El liderato moderno

El liderato moderno

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
Alejandro Magno, o Alejandro El Grande, como se le llama también, es un personaje histórico asombroso. Un ser humano de condiciones definitivamente excepcionales, cuyos logros en cortísimo tiempo dejan boquiabiertos a todos los que profundizan en alguna cualquiera de sus biografías publicadas. Rey descendiente de reyes. Criado para gobernar. Educado por la crema y nata del saber de su tiempo. Su vida, sus campañas militares, sus estrategias de batalla, su afán de conquista, su valor personal, su ascendiente sobre sus hombres y la admiración y devoción que aquellos le profesaban, son francamente alucinantes. Hay otros con los que se le puede comparar, pero, para mi gusto personal, él fue único. Es mi ídolo histórico por antonomasia. Y en su honor, mi hija mayor se llama Alejandra.

No voy a hacer una nueva apología de Alejandro. Sería solo una más y no tendría espacio suficiente. Me voy a referir únicamente a una de sus mayores cualidades: el liderato puro, sin compromisos de ningún tipo. Se caracterizó siempre, en todas sus campañas, por ser un soldado como cualquiera de sus soldados. Comer lo que ellos comían, dormir como ellos dormían, caminar o cabalgar hasta la extenuación, pero, sobre todo, ir siempre delante de su ejército y ser el primero en entrar en combate. Dando ejemplo, enardeciendo a sus tropas con su ardor inagotable. Al igual que sucede con otros grandes guerreros y estrategas como Julio César o Napoleón Bonaparte, los militares estudian sus tácticas, la espectacular formación de su ejército para aquellos tiempos (la famosa falange macedónica) y el valor de un hombre que no sabía rendirse.

Justo igual que los líderes de hoy. Igualito. ¿Cuáles? Bueno, aquí en nuestro terruño yo recuerdo muchas protestas y manifestaciones donde llegó a haber muertos y heridos. Los periodistas se ponían locos buscando a los organizadores (que no líderes) para conocer sus opiniones, pero nunca aparecían. Al igual que en las guerras ultra modernas, aquellos estaban en el “centro de comando”, léase, una oficina con aire acondicionado y varios teléfonos para coordinar los movimientos de las “tropas”, rodeados por un sinnúmero de guardaespaldas para proteger su integridad física.

Los políticos en tiempos de campaña envían a sus ejércitos (¿o sería mejor decir “hordas”?) a que luchen por ellos. A que los representen valientemente como los grandes líderes que son. Y mientras los “soldados” se baten en duelos verbales y hasta físicos, ellos están tranquilamente conversando con sus contrarios en un cómodo lugar tomándose un trago y hablando de los resultados de sus respectivas estrategias y/o alianzas. No sé por qué me hacen recordar los líos que siempre tuvieron los archifamosos Jack Veneno y Relámpago Hernández. Sangre en el cuadrilátero y después un romito juntos para planificar el siguiente espectáculo. Por cierto, alguien me dijo en estos días que uno de ellos se está postulando para síndico. Me hizo muchísima gracia ver en la prensa las fotos de la protesta que escenificó en la UASD un grupo, de aquellos de la lucha de barricadas de allá por los setenta, por una decisión de las autoridades de esa universidad. Pueden tener toda la razón del mundo y, en ese caso, no seré yo quien quiera quitársela, pero sus métodos de lucha y la forma de comportarse de los “líderes” no dejan de parecerme  bastante pintorescos.

Aparentemente, la consigna para llamar más la atención fue: ¡Hay que encuerarse! Y muchos lo hicieron. Pero el líder u organizador, se mantuvo con toda su vestimenta para esperar que la prensa fuera a entrevistarlo. ¡Hubiera sido vergonzoