El lenguaje y las humanidades

El lenguaje y las humanidades

Los cinco instrumentalismos (lingüístico, lógico, social, artístico-literario y político) están redoblados por los seis paradigmas que constituyen el signo  expuestos por Henri Meschonnic en su libro Crisis del signo. Política del ritmo y teoría del lenguaje, donde ratifica y amplía su lucha en contra de la teoría tradicional del signo y el lenguaje que reina en los discursos, las prácticas humanísticas y las ciencias duras.

Esos paradigmas, redoblantes de la teoría tradicional del signo son: 1) El paradigma lingüístico, definido por su autor como “el modelo del dualismo del signo, significante/significado, ambos heterogéneos entre sí.” 2) El paradigma antropológico, “siempre dualista, según el modelo que opone lo muerto y lo vivo, el lenguaje y la vida, la palabra genérica abstracta y el particular concreto”. 3) El paradigma filosófico “que opone las palabras y las cosas, la naturaleza y la convención, confundida con el arbitrario del signo.” 4) El paradigma teológico, “cultural pero mundializado (los otros son universales) que opone el Antiguo Testamento al Nuevo Testamento en la teología cristiana de la prefiguración como el significante al significado: el Nuevo Testamento tiene el sentido del Antiguo Testamento.” 5) El paradigma social “opone el individuo y el individualismo en la sociedad”; y, 6) el paradigma político “ilustrado por El Contrato Social de Rousseau que opone la minoría a la mayoría de modo que la mayoría no se imponga ‘por la tiranía de la mayoría’ sino por la identificación simbólica con el soberano.” Y concluye Meschonnic: “Y todo este conjunto constituye el signo. Y posee una fuerza inmensa.” (p. 20)

Ya antes, en 1996, había sido publicada la traducción al español de su primera obra en francés  editada por Gallimard, de París, en 1970. ¿Puede entonces alguien perteneciente al ámbito de las humanidades o de las ciencias duras ignorar esta nueva teoría del lenguaje y el signo cuyos efectos sobre la concepción de la lengua, el discurso, el sujeto y la ideología son capitales para nuestra respectiva práctica intelectual y social? ¿Cuáles son los efectos de esta ignorancia?

Los efectos pueden ser una vasta metaforización de nuestra práctica social o disciplina humanística, ya sea en la modalidad de investigación, docencia o escritura con escaso poder de conocimiento y coherencia sobre el objeto de estudio al cual nos enfrentamos. Esta vasta metaforización es capaz de conducirnos a la repetición consciente o inconsciente de las teorías más tradicionales de nuestra práctica intelectual y otorgarles carácter de verdades incuestionables  y por cuya defensa somos, a veces, capaces de matar o de llegar a la intolerancia más peligrosa.

Para poder acceder, hoy, a una crítica de las humanidades y de la disciplina que cada cual practica, hay que superar la teoría tradicional del lenguaje y el signo que tiene “una fuerza enorme”, según  Meschonnic. Pero esta teoría tradicional no es más que el peso muerto de la inercia y la rutina que se niega a examinar cualquier discurso nuevo que amenace con desestabilizar el mundo de creencias muertas que arrastran los sujetos sin darse cuenta, aunque instintivamente se dan cuenta de que asumir una teoría nueva es un peligro para la estabilidad y el prestigio social que ocupan en la sociedad; una aventura peligrosa para la sociedad, la ideología, la cultura y los intereses del orden político del cual se consideran garantes y mantenedores.

Vistos estos cinco instrumentalismos y los seis paradigmas del signo que los recubren, ¿cómo plantear una crítica a las prácticas humanísticas y su respectivo discurso? Justamente, en el ensayo de Meschonnic, Crisis del signo…, hay una sección titulada “La poética como crítica del lenguaje en las humanidades” donde el autor traza un camino para obrar en consecuencia y que invito a su lectura y luego la estudien detenidamente. En síntesis, el autor plantea que el problema de las humanidades se remonta hoy a lo que “Horkheimer llamaba teoría crítica o teoría tradicional, en la que la teoría tradicional es regional y la teoría crítica una teoría de conjunto.” (p. 39)

El problema mayor de las humanidades  es, hoy, que están formadas por una heterogeneidad de disciplinas divididas en compartimientos estancos y dentro de estas, grandes subdivisiones y especialidades, pero lo que caracteriza tanto a las divisiones, compartimientos estancos, subdivisiones y especialialidades es que “están unidos por la misma laguna: el mismo impensado del lenguaje.”

En pocas palabras, que las disciplinas humanísticas y los discursos que las teorizan no se han detenido, a través de los sujetos que las encarnan, a pensar cuál es la teoría del lenguaje y el signo con la cual realizan su práctica, dado que de tales prácticas lo único que nos proporcionan sus practicantes son discursos.

Pero la teoría del lenguaje y el signo no es privativa de quienes se consideran especialistas de la lingüística y la literatura. Tanto en las disciplinas literarias como en las no literarias dentro de las humanidades, ronda el mismo fantasma: el impensado del lenguaje y el signo.

 Para ambas divisiones, “el estatus del lenguaje se desdobla: se trata de discursos explícitos o implícitos sobre el lenguaje y sus actividades; y se trata además de su teorización más o menos elaborada.” (p. 42) Razón por la cual  “tal o cual especialista no sabe lo que dice del lenguaje. Y de la cosa literaria. Dice y no sabe lo que dice. Cuando es sociólogo, por ejemplo.” (ibíd.)

Digo, en orden de importancia: cuando se es historiador, filósofo, sicólogo, siquiatra, sicoanalista, antropólogo, maestro de básica y media, catedrático, traductor, no se puede seguir hablando de lenguaje, lengua y signo con la teoría tradicional para la cual estos tres vocablos son un instrumento, una representación o un sujeto inexistente. Seguir hablando con estos términos es hacer de ellos un uso metafórico o semiótico y no un uso lingüístico donde, tan mortal es el lenguaje del poder como el poder del lenguaje, según lo ha teorizado Meschonnic.

Para concluir, sostengo que la repetición de la teoría tradicional del lenguaje y el signo tiene un efecto desdialectizador para la teoría histórica del discurso, del sujeto, del poema, del Estado, de la literatura y el traducir. Esa teoría tradicional nos obliga a decir lo que sabemos de estos tres conceptos. Es decir, nos obliga a repetir clichés, pero no sabemos lo que decimos acerca del lenguaje, la lengua, el signo, el sujeto, el Estado, la ideología, el poema y el traducir. Esta teoría tradicional es la que prima en nuestra era del conocimiento digital, del ciberespacio y del cibermundo. Como teoría tradicional, es una productora de desconocimientos científicos en esta era de la sociedad del conocimiento y la información.

La globalización la ha reforzado y ha obligado a cada sujeto a reproducir un arsenal uniforme de clichés (transparencia, consenso, modernidad, misión, visión, competitividad, calidad, etc.) Como teoría, la teoría tradicional del lenguaje no muere, porque los discursos no mueren. Pero tenemos el derecho impostergable de remplazarla, porque no posee coherencia y sus nociones no producen un conocimiento nuevo, útil para la transformación de los sujetos. Lo único que produce la teoría tradicional son las figuras gastadas de la repetición.

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