Los podríamos encontrar con repetida frecuencia en exclusivas tertulias, en los encuentros sociales o reuniones comerciales. Se agenciaban espacios a cualquier precio y bajo todo riesgo.
Presumían de poseer abundantes conocimientos sobre cualquier materia a tratar, así fuere deportes, economía o política. Se ufanaban de contar con una familia modelo y de haber recibido las mejores enseñanzas hogareñas e instrucción colegial.
Y en materia de conquistas amorosas, nadie les aventajaba en eso de atraerse las más apetecidas féminas de su entorno barrial.
Talvez auxiliados de las agendas mediáticas, acudían a cualquier convocatoria de prensa para saciar sus urgencias alimenticias o etílicas.
El personaje llegó a ganar envidiable espacio en la sociedad dominicana, en base a su capacidad de embobar con sus argucias y habilidad.
De tan repetidas presencias en los lugares públicos, se fueron haciendo fichas conocidas, pero también vistas con recelo y amplio rechazo.
El labioso, quizás expulsado por las transformaciones de la sociedad, por las limitaciones económicas o los controles, ha ido despareciendo del medio.
Algunos muy conocidos en los círculos sociales y económicos, llegaron a conseguir nombradía. Y se hicieron famosos en los espacios de prensa.
Muchos de ellos llegaron a creerse personajes importantes dentro del tinglado social. Hasta reclamaban reconocimientos.
Los labiosos posiblemente pasaron a ser historia de un pasado hecho historia.
Santo Domingo ha crecido y su gente adquirió mayor conciencia de sus responsabilidades y deberes. Y con las tantas sorpresas en estos tiempos de violencia y delincuencia, la población busca evitar el contacto con lo desconocido.
Ahora se les hace difícil penetrar en lugares restringidos, o clubes reservados a sus matrículas.
Aunque, como hemos visto en estos días, el dinero lo puede todo, así sea mal habido.