“El Larimar es nuestro embajador internacional”

“El Larimar es nuestro embajador internacional”

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Baoruco, Barahona.-Durante años el artesano y gallero Miguel Méndez, reconocido por su destreza y talento en el arte y técnica de elaborar objetos o productos a mano, viajó por las comunidades costeras del sur profundo, buscaba ámbar, costillas de manatíes, cuernos de reses, colmillos de cerdos cimarrones y conchas de carey, para elaborar artesanías en su modesto taller que operaba en la Ciudad Colonial de Santo Domingo.

Viajaba con frecuencia de la capital al suroeste, por una carretera serpenteada, tortuosa, incómoda y peligrosa, sin sospechar siquiera que su vida iba a cambiar con un inesperado descubrimiento de un tesoro que estuvo celosamente guardado en las profundas entrañas de la Sierra de Baoruco.

En aquella época, para mediados de 1974, la esposa de Miguel tenía una peluquería en Santo Domingo, próxima al taller de artesanía. Entre sus clientes estaba Rosa María, una alemana, propietaria de un estudio fotográfico en la calle Pasteur casi esquina Bolívar.

“Esta señora sabía que en mi taller trabajábamos con Ámbar, concha de carey, cuernos de reses, y todo esas cosas. Ella llegó un día con un pedacito de piedra bruto y un brazalete que le habían fabricado unos italianos que trabajaban en la Marmolería Nacional, con diferentes variedades de piedras recogidas en los ríos del país”.

Ana María había perdido una de las piedras del brazalete y le pidió al artesano que localizara un material similar para sustituir la que perdió. El artesano le explicó que era una encomienda difícil porque en esa época nadie tenía equipos ni conocía materiales para trabajar este tipo de piedra. Todo se trabaja con papel de lija.
¿De dónde sacaste esa piedra color turquesa?, le preguntó el artesano a la dama. Ella contestó: “No, no. Eso no es turquesa, esa piedra es de aquí, de República Dominicana”.

Sorprendido, Miguel murmuró, “¿Cómo? Y seguido preguntó: ¿Dónde se puede encontrar esa piedra? Ella respondió: “Vaya a la playa de Paraíso, en Barahona, y usted podrá observar a la gente, a los muchachos, jugando con esas piedras”.
Además del taller, Miguel Méndez tenía una tienda artesanal en la calle Arzobispo Nouel esquina José Reyes, frecuentada por miembros del Cuerpo de Paz, quienes recibían un diez por ciento de descuento en las compras.

Uno de ellos, Norman Rilling, geólogo, frecuentaba el taller y hurgaba entre el Ámbar, trataba de encontrar fósiles.

Méndez le contó a Norman la historia de las “piedras azules”. Inmediatamente se pusieron en acción y planificaron un viaje a Paraíso, Barahona, a verificar la fantástica historia de Ana María.

“Cuando llegamos, fuimos a la playa. Para sorpresa nuestra, allí no había piedras azules, no había nada, no apareció nada. De regreso, encontramos a otro miembro del Cuerpo de Paz, también geólogo. Le mostramos el pedacito de piedra azul y le sugerimos que si se enteraba dónde había piedras similares en la zona, que nos informa”.

Antes de una semana recibieron una piedra semipreciosa y la información correcta: Las piedras no estaban en Paraíso, sino en la playa de Baoruco. “Salimos para allá.

Cuando llegamos a la playa, donde desemboca el río Baoruco, y observamos a mujeres, niños, jóvenes, recogiendo piedras pequeñas en latitas y botellas. También había piedras grandes. Colectaron una considerable cantidad de piedras y la trasladaron al taller de artesanía de Méndez.

El padre de Norman residía en California. Era lapidarista y tallaba piedras, como aficionado. Enviaron el pedacito de piedra de Ana María para recabar su opinión. El progenitor de Rolling envió un corazoncito y unas líneas que decían: “Es cierto. La piedra es muy hermosa, pero es difícil trabajarla”.

Tallando piedras. Méndez empezó a tallar piedras, sin equipos, solo con una piedra de amolar, cubriéndola con material encerado. “La gente no me dejaba trabajar, comprando y preguntando cómo se llamaba la piedra. Enviamos muestras al Smithsonian Institution y respondieron que eso posiblemente era un desperdicio industrial, que no era nada original. Quedamos desconcertados. Decidimos enviar una piedra de mayor tamaño, en su estado rústico”.

En Smithsonian Institution analizaron la muestra y comprobaron que la piedra era pectolita y estaba asociada a otros minerales que le proporcionaban el color azul y la dureza a través de más de 35 millones de años.

Origen del nombre larimar. El negocio iba viento en popa. La gente seguía comprando artesanía. Méndez conversó con Normam y le preguntó: “¿Cómo es que vamos a llamar a esta piedra?”. Se barajaron nombres, pero estuvieron de acuerdo.

“Seguí afanado, barajando nombres día y noche, hasta que finalmente un rayo de luz iluminó mi cerebro. Escogí el nombre de mi hija Larissa y el color del mar. Así combiné Larimar. Fue un acontecimiento memorable”.

Antes de que Norman Rolling abandonara el país, ambos amigos retornaron al lugar donde localizaron las piedras.

En la playa, Méndez preguntó: ¿Tú crees que los depósitos de Larimar están en el mar? Me contestó: Yo te aconsejaría que mejor busques en el río”.
Méndez buscó a dos a Miguel Félix (El Ciego), y a un señor apodado Bonyó. Algunas

muestras de piedras semipreciosas aparecieron en el arroyo Los Checheses, próximo al lugar donde opera la mina de Larimar.

Miguel Méndez

FECHA Y LUGAR DE NACIMIENTO: 29 DE
SEPTIEMBRE DE 1939, RÍO SAN JUAN.

OCUPACIÓN: ARTESANO.
Se le considera el “padre del Lari
m a r ” por descubrir en 1974 la
piedra semipreciosa en la playa
Baoruco. Es un experimentado
y diestro artesano y ha enseñado
a cientos de jóvenes el
arte y técnica de fabricar o elaborar
objetos o productos a
mano, con aparatos sencillos y
de manera tradicional. Re ci b i ó
el reconocimiento del Senado
de la República y de la Asociación
Pro-Desarrollo de Baoruco.
La escuela-Taller de Artesanía
de esa comunidad.

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