EL LENGUAJE DEL DOBLE GÉNERO

EL LENGUAJE DEL DOBLE GÉNERO

Al invalidar el lenguaje de doble género, los académicos de la lengua y los buenos hablantes parten de la aplicación correcta de la norma gramatical. Advierten que no es el lenguaje el causante de situaciones adversas a la mujer, y señalan que cuando los hablantes duplican la terminación genérica para usar el masculino y el femenino suelen violentar la normativa gramatical.

Los gramáticos, lingüistas y académicos de la lengua estudian el sistema el propio idioma para mantener la unidad del medio de comunicación y fomentar su mejor comprensión y su aplicación y, en tal virtud, refrendan el uso del buen decir, defienden la normativa gramatical y alertan a los hablantes sobre los usos contrarios a la pauta inherente a la forma establecida de la expresión. Del empleo avalado por los hablantes competentes especialistas del lenguaje infieren la normativa gramatical. Consecuentes con dicho principio, advierten la inadecuación del lenguaje de doble género porque contradice una correcta aplicación de la norma gramatical, cuyo uso califican de incorrecto porque deviene una forma redundante, antiestética y antigramatical, como se aprecia en la innecesaria duplicación de “Los y las”, “todos y todas”, etc.

Al invalidar el lenguaje de doble género, los académicos de la lengua y los buenos hablantes parten de la aplicación correcta de la norma gramatical. Advierten que no es el lenguaje el causante de situaciones adversas a la mujer, y señalan que cuando los hablantes duplican la terminación genérica para usar el masculino y el femenino suelen violentar la normativa gramatical. El uso del doble género no hace pro feminista a quien lo emplea, ni su aplicación conlleva una valoración de la mujer, sino un atropello a la gramática. Aunque el sistema de nuestra lengua establece una diferencia entre el masculino y el femenino, la norma consigna que el masculino es el género no marcado y el femenino el género marcado, por lo cual el masculino genérico no entraña un uso discriminatorio contra la mujer. Así “Los dominicanos” incluye a los hombres y mujeres de esa condición gentilicia; “los estudiantes” engloba a varones y hembras. Igual ocurre con el participio activo terminado en -ente (presidente, inteligente, indulgente, pariente, aplicables a ambos sexos). Por tanto, es improcedente aplicar la marca femenina en el participio activo de voces terminadas en -ente, pues esa terminación carece de marca de género y, por tanto, es aplicable a hombre y mujer: estudiante, adolescente, cantante, oyente, etc., forma válida para ambos sexos.
Si la pauta gramatical establece que el masculino es el género no marcado, es innecesario, redundante, improcedente, antiestético y mal fundado usar el doble género ya que la alusión a los dos sexos es fonéticamente chocante, estéticamente engorroso, semánticamente reiterativo y casi siempre violatorio de la pauta gramatical. Quienes usan en público “los y las”, en su lenguaje coloquial privado no dicen “llevo a mis niños y mis niñas, a la casa de su tío y su tía para que ellos y ellas estén con sus primos y sus primas, y así estemos todos y todas juntos y juntas”.
La RAE reconoce el uso del femenino para los oficios y profesiones desempeñados por mujeres (doctor/doctora, abogado/abogada, peluquero/peluquera); no así para aquellas palabras que designan instancias o categorías, como miembro, que carece de femenino. MIEMBRO implica el concepto de pertenencia a un grupo, una instancia o entidad sin alusión de sexo; por tanto, es aplicable a hombre y mujer, en cuyo caso es invariable, por lo cual es incorrecto decir *miembra, aplicado a una mujer. Cuando se alude a profesiones y oficios, dicho de una mujer, corresponde el femenino (médica, abogada, arquitecta). Diferente es la HETERONIMIA, es decir, palabras propias para cada género, con vocablos de distinta raíz etimológica según el sexo del referente (hombre/mujer, caballo/yegua, yerno/nuera, varón/hembra, padre/madre).
