Un sincero amigo me comentó que me estaba convirtiendo en un columnista monotemático y que debía abandonar los asuntos de infraestructura y de reforma fiscal para que los escritos no fueran monótonos y aburridos. Siguiendo ese consejo he decidido en este momento abarcar temas más amenos como los ligados al Lazarillo de Tormes, libro considerado como la primera novela picaresca, en la cual se contrastan dos sapiencias, la pillería del lazarillo y la perspicacia del ciego. En un momento en que ambos caminaban juntos oyeron un pregón acerca de la venta de las uvas preferidas por el ciego quien decidió comprar un racimo de ellas, lo puso encima de una mesa y le señaló al lazarillo que, tratándose de sus uvas preferidas, las comerían una a una, en orden estricto. Al percatarse el ciego de que el racimo estaba reduciendo su tamaño rápidamente le indicó al lazarillo que él estaba comiendo tres uvas a las vez. Replicó el lazarillo que el ciego no tenía razón para acusarle, pues, al ser ciego, no podía ver la actuación de él, el lazarillo, y que explicara porque le acusaba de comer en cada turno un número mayor de uvas que el acordado por ambos. El ciego continuaba diciendo, que él, el ciego estaba comiendo dos uvas en cada uno de sus turnos y que él, el lazarillo, no había protestado por esa violación del pacto entre ellos por lo cual el lazarillo hubiese tenido el derecho de también violar el pacto comiendo más de una uva a la vez en cada turno y que también tenía el derecho de comer más uvas que las que estaba comiendo el ciego en cada uno de sus turnos, o sea, tres uvas a la vez tratando de compensar el comportamiento violatorio del ciego y por eso quiso comer tres uvas en cada uno de sus turnos. En ese tono termina la novela demostrando que, ante la pillería del lazarillo, la perspicacia del ciego salió triunfante a pesar de su falta de visión. A continuación relato unos cortos escritos de Quevedo, quien era un escritor de profunda fe católica. Por tanto entiendo que esos escritos no son prosas profanas. Refiere Quevedo que un cínico cristiano, muy amigo de apropiarse de lo ajeno indicó que él cumplía fielmente las pautas del cristianismo y que las pertenencias que conseguía fruto de sus hurtos las ponía una encima de otra y, hecho eso, él se subía encima de ellas para orar y pedirle a Dios su misericordia. De esa forma, según ese cínico, él cumplía estrictamente con el mandato de amar a Dios sobre todas las cosas. A otro cínico se le preguntó si él cumplía con todos los mandamientos y contestó afirmativamente exceptuando aquel que dice: “No Matarás”, y que no cumplía con ese mandamiento porque temía morir famélico porque todo el mundo proclama que “Comer es matar el hambre”.
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Prosigo transcribiendo citas compiladas por el doctor Lawrence Peter, quien divulgó el “Principio de Peter”, que reza: “En toda organización jerárquica los individuos son ascendidos hasta que alcanzan su nivel de incompetencia”. Otra cita que bien pudo haber sido pronunciada por un importante político actual: “No tengo prejuicios porque a todo el mundo lo repudio igualmente”. En un juicio sobre un accidente de tránsito había un locuaz testigo que daba detalles sobre ese accidente, que ocurrió a más de 200 metros del sitio en que se encontraba el testigo. Tratando de verificar la validez del testimonio de ese testigo el juez le interrogó diciéndole: “¿Cómo es posible que usted reseñe detalles meticulosos sobre algo que ocurrió a tan larga distancia del lugar en que usted se encontraba?” Prosiguió el juez interrogando al testigo: “Por favor, dígame, ¿hasta cuál distancia puede usted ver?” La sabia e inmediata respuesta del testigo fue: “¿A cuál distancia está la luna?”.
Concluyo citando esta expresión del jocoso Mark Twain, aconsejando a los vagos: “No dejar para mañana lo que se puede hacer pasado mañana”.