El lenguaje de la creación, de don Bruno Rosario Candelier

El lenguaje de la creación, de don Bruno Rosario Candelier

El magisterio intelectual de don Bruno Rosario Candelier sostiene su marcha edificante con la publicación de la colección de ensayos titulada El lenguaje de la creación, rótulo que cohesiona una enérgica labor desplegada en triple vertiente: la reflexión teórica que indaga en las profundidades de la cognición, el estudio literario en que la especulación intuitiva o racional asume rol de piedra de toque que no excluye su propia valoración, y una conversación abierta al mundo en la que el mundo construye a fuerza de cotidianidad la vivencia de la lengua, experiencia vital esta última que juega a revestir en este libro ya forma dialógica —epistolar o conversacional— o francamente enunciativa.
El autor, por su condición de lingüista y cultor literario —indagador de la certidumbre y el arcano del idioma—, por exigencia del análisis especializado, y por escogencia de la modalidad del ensayo sobre la del tratado, prioriza en la obra el estudio y la ejecución de aquella creación en que interviene un discurso léxico frente a otras formas no lingüísticas (danza, música, escultura, pintura, arquitectura, ciertos modos de realización teatral…) con lenguajes particulares de creación fuera de determinado campo de la lingüística, pero dentro de las lindes de la semiología, sin excluirlas plenamente, antes bien ejemplificándolas cuando resulte necesario.

Creación en la Palabra, lenguaje en función de lengua, lengua en atribuciones de lenguaje, tramo en que los conceptos de lenguaje y lengua se fusionan para apuntalar el ejercicio hacedor humano y… sobrehumano: las crónicas judeocristianas fincan la substanciación del mundo en palabras vertidas por ensalmo: «Dijo Dios: “Haya luz” y hubo luz». En la tradición mítica de los mayas, inscrito en el Popol Vuh, se lee desenfadadamente: «Llegó aquí entonces la palabra»… Estos fueron trabajos providenciales; los hombres — ¿más modestos?— creaban a su vez leyendas y epopeyas en las que no pocas veces erigían a las propias deidades.

Al discurrir sobre la lectura, primeramente tiéndese a ponderar las dotes de ensayista de nuestro autor: sus dotes de pensador, de estilista y de juzgador. Una actividad asumida con ardor entrañable, con verdadera pasión por el vocablo y el concepto nos revela una voluntad al servicio de los altos valores del espíritu, del intelecto y de la fraternidad humanos. El autor consigue transmitir la fruición que el ideal genera en los adentros de su individualidad, amplificándolo cual si se tratase de caja de resonancia. Ideal de belleza y perfección formal que pretende la Verdad, prístina e impoluta, como corolario sustantivo… Para esto exhibe un bagaje cultural, intelectual y artístico decididamente sin parangón en las letras nacionales en cuanto resume un saber milenario que se organiza en los entronques de permeables presupuestos filosóficos y se abre a expectativas multívocas que rebasan los límites de la tirante racionalidad.

…Con la creación del lenguaje, en algún momento de su sinuosa evolución (tal vez por razones de sobrevivencia, como se aduce desde finales del siglo XVIII), la humanidad ha podido, con cualificada legitimidad, reclamar rodaja de participación en el lenguaje de la creación, ese reino del logos esencial que materializa la idealidad figurada… y que vuelca en la realidad objetiva las íntimas certidumbres del ente generador. Dicho como para subrayar, el ser humano se apodera con propiedad del lenguaje de la creación en el instante en que emplea conciencia y capacidad cognitiva en la confección de un sistema de información que le permita organizar lógicamente el mundo adyacente y luego, peldaño tras peldaño, compendiar mundos nuevos de representación sígnica y simbólica al través de la reflexión, la intuición, el razonamiento, la imaginación, la inspiración, la abstracción… Si la substanciación de la lengua es acto cardinal de creación, la manipulación de la misma es propiciadora de una creación sobre la creación, formulación de taxonomía avanzada… En el apuntalamiento y estímulo de esta forma última de creación en que puede el hombre enaltecer su condición natural se encuentran las razones que espolean el trabajo intelectual de don Bruno Rosario Candelier y la publicación de El lenguaje de la creación…
Don Bruno preconiza el conocimiento y el dominio acabado de la lengua para una creación revestida de singularidad, con dos atributos fundamentales: belleza expositiva y sustantividad de significado, correspondientes a dos aspectos primarios de la obra de arte o de pensamiento: forma y fondo. No puede ser de otra manera. El razonamiento enjundioso y el juicio más acertado carecerán del impacto necesario para convencernos a cabalidad —de entrada, al menos— cuando se hallen reducidos en eficacia por una deficiente y cojeante exposición. Inversamente, los más primorosos aderezos formales parecerán a nuestros oídos pomposas vaciedades cuando se haya descuidado la carga conceptual. Un equilibro de cúspide en ambas instancias garantiza una creación de orden trascendente, que impacta indeleblemente en la sensibilidad de nuestros espíritus y —superando al tiempo— en el flujo inagotable de las generaciones venideras.

