El jefe Seattle amaba su tierra

El jefe Seattle amaba su tierra

Papá contaba que su abuelo materno tenía vacas, cerdos orejanos, gallinas criollas, siembras de frutos menores y frutas, en un campo cercano al Seibo.

Los americanos impusieron el sistema Torrens para señalar la propiedad de la tierra y emplearon la fuerza para desalojar los campesinos, desconociendo sus pesos de títulos que los amparaban.

El presidente norteamericano ofreció comprar la tierra y arrinconar a los indios en una reservación, el jefe Seattle le contestó con sabias palabras que parafraseo aquí:

“Hace mucho nuestra gente cubría la tierra pero eso desapareció junto con la grandeza que ahora es apenas un recuerdo doloroso. No trataré el tema, ni lloraré sobre eso de nuestra desaparición, porque también nosotros somos  responsables de ella.

“La juventud es impulsiva. Ante una injusticia real o imaginaria quiere ir a la guerra. Así siempre ha sido. Así fue cuando se empezó a empujar a nuestros antepasados “hacia el este”.

“Esperemos que nunca regresen las hostilidades entre nosotros. Los jóvenes consideran la venganza, aún al costo de sus vidas. Nuestra gente retrocede rápidamente como una marea que nunca regresará.

“Los países poderosos no aman a nuestra gente, están parcializados porque no nos protegen. Nuestros antepasados nunca olvidan este hermoso mundo. Todavía aman los verdes valles, los rumorosos ríos, las magníficas montañas, las apartadas cañadas, lagos y bahías bordeados de verde, siempre suspiran con un tierno y cariñoso afecto por los vivos, y con frecuencia regresan del feliz coto de caza para visitarlos, guiarlos, consolarlos, y confortarlos.

Evitemos que nuestro país se convierta en una evocación, un recuerdo que se desvanece.

“Día y noche no pueden convivir mezclados. La neblina matutina huye antes que aparezca el sol de la mañana. No creo que mi gente se retirará y dejará su casa para los intrusos.

“Si no ponemos remedio a tiempo y siempre es posible sin que lleguemos a la violencia, un triste destino parece estar en el camino y donde quiera escuchará los pasos que se aproximan de su cruel destructor y se prepara impasiblemente a enfrentar su destino, como hace el antílope herido que escucha los próximos pasos del cazador.

“Pero, ¿por qué debo llorar sobre el destino de mi pueblo? Tribus siguen a tribus, y naciones siguen naciones, como las olas del mar. Es el orden de la naturaleza, y lamentarse es inútil. Su momento de decadencia puede estar distante, pero seguramente llegará, porque nadie está exonerado del destino común. Puede que seamos hermanos, después de todo. Veremos”.

Se intenta imponernos la desnacionalización, primer paso hacia la desaparición de la República. ¿Qué hacemos para evitarlo?

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