El jinete y el caballo

El jinete y el caballo

MAURO CASTILLO
El sábado 24 de septiembre del corriente año 2005 partimos de Santo Domingo a las 8:30 de la mañana junto a nuestra esposa María del Carmen (Mery) hacia Jarabacoa para disfrutar del fin de semana largo que lo extendimos hasta el lunes para hacer un poco de higiene mental y a la vez comenzar a celebrar el cumpleaños de Mery y de nuestra hija Karina, que ambos serán el 26 de este mismo mes. De paso le dimos “bola” a nuestra secretaria Carolina para visitar su familia, que es oriunda de esta bella región a la que ya se le llama la Ciudad Ecológica por la abundancia y verdor de su vegetación, de sus montañas y de sus caudalosos ríos.

Nos hospedamos como de costumbre en el Hotel Pinar Dorado, donde llegamos próximo al medio día, pues aprovechamos para desayunarnos en el histórico restaurante de los Chinos de Bonao.

Al llegar al hotel nos encontramos con que en su amplia zona verde se estaba celebrando una competencia de caballos de pasos finos. Siempre hemos admirado ese noble animal que lo aprendimos a montar desde la infancia en San Cristóbal cuando nuestro padre nos regaló un potro al que le nombramos “Negrito” por su color azabache, el cual era mañoso y  haragán. Sin embargo, lo quisimos mucho y fue nuestro primer medio de transporte para ir a la escuela y cumplir las diligencias del comercio que tenía nuestro padre.

Después de registrarnos en el hotel nos incorporamos para disfrutar de este evento y quedamos impactados al ver la belleza y calidad de tantos ejemplares competidores de toda esta región del Cibao.

Para nosotros fue un verdadero espectáculo al poder observar con que hidalguía, belleza y estilo fruto de un riguroso entrenamiento participaron tantos bellos ejemplares.

Sabemos que en toda la historia de la humanidad el caballo ha sido el compañero clave para el progreso económico, social y científico que ha alcanzado el hombre con su poderosa inteligencia y su espíritu progresista.

La sapiencia de la cultura griega fue quizás la que mejor observó la relación tan profunda, tan íntima entre el jinete y el caballo, que la llegó al comparar con la misma relación de unidad que se establece entre el cuerpo y el alma humana. Para el maestro Sócrates y su alumno Platón debía existir una armonía, una simbiosis tan estrecha entre el cuerpo y el alma o entre nuestro cuerpo y nuestro espíritu que debe ser tan perfecta como la que existe entre el jinete y el caballo.

En nuestra condición profesional de un observador sistemático a diario de la conducta humana, donde la Psicología como ciencia nos obliga a ser de manera continua, un observador riguroso de ese comportamiento humano que es una respuesta a cada instante de esa relación mente cuerpo entre quienes debe prevalecer un total equilibrio y armonía para alcanzar los planes programados, es decir, el logro de metas, la solución de los problemas, que a diario debemos enfrentar.

En la competencia de caballos de pasos finos que disfrutamos toda la tarde y parte de la noche, pudimos admirar el grado de concentración y compenetración entre cada jinete con su respectivo ejemplar y nos parecía que existía un diálogo inconsciente entre estos dos seres para cumplir de una manera coordinada y perfecta las respuestas cadenciosas como la armonía musical de esos pasos de las 4 patas del animal que llegaba a ser tan coherentes en ciertos momentos que se hacía el equivalente de la sonoridad que producen las notas de un concierto en que la armonía musical la lleva a un ritmo tan acompasado que deleita el espíritu como si estuviésemos escuchando una bella canción. En un momento de la competencia se recorre sobre un paseo de madera que permite percibir aun más el acoplado movimiento de las cuatro patas.

Debemos felicitar a esos criadores, propietarios, exhibidores de tan bellos ejemplares porque sabemos con que pasión disfrutan tan maravillosa actividad que higieniza tanto la mente y llega a humanizar aun más a cada hombre cuando se disfruta de ese gran amigo inseparable que siempre lo será el caballo.

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