LUIS SCHEKER ORTIZ
Los medios nos traen la espeluznante noticia: Israel cerca y ataca al Líbano. Las imágenes que nos transmite la pantalla chica son verdaderamente aterradoras. Beirut, la ciudad luz, su capital, es incendiada. Numerosas edificaciones son total o parcialmente destruidas. Se suman cientos de cadáveres y miles de seres inocentes, ajenos a confrontación, víctima de la agresión. Los daños materiales y la desolación se esparcen por doquier. Las palabras del Estado Mayor israelí, responsable que los bombardeos indiscriminados, son todavía más terríficas que las bombas lanzadas. Infunden pavor y espanto: Israel impone un bloqueo total sobre el Líbano por tierra, mar y aire dentro de las operaciones para recuperar a los dos soldados secuestrados el miércoles por la guerrilla libanesa Hezbolá, de tendencia chiíta. La excusa no puede ser más burda. La comunidad internacional protesta. Considera desproporcionado e injusto el castigo impuesto. Las provocadoras amenazas advierten una grave conflagración y la intervención de grandes países aliados contra el enemigo común, lo que pone en peligro el Medio Oriente.
El mundo atónito, amante de la paz y del progreso de los pueblos, protesta. No es la primera vez que el Líbano es devastado por la guerra. Ocupado por el Estado Judío. La vez última, el pretexto fue el refugio de Palestinos. El pequeño país desarmado, de apenas 10,000 km. de extensión, enclavado en el antiguo territorio Fenicio, bañado por el mar de la Gran Puerta y coronado por hermosas y nevadas montañas, con un potencial de desarrollo excepcional, es blanco del odio vesánico de sus vecinos, el supuesto secuestro de dos soldados por el Jerbolah es la sin razón del despiadado ataque, pretexto para la brutal agresión. Todo este maremágnum, esta pandemia, me rememora algunos episodios de Abril.
Eran los primeros días del desembarco. La intervención militar de 42 mil infantes de la marina de los Estados Unidos del Norte llegaba para salvar vidas norteamericanas; la presencia grotesca de la soldadesca hollaba nuestro suelo patrio para evitar que los 56 comunistas enlistados tomaran el control de la revuelta. Como estrategia de defensa y ataque, el Pentágono y alto comando militar yankee se propuso tender un cerco al casco de la ciudad colonial y su entorno para controlar las operaciones y la expansión del movimiento cívico militar que reclamaba el retorno del derrocado Presidente Juan Bosch, sin elecciones. La batalla del puente y la derrota del CEFA y las fuerzas militares Wessinistas, habían decretado el llamado de socorro urgente al gran vecino del norte.
Un jeep militar, ocupado por dos soldados norteamericanos, inadvertidamente, se habían internado en la zona constitucionalista, cruzando hacia el sur de la calle 30 de marzo, transgrediendo la línea de demarcación impuesta por los interventores. Fueron sorprendidos, detenidos y conducidos en calidad de presos al edificio ocupado en la calle Pina por el Comando Constitucionalista. La noticia corrió como reguero de pólvora y antes de que llegaran los detenidos y su custodia, ya Francis había sido enterado de que los yankees están penetrando por el corredor de la San Martín. La reacción fue violenta, como correspondía:- Fuego cerrado, si intentan invadir la zona. Interrogados los soldados, quedó aclarada la situación, en presencia de periodistas extranjeros. Fueron puestos en libertad. La sangre no llegó al río.
Llegaría después, casi de inmediato, con la cobarde operación limpieza y luego con el intento de asalto los días 15 y 16 de junio, cuando los halcones trataron de barrer la zona con metralla, morteros y arcabuces y fueron rechazadas valientemente por civiles y militares unidos: el valeroso pueblo dominicano, armado con sus armas y su moral, guardián de su autodeterminación, de su honra y de la soberanía de la nación.
Y ahora leyendo los textos de la noticia, viendo el descomunal atropello y la insólita causa invocada por el Estado Israelí para desatar su furia, uno se pregunta ¿no pudieron agotar vías de negociación, canales diplomáticos? O acaso era un plan preconcebido para el ataque. El Líbano, en declaraciones de Moshe Dayan, y el gobierno sionita siempre ha sido un objetivo de Israel. ¿Y no pudiera ser otra la verdad, lejos del secuestro el internamiento de dos soldados israelíes traspasando inocentemente, o como caballo de Troya, la frontera del Líbano, sorprendidos y capturados por el Jerbolah, defensores de la soberanía, y la seguridad del Líbano, frente a sus vecinos agresores? Resulta difícil entender el interés de los milicianos libaneses o del Gobierno de la pequeña República del Líbano, en plena euforia por su desarrollo y estabilidad económica y el goce de sus libertades, provocar la ira del demonio, una guerra desventajosa contra un enemigo militarmente superior y agresivo. Eso no me cabe en la cabeza. De seguro que tampoco en muchas cabezas pensantes.