El libro de Manuel

El libro de Manuel

Días de sueños, amor y odio. Como todos los días, pero entonces más, por la utopía. El efecto de la intervención militar de EUA en el país, las consecuencias de la revuelta parisina del 68, de la matanza de Tlatelolco, enardecían. Sin internet ni redes sociales, la globalización de la esperanza acercaba. Woodstock, VietNam, Cuba, Joan Baez, Los Beatles, alborotaban la juventud caribeña y suramericana. Con y sin fusiles, el compromiso estaba en el innegociable derecho a la ilusión y a la construcción de un mundo nuevo. El autoritarismo presente. Mandoble por doquier. Aquí, el abuso y los excesos del poder, ahogaban con sangre la imberbe valentía. Persistían los anhelos, el deseo de trascender los límites isleños, la necesidad de combate. Con armas o con palabras, con consignas que iban más allá de la esquina del barrio, del incómodo pupitre, la pequeña burguesía urbana hacía la revolución con canciones y poemas. Los libros publicados por Siglo XXI, Fondo de Cultura, Losada, Grijalbo, se convertían en granadas, colocadas encima de la mesa de noche o adentro de la mochila cargada de fantasía. La muchachada surcaba mares, sin imaginar los avatares del puerto, sin presentir el desarraigo. La disputa era constante para conseguir las becas concedidas por la URSS y La Habana. Hubo otra tropa, sin adscripción partidista ni respaldo internacional para partir. Aprovechó oportunidades académicas, en aquel momento de cambio y partió. Llegaban las cartas, con el frío en la grafía cirílica y la necesidad de abrazos; llegaban, ajados, los libros checos. También el relato desde Lovaina: el paseo por Bruselas, la historia del Manneken Pis, del Atomium, el encanto de Brujas, el sabor de los waffles. Luego, la inclusión de Moustaki, cuando Manuel trazaba la deslumbrante ruta de la militancia. Porque ahí estaba Chiriboga Vega (1951-2014), aprendiendo en “Lovaina La Nueva” a renombrar la realidad ecuatoriana. Miembro de prestigiosas familias, con recuerdo de haciendas y erudición, el nieto de Ángel Isaac, supo que la inequidad no venía del cielo. El niño que buscaba caramelos en el maletín de Velasco Ibarra y adulto fue su opositor, decidió abogar por la transformación agraria y convirtió en bandera la decisión. Estudiante de sociología, en el campus lovaniense conoce a la dominicana que lo acompañaría hasta su muerte. Manuel se convierte en familiar, gracias a mi hermana Silvia, compañera de estudios y aventura belga, de Amarilis Gómez Oviedo, pedagoga, pareja de Chiriboga. La historia de amor dominico ecuatoriana, se mantuvo durante 40 años, produjo dos hijas y un hijo. Amarilis, igual que Iris Sánchez, psicóloga clínica, tienen, desde aquel encuentro europeo, a Ecuador por patria, a Quito como morada y la nostalgia permanente de verde, bulla y cariño irrenunciable. Creadoras de familias biculturales, con derecho al voto y a la protesta, encubren esa desazón que produce la ausencia. La evitan, para hacer feliz a la descendencia que ignora los sazones de la melancolía.
Desde el retorno a Ecuador- 1976- comenzó la participación pública de Chiriboga: funcionario, creador de ONG, asesor de gobiernos y políticos andinos, fue referente. El libro de Manuel, no es aquel de Cortázar pero como si lo fuera, me recibe en Quito. “Necesidad de La Memoria” es la recopilación de artículos que escribió el sociólogo en el periódico El Comercio. Catorce textos del autor, preceden esta publicación. El compendio permite repasar los avatares políticos ecuatorianos y constatar la transformación del pensamiento de Chiriboga. Sin dejar su pertinaz marxismo, defendió, como negociador oficial, el TLC con EUA, en el año 2005. Es reiterada su decepción con el quehacer presidencial de Rafael Correa. Describe a Lenin Moreno como “la cara amable del gobierno”.
Quiso vencer el cáncer y batalló con garras. El 13 de julio de 2014, escribe “Despedida”, un estremecedor testimonio de su talante. 30 días después, muere. El reencuentro con Manuel se produjo con la lectura de sus artículos y durante el recorrido quiteño, guiada por Amarilis, para, a pesar del vértigo y los precipicios, disfrutar El Valle.

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