Ese equilibrio entre aspecto formal y peso conceptual (que demanda proporcionalidad directa en la obra artística) puede sufrir alteraciones y hasta comportar proporcionalidad inversa en la obra técnica o científica, por lo cual acierta don Bruno Rosario al estatuir la diferencia entre ambos discursos recurriendo a la naturaleza de la fuente: «Nuestros pensamientos se manifiestan en imágenes y conceptos, y pensar en imágenes o pensar en conceptos va a pautar la diferencia entre el pensador y el artista. El pensador reflexiona ante las cosas y, en tal virtud, hace filosofía, ciencia, tratados, estudios y ensayos. El artista se impresiona ante las cosas y, en tal virtud, escribe poesía, ficciones, compone creaciones pictóricas, arquitectónicas o musicales. Lo que indica que existe una belleza del pensamiento y una belleza de la forma, que el creador [concreta] en diferentes artes según su inclinación sensorial, afectiva y espiritual».

Variadas las preocupaciones del autor: lingüísticas, didácticas, morales, filosóficas, ontológicas… dispuestas en conjunto interrelacionado que señala como aguja imantada, al experto como al apenas iniciado, la senda por donde habrase de ver la base vivencial transformada en acto eminente de creación intelectual, espiritual o artística.

El tono predominante es el del Maestro que maneja con habilidad la materia tratada, dispensando el conocimiento directamente al discípulo en ocasiones; a veces a un maestro interpuesto para beneficio del acto de enseñanza… Correspondencia entre lo predicado y lo elaborado: enseña, reclama y ejercita una escritura tensa (pero dúctil a la vez, válida la paradoja) en que los conceptos escogidos por su reciedumbre se hilvanan bella y armoniosamente, pero con corrección y propiedad, desenvoltura particular de quien ha consagrado toda una vida al cultivo del arte literario y de la lengua. «Propiedad» y «Corrección» son entendidas por Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña de manera unánime: la primera como «adecuación interna de la frase al pensamiento que se ha querido expresar»; la segunda como «adecuación externa a las formas admitidas socialmente como las mejores».

He aquí la justificación de la insistencia del autor en «los tres códigos de la lengua» (vocabulario, gramática, ortografía); la insistencia en el conocimiento de «las tres perspectivas de la palabra»: a) la vertiente formal… «que funda el encanto de la expresión en su dimensión sonora y elocuente», b) la belleza conceptual… «que se funda en el sentido de fenómenos y cosas», y c) la dimensión trascendente… «que alude a la energía interior que los vocablos sugieren en virtud de su relación con el trasfondo de las cosas y los fenómenos de la conciencia», todo dicho en sus ajustadas palabras; y, por último, la insistencia en la observación de decálogos de fondo y de contenido para que se mantenga la debida orientación en cada singladura del lance escritural. Estas recomendaciones las hace de manera reiterada, señal del propósito marcadamente pedagógico de sus disertaciones, porque todo aprendizaje implica y demanda, por esencia, al par de la imitación, la gimnasia necesaria e implícita en la acción de repetición.

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