La gramática habla de SUSTANTIVOS COMUNES en cuanto al género. Algunos son masculinos (cuadro, día, árbol) y otros son femeninos (mesa, pared, ventana), pero una expresión como “las manos limpias”, en que la palabra mano es femenina (la mano), su diminutivo sigue siendo femenino (las manitas limpias, no *las manitos limpias). Los sustantivos comunes tienen una misma marca para los dos géneros gramaticales. Por eso son sustantivos comunes, como tiempo, tema, mesa. El género del sustantivo común lo señalan los determinantes y los adjetivos con variación genérica: el/la pianista, el/ la psiquiatra, el/la artista.
Diferente es el caso de los SUSTANTIVOS EPICENOS. Son los que tienen una misma terminación, con un solo género gramatical para referirse a individuos de uno y otro sexo. Por eso hay epicenos masculinos, válidos para los dos sexos, como el personaje, el vástago, el lince (“Esa mujer es un lince”), no *“Esa mujer es una lince”); y epicenos femeninos, válidos para los dos sexos, como la persona, la víctima, la hormiga, aplicable a un hombre o a una mujer (“Juan es una persona sabia”, “María es una persona sabia”). Mientras el sustantivo común admite los dos géneros (el/la pianista), el sustantivo epiceno solo admite un género gramatical, válido para los dos sexos. “Lince” es, por tanto, aplicable a hombre y a mujer. “Ese hombre es un lince”, “Esa mujer es un lince”. El epiceno puede ser masculino o femenino, pero solo uno para ambos sexos: “Juana de Arco es un personaje de la historia” o “Alejando Magno es un personaje de la historia”. El nombre epiceno tiene un solo género gramatical para los dos sexos, mientras que el nombre común admite los dos géneros gramaticales con la misma terminación (bebé, artista, dentista, poeta). La existencia de nombres epicenos masculinos (el personaje, el vástago, el lince) o de epicenos femeninos (la persona, la víctima, la perdiz) no contradice la normativa gramatical.
El uso del doble género suele violentar la normativa gramatical. La concordancia de los epicenos se establece según el género del sustantivo, y no en función del sexo del referente. Así decimos “La víctima, un hombre joven, fue trasladada al hospital” (y no “fue trasladado”, aunque se aplique a hombre), ya que la forma lógica del predicado (“fue trasladada”) ha de adecuarse al género del epiceno, que en el caso de “la víctima” es femenino, y no según el género del referente, que en el caso del ejemplo es masculino. Se ha establecido que el masculino gramatical no solo alude a los individuos de sexo masculino, sino también designa la clase, la categoría o la especie a que aluden por una convención. Así decimos: “El hombre es un animal racional”, aludiendo con la palabra “hombre” a los individuos de ambos sexos. La inclusión atribuida al género gramatical masculino no implica discriminación de sexo, sino una convención cultural, favorecida por la economía lingüística economía expresiva sancionada por el uso y la norma de la lengua. La expresión “Los alumnos” comprende a varones y hembras. Es innecesario y redundante decir “Los y las alumnos/ alumnas”. Esa manera de hablar, rayana en la ridiculez, va contra la normativa de la concordancia y contra el espíritu de nuestra lengua. Decir “Los y las ciudadanas” contraviene la preceptiva de la concordancia ya que aplica “los” a “ciudadanas” y “las” a “ciudadanos”, por lo cual, además de antigramatical, es redundante y antiestético, al tiempo que desdice del genio de nuestra lengua, aunque lo usen políticos, maestros, comunicadores y sacerdotes. La incuria en el lenguaje, la vulgaridad expresiva y el uso de voces soeces, señales son de frustración y resentimiento, y su uso, como el del lenguaje del doble género, inficiona el sistema de nuestra lengua aunque se use en nombre de un supuesto avance cultural.
La exaltación de discutibles avances epocales, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, el supuesto ‘orgullo’ de la pajarería, la justificación del aborto, el cuestionamiento de los valores cristianos y el lenguaje del doble género, etc., forman parte de una presunta modernidad que promueven quienes pretenden desarticular el fundamento de una cultura establecida sobre valores morales y espirituales en los que nuestros mayores fundaron sus vidas, su conducta y sus ideales.
*El doctor Bruno Rosario Candelier, filólogo y crítico literario, es director de la Academia Dominicana de la Lengua, miembro correspondiente de la Real Academia Española y presidente del Ateneo Insular.

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