El líder de su Orquesta

El líder de su Orquesta

POR ALEXIS MÉNDEZ
Se estremecía al oír la orquesta ensayar. A veces hasta descuidaba su oficio de “Band boy” para observar las coreografías montadas, o para hacer algunos “repiques” con la guira. En varias ocasiones, en que faltó alguno de los coristas, pidió al líder que lo deje cantar. Pero su petición fue en vano, porque era un desafinado.

Era el año 1984, y el merengue, cada vez más, ganaba popularidad, y sobre todo, ganaba elementos que aportaban músicos que venían del rock y el jazz, y que encaminaban el género a uno de los niveles creativos más alto de su historia. Muchos, como el líder de aquella banda, habían pasado parte de su niñez y toda su adolescencia estudiando en alguna que otra escuela, con alguno que otro maestro, y finalmente en  el Conservatorio Nacional.

El merengue encontraba un espacio dejado por la salsa, la cual mostraba cansancio después de un arduo trabajo que venía desde los 60s. Las letras románticas y arreglos acabados, encendieron la euforia, y cada vez más, en todas partes la gente pedía a gritos que se lo toquen.

Sus  sueños fueron cautivados por aquel ambiente, lo que lo llevó a acariciar la idea de ser músico y tener su propia agrupación.

-Puedes hacerlo realidad-le comentó, un día, el bajista del grupo-pero tienes que poner empeño. Debes meterle mano al solfeo, estudiar, escuchar discos. Debes fajarte duro.

Tenía 16 años, edad perfecta para emprender la larga jornada y alcanzar su meta. No obstante prefería el figureo entre chicas y tragos. Para la mayoría de los músicos, incluyendo al director, solfear o practicar con su instrumento en el interludio de los bailes, era de vital importancia. El, por su lado, vivía dando autógrafos y se hacía pasar por un músico más de la agrupación con el propósito de ganar amigos y amores.

Con aquella orquesta viajó por todo el país y conoció muchas personas del ambiente farandulero. Luego llegaron otros viajes a Curazao, Venezuela, Colombia, Panamá y la ciudad de Nueva York.

Pasaron cinco años de gloria y reconocimiento, y él estaba en el mismo lugar. Solo se ocupó de hacer “compinches”, olvidando la preparación que lo llevaría a descosechar su anhelo.

Para esa fecha, la orquesta ya no era la preferida. El queso se había movido a otro lugar y había que salir a buscarlo. Fue entonces cuando, aprovechando una gira por Nueva York, decidió quedarse. Allí trabajó como “Band boy” para otros grupos. Luego desapareció.

Cuatro años pasaron, cuando todos los medios empezaron a hablar de una nueva figura del merengue, que abarrotaba todo los centros de bailes nuevayorquinos. Luego aquel nuevo personaje llegó a la República Dominicana donde montó la más ambiciosa estructura promocional. Buscó al mejor manager, pagó el triple a los Djs y locutores musicales para que colocaran sus grabaciones y poder lograr que su música se convirtiera en una fiebre; y todo venía de su bolsillo.

Los músicos de aquella orquesta de los años 80 se preguntaban como lo había hecho. Algunos decían que había trabajado duro, otros aseguraban que aquel dinero venía de la droga. En lo que si estaban todos de acuerdo era en la percepción de aquella propuesta, en la cual sentían una pobreza armónica en arreglos simples que la convertían en  desechable, a pesar de que todo el mundo la veía innovadora.

Ahora, el que era “Band boy” hace diez años, tiene su propia banda, y sin tener que tomar la odiosa decisión de abandonar “Los Canes” que se armaban después de cada baile, para dedicarse a estudiar música.

Ahora ha integrado a su orquesta a cinco de aquellos músicos que lo vieron cargar instrumentos y recoger cables. Ahora se le ve renuente a aceptar alguna idea de estos, solo porque él es el dueño, y porque sus ideas son las más geniales.

-Eso es lo que le gusta a la gente… así se queda-se le escucha decir con frecuencia en los ensayos.

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