El Leonel que conozco

El Leonel que conozco

Una periodista le gritó desde el fondo del auditorio del Banco Central al Presidente Fernández: ¡Mentira!

Él teorizaba sobre los éxitos de las libertades públicas en su gestión 1996-2000 frente a un nutrido público, comunicadores en aplastante mayoría. Y ante la expectación de los presentes provocada por la repentina e inusual acusación de la mujer, se limitó a contestar más o menos: “En mi gobierno hay tanta libertad que usted le puede decir mentiroso al Presidente y no pasa nada”.

El único referente parecido sobre el comportamiento de Fernández frente a los actores de la comunicación, lo ubico a principio de la década de los ochenta, en un aula del ala izquierda del tercer piso de la Facultad de Humanidades, donde él impartía Sociología de la Comunicación. No era un político conocido entonces.

Si mi memoria no falla, discurseaba sobre los medios y el poder. Y en ese marco, formuló críticas políticas (no personales) a la gestión del Presidente Balaguer.

Atestado de estudiantes estaba el curso, bajo una sábana de calor cercana a los 35 grados Celsius, cuando desde el centro una mujer interrumpió y comenzó a defender con vehemencia a su líder criticado. Hablaba y hablaba, lo defendía, casi lo igualaba a Dios, sudaba, subía el tono… y fustigaba al profesor por su atrevimiento, sin descontar imputaciones personales. Leonel permanecía de pies, atento, inmutable. Los presentes esperaban lo peor. Leonel seguía escuchando hasta que la joven terminó y esperó la respuesta. Leonel siguió con la clase y la joven prorrumpió en llantos… Con los años, la fanática balaguerista, cantante ella, terminó aliada de él.

Si una virtud tiene el actual mandatario (que para mí no es tal) es su enciclopédica tolerancia, su silencio, en medio del generalizado irrespeto que arropa a la sociedad dominicana, comenzando por la familia y pasando por las instituciones estatales y de la sociedad civil, incluidos medios de comunicación que confunden el tigueraje y la basura con libertad de prensa y de expresión y difusión del pensamiento.

Lo que aguanta Fernández no lo resiste mi admirado Barack Obama, el presidente del país más poderoso de la tierra y considerado por sus ciudadanos y por extranjeros como símbolo de las libertades públicas: Estados Unidos.

Caracterizan al Presidente sus excesos de permisividad, con los suyos y con sus opositores. El libre albedrío es visto por muchos como signo de su Gobierno. Es tanto que en ocasiones ministerios y direcciones parecen gobiernos aparte. Y sus gerentes creen que con alabanzas a él se garantizan los cargos, independiente de si son malos sus servicios a la sociedad.

Así las cosas, salvo que supere al amigo Maquiavelo, no me parece que Fernández siquiera piense en articular políticas oficiales para callar voces disidentes, lo cual no quiere decir, en modo alguno, que funcionarios henchidos de poder no quieran llevarse el mundo por delante denotando arrogancia y poniendo en juego prácticas dañinas de inclusión-exclusión y chantaje con dinero del erario. Sin dudas que formas de la nueva censura son visibles hoy a través de colocación de publicidad, dádivas, exoneraciones, distribución de tierras. Y eso debe de tenerlo clarísimo el Presidente, por su futuro.

En medio de los avatares de la campaña con miras a las presidenciales de 2012, corro el riesgo de ser llamado por algunos de mis lectores: “pesetero”, “lambón”, “comecheque”, “peledeísta”, “nuevo rico”, “vivebien”. Ni es así, ni ha sido así. Les adelanto mi perdón por tal ligereza de ustedes si la cometieren, pero la verdad ha de ser dicha aunque el mundo nos venga encima, pues quién sabe si  muchos de los agitadores de tropas de hoy han sido grandes beneficiarios de los gobiernos de Fernández o si son adversarios de ocasión. Y ese no soy yo.

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