El judío errante

El judío errante

POR LEO BEATO
– Padre ¿qué hago?
El hombre penetró en la sacristía por detrás. No llegaba a los 50 años, rubio, de estatura mas bien baja, parecía el retoño de un querube degenerado. Mas boca que corazón.

-Lo ejecutamos. Eramos dos y cumplimos la orden camuflados en un volkswagen. Desde entonces no he podido pegar las pestañas por las madrugadas.

– ¿Qué quieres que te diga?
– Que me ayude a encontrar la paz. La CIA me mantuvo sin trabajar por dos años, me casaron con una gringa en California y después me mandaron al Diablo. Me encuentro como una nave a la deriva en busca de un puerto seguro. No puedo retornar a mi país.

El confeso parecía un centro-americano universitario sacado de una de esas páginas de Lombroso con sus descripciones morfológicas sobre las características anatómicas de los matones profesionales. Mas vientre que cráneo, mas quijada que extremidades, todo él recortado como una escopeta de perdigones de matar palomas mensajeras; un pepito cualquiera sacado de uno de esos chistes colorados de Alvarez Guedes. ¡Tremendo turpén! Fácilmente podía ser confundido con un monaguillo alemán. Los extremos se tocan, pues un ángel puede fácilmente convertirse en un diablito a caballo y viceversa. Depende de las circunstancias. Disparó a boca de jarro- ¡pum!- convirtiendo en matadero a la basílica catedral. Junto a su compañero de barracas y de ignominia auyentaron a todos lo ángeles dejando desangrándose a Dios en el altar mayor. Las monjitas se precipitaron sobre el cadáver caliente, casulla y alba teñidas de sangre, y lo besaron en la frente como bendición de despedida a un mártir que ofrendaba su vida por los desamparados de la tierra. Jamás se había repetido tal escena en la tierra desde el día en que pintaron de rojo el presbiterio de Canterbury en Inglaterra con la

 sangre de Tomas Beckett, el otro arzobispo martirizado al azar en el altar mayor.

– No me siento culpable- repitió como un papagayo- solamente necesito que me den paz 

– Pues yo no te la puedo dar- le respondí de sopetazo. Otro disparo en el costado que no hizo blanco.  Salió como había entrado, como un judío errante y por la puerta de atrás. Vino a que le limpiaran la sangre que caía a borbotones de sus manos pero yo no tenía el detergente apropiado y lo dejé pasar de largo tal como había llegado. Entró en la iglesia tres domingos seguidos pero la iglesia no entró en él ni una sola vez.

Nombre del mártir asesinado: Oscar Romero, San Salvador.

Nombre del asesino: Alvaro Saldivia, capitán del ejército. Historia real.

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