor de ciencia política en la Universidad de El Cairo.

Hay una amplia diversidad de opiniones y agendas bajo la fuerza unificadora pan-islámica-árabe. Pero como es a menudo el caso en los movimientos políticamente alineados, esas diferencias son fácilmente encubiertas cuando ese movimiento está en la oposición.

“Hizbulá es un movimiento de resistencia que nos ha dado una solución”, dijo Yomana Samaha, locutora de un programa radial en El Cairo que se identificó como laica y simpatizante de separar religión y gobierno. Pero cuando se le preguntó si votaría por un candidato de la Hermandad Musulmana en Egipto, dijo: “Sí, ¿por qué no?”

Fue una respuesta que pareció renuente — pero aliviada — de dar. “Si tienen una solución”, repitió, “¿por qué no?”

¿Una solución a qué?

“A la pérdida de dignidad”, dijo Mona Mahmoud, que es su amiga. Los conceptos de identidad individual y colectiva son variables aquí. Durante la ocupación británica de Egipto, un ascenso del nacionalismo egipcio ayudó a llevar a la independencia a principios del siglo XX. Después de la revolución de 1952, Gamal Abdel Nasser llevó al país y a la región a buscar la unidad bajo el estandarte del arabismo. Ese fue un tema pregonado por líderes desde el coronel Muammar el-Gadafi en Libia hasta Hafez Assad en Siria y Saddam Hussein en Irak.

Pero según muchos científicos políticos e intelectuales, el pegamento del pan-arabismo empezó a debilitarse en Egipto después de la derrota en la Guerra Arabe-israelí de 1967, una declinación que se aceleró durante los años 70 y los 80.

“La gente piensa que esta derrota fue un castigo de Dios porque nos apartamos de las doctrinas del islamismo”, dijo Gamal Badawi, un historiador egipcio.

Desde entonces ha habido un cambio constante y visible en la relación de muchos egipcios con el islamismo político. No es que los egipcios sean repentinamente más religiosos, dijeron analistas políticos. Este siempre ha sido un país religioso. Es que están más propensos a definirse por su fe. En las calles, eso es más evidente en el número de mujeres — una abrumadora mayoría — que se cubren la cabeza con pañoletas islámicas, un signo no sólo de convicción individual sino también de presión de grupo.

“El fracaso del pan-arabismo, la falta de democracia, y la corrupción, esto lleva a la gente a un cierto grado de desesperación en que empiezan a encontrar la solución en la religión”, dijo Gamal el-Ghitany, editor de Akhbar al-Adab, una revista literaria distribuida en Egipto.

Haciéndose eco de esta opinión, Diaa Rashwan, experto en movimientos islámicos y analista del Centro para Estudios Políticos y Estratégicos financiado por el gobierno en El Cairo, dijo: “La gente ha llegado a identificarse más como musulmanes durante los últimos cinco años en respuesta a la ‘guerra contra el terrorismo’ encabezada por Estados Unidos, a la cual los egipcios frecuentemente consideran como una campaña discriminatoria contra los musulmanes y el islamismo en todo el mundo”.

Pero no son sólo las presiones externas lo que ha empujado a tantas personas de esta nación, y esta región, hacia esa opinión. Los eventos que ayudaron a dar forma a la visión del mundo de Muhammad desde su aldea del Delta ilustran la forma en que el gobierno de Egipto también desempeña un papel.

En diciembre pasado, el tío de Muhammad, Mustafa Abdel Salam, de 61 años, fue muerto de un tiro en la cabeza por la policía egipcia mientras se dirigía a orar en una mezquita, según testigos, incluidos Muhammad y otros aldeanos. El asesinato ocurrió en el último día de votación en las elecciones parlamentarias de Egipto, un proceso de meses de duración que fue empañado por agentes policiales que recibieron la orden de impedir que los votantes acudieran a las urnas en muchos distritos. El gobierno se preocupó después de que candidatos afiliados a la Hermandad Musulmana empezaron a ganar con cifras récord. Aunque la hermandad está proscrita, los candidatos afiliados a la organización se postularon como independientes.

El gobierno dice que la policía no disparó municiones reales a los ciudadanos, pero muchas personas murieron y médicos y testigos — incluidos diplomáticos occidentales — dijeron que la policía disparó rondas reales a las personas que trataban de votar.

Después de que terminó la elección y Abdel Salam fue sepultado, el candidato afiliado a la hermandad visitó a la familia para ofrecerles sus condolencias y ayuda.

El candidato ganado, del gobernante Partido Democrático Nacional, no los visitó.

Muhammad dijo que toda la experiencia fortaleció su convicción de que el “islamismo es la solución”, una frase que es el lema de la Hermandad Musulmana. “Nuestra voz no es escuchada”, dijo Muhammad. “Son sólo las autoridades las que tienen voz. Lo más pequeño, como que vayamos a votar y seamos golpeados. Así que me apegaré a mi religión, y eso es todo”.

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