El juego democrático

El juego democrático

Las elecciones presidenciales del 16 de mayo del 2008 se perfilan como las más concurridas en términos de participación de partidos políticos.

Hasta el momento, veinticuatro de estas organizaciones están compitiendo por el poder.

Bueno, para ser exactos, no todas estas organizaciones compiten con candidatos propios.

Parecería que la salud de nuestra democracia es extraordinariamente buena, si se parte del hecho del pluralismo que la caracteriza y del cual es expresión esta participación masiva.

En términos reales, esta concurrencia, que implantaría una marca en nuestra historia electoral, necesariamente hace mirar hacia el desgaste de los liderazgos políticos.

Cuando dábamos nuestros primeros pasos en las lides democráticas, el número de partidos era reducido pero era considerable el poder de convocatoria de cada uno  y estaba basado en principios ideológicos y éticos que en la política moderna ya no parecen tener tanta importancia.

En aquellos tiempos la calidad del debate político y la esencia de las campañas eran enfatizados como instrumento idóneo para la  conquista de adeptos a causas ideológicas y principios. El laborantismo, el mercantilismo y otros “ismos” no menos letales para la vida de los partidos y la democracia, no eran entonces factores tan determinantes como lo son en la actualidad.

En el presente, la adhesión a causas entre fuerzas políticas rara vez está fundamentada en cuestiones ideológicas y coyunturas muy ajenas a la necesidad de fortalecimiento institucional son las que determinan las alianzas.

II

Algunas encuestas, como una realizada por Transparencia Internacional y dada a conocer aquí recientemente por el grupo cívico Participación Ciudadana, presenta a los partidos políticos entre las entidades más corruptas.

No se requieren dos dedos de frente para deducir que parte de esta corrupción, si no toda, ingresa al poder público y se consolida en el mismo por culpa de  partidos cuya práctica política se aleja de los principios ideológicos.

 En Latinoamérica, el surgimiento y triunfo  de ofertas políticas atípicas, en algunos casos contestatarias a los partidos políticos tradicionales, habla muy claro del deterioro y pérdida de liderazgo de estas organizaciones, muchas de las cuales pasan por el poder sin cumplir sus promesas de resolver los problemas más elementales de los pueblos.

Por eso, la pluralidad y la concurrencia abundante de fuerzas políticas en unas elecciones como las pautadas para mayo del próximo año no son, necesariamente, buenos síntomas, sobre todo porque muchas ofertas tienen una vocación mercantil que termina adhiriéndolas a fuerzas mayores a las cuales el poder les queda al alcance de la mano y tienen  capacidad para ejercer el trueque de  prebendas por votos.

 La debilidad institucional del país es, en gran medida, una consecuencia de la debilidad que ha hecho presa de los partidos políticos.

Los dominicanos tenemos que esforzarnos por enriquecer cualitativamente nuestra democracia y lograr que la pluralidad y concurrencia abundante a las elecciones esté determinada más por la abundancia de propuestas útiles para encauzar el desarrollo que por el afán clientelista predominante.

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