El Jesús de Joseph Ratzinger

El Jesús de Joseph Ratzinger

La reciente publicación de la segunda parte del libro “Jesús de Nazaret” de la autoría del cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, intitulada “Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección” (Madrid: Planeta/Encuentro, 2011), ha generado interesantísimas controversias, tantas o más que las surgidas con la primera parte (“Desde el Bautismo a la Transfiguración”).

La primera controversia es la que genera la propia existencia de un Papa teólogo o de un teólogo Papa o de ambas cosas a la vez. Ya en el prólogo Ratzinger se defiende anticipada e indirectamente a la objeción de que el teólogo quiere aprovechar la autoridad del Papa para darle el manto de infalibilidad a las opiniones del académico y señala que no se trata de una “cristología desde arriba”, sino más bien de la visión personal del autor sobre “la figura y el mensaje de Jesús”.

En todo caso, se trata de una obra cuyo autor se muestra satisfecho de que haya sido acogida por grandes maestros de la exégesis, manifestando incluso que queda por ver hasta qué punto el libro alcanza su cometido de integración hermenéutica, ambas evidencias claras de la modestia de Ratzinger en su emprendimiento intelectual. Los críticos son, sin embargo, implacables y no se amilanan frente a estas reservas del autor. El teólogo Juan José Tamayo sentencia: “Es verdad que no se trata de una declaración magisterial de carácter dogmático, sino de un ensayo teológico, pero lleva la marca papal en la misma portada donde aparece el doble nombre: Joseph Ratzinger Benedicto XVI”.

Pero la controversia más importante y de la que podríamos decir derivan las demás es la relativa al método hermenéutico utilizado por el autor. Ratzinger intenta articular una integración entre el método de la interpretación histórico-crítica y la hermenéutica de la fe sobre la base de que una exégesis integrada “ha de reconocer que una hermenéutica de la fe, desarrollada de manera correcta, es conforme al texto y puede unirse con una hermenéutica histórica consciente de sus propios límites para formar una totalidad metodológica”.

El autor busca así al Jesús histórico, pero no a ese Jesús de la exégesis crítica, “demasiado insignificante en su contenido como para ejercer una gran eficacia histórica”, sino a uno con el cual el creyente pueda sostener una relación personal. Si Ratzinger ha logrado esto es cosa por ver –se le acusa de tomar indiscriminadamente partes del Nuevo Testamento para que encajen en el relato de la vida de Jesús tal como él la ve-, lo que sí queda claro del estilo y del contenido de la obra es que la misma apela tanto al académico como al orante. Es más, se puede decir que el libro es modélico en cuanto a alcanzar ese lenguaje ni tan simple que espante a los investigadores ni tan complejo que aleje a los simples mortales.

Como abogado me ha interesado cómo el autor trata el proceso de Jesús. Aunque Ratzinger no entra en los detalles legales del proceso, es tajante en cuanto a que, dado que no conocemos el Derecho penal saduceo, lo más adecuado es ver el juicio contra Jesús no como “un verdadero proceso”, sino más bien como “un interrogatorio a fondo que concluyó con la decisión de entregar a Jesús al gobernador romano”.

Pero, conforme Ratzinger, Jesús no es un revolucionario político, por lo que, cuando Pilatos condena a Jesús, sabe que está mandando a la muerte a un inocente que no significa peligro alguno para Roma, sino tan solo para la aristocracia del templo, la cual, sin embargo, en la persona de Caifás cumple la voluntad de Dios, aun cuando fuese inspirada en “sus propias miras egoístas”, en virtud de las cuales convenía que “uno muera por el pueblo y que no perezca la nación entera”. De este modo, aunque el pueblo judío queda exonerado de la culpa histórica de la muerte de Jesús, pues quienes claman por la liberación de Barrabás son sus seguidores y no el resto mayoritario de los judíos, en la versión Ratzinger los dirigentes judíos quedan claramente inculpados al escoger a Jesús como chivo expiatorio y no entregar a Roma a los cabecillas de la rebelión judía.

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