El legado que nos deja el año

El legado que nos deja el año

Hoy concluye el año, y nos deja un legado de vergüenzas de la conducta de la clase política, que no son para enorgullecer a ningún país civilizado. El comportamiento de los llamados políticos es para avergonzarnos y ocultar el rostro, y no dejarnos ver por ningún congénere del mundo civilizado, al cual nos apreciamos de pertenecer, y creíamos que podríamos ser parte de los mejores del mismo.

El año concluyó con aceleradas locuras de ética, violencia e inconductas que mancharon penosamente los logros que se pueden exhibir de otras realizaciones públicas como el 911, la alfabetización, el índice de crecimiento superior al 6%, la construcción de escuelas, las visitas sorpresas y mejoramiento de algunos hospitales y un turismo que superó los cinco millones de visitantes por primera vez en la historia.

Tantos logros se desvanecen frente a la galopante corrupción que ha hecho irrupción en el sector público; los jueces, policías y políticos han preferido el camino fácil del enriquecimiento, sin importar que se manchen las reputaciones de las familias y de ellos mismos, empeñados en sacar el máximo beneficio posible, aun cuando sea para atraer adeptos a los proyectos políticos presidenciales con el uso despiadado y desembozado de los recursos del presupuesto nacional.

La ciudadanía se ha entretenido y preocupado en estos tiempos navideños de la violencia desatada y trasiego de apoyos políticos donde la presa codiciada es pegarse al gobierno, que reparte a manos llenas el dinero, que no es de ellos, sino del contribuyente con el propósito de arrollar con una victoria contundente sin detenerse ante los remanentes del prurito de conciencia y embisten para desmembrar a los partidos políticos opositores, que son simples entelequias de las ambiciones de los dirigentes para administrar los recursos que se le dispensan a los que con más agallas ya ocupan puestos claves en el gobierno.

El espectáculo deprimente de las mudanzas de los dirigentes políticos de una parcela a otra, la han escenificado con lamentos plañideros los reformistas que en un momento dado pretendían reclamarle al partido gobernante más de lo que ellos podrían aportar de un grupo de ex seguidores del doctor Balaguer, y a la sombra de las posiciones que el PLD le ha otorgado desde hace años, buscaban una mayor participación. Muchos de ellos se han enriquecido y ahora los hemos visto pataleando con los sucesos recientes del cambio de chaqueta y de padrinos para los fines proselitistas, se inquietan cuando ven peligrar sus canonjías y de seguro organizarán un frente para pretender seguir bajo la ubre generosa del PLD que muchos ya prevén un sacudimiento atemorizante a su reino en mayo del 2016.

El 2015 se podría bautizar en su último día como el año de la vergüenza y deshonra de los dominicanos con la corrupción acelerada a su máxima potencia, no se ha detenido ante nada y menos con el qué dirán, sino refugiándose en la impunidad secular que ha prevalecido toda la vida en el estamento político y no ha permitido juzgar con decisión patriótica y seriedad la mala conducta de los hombres que han hecho del desfalco al erario público su modelo de vida.

La justicia se encargó de clavarle los últimos clavos al ataúd donde se sepultó la decencia dominicana, fruto de las últimas sentencias emitidas, y el escándalo con los jueces suspendidos por las ventas de sentencias hizo tambalear al último reducto de la esperanza nacional para la honestidad judicial, con lo que la suprema autoridad judicial ha quedado maltrecha frente a una opinión pública que ahora no sabe qué Chapulín vendrá a defenderla.

La nación, en el último día del año se divierte y disipa con las celebraciones, para no continuar arropada con la angustia de que los políticos se volverán más agresivos en sus acciones, el dinero público desaparecerá por la cloaca de la deshonestidad para asegurar la continuidad hipócrita a una población angustiada y desesperada ante la avalancha del latrocinio de los políticos y de la violencia que ha empañado de mala manera a una gestión que se inició con los mejores augurios del mundo, pero como sucede con los gobiernos a la mitad del período constitucional, todo se desmadra, y la contención de la moralidad se quiebra para hacer brotar los actos corruptos que aparecen tímidamente pero luego toman impulso y angustian al país que creyó ya no iba a ver otra vez los actos desconsiderados como los cometidos en los primeros doce años del siglo XXI.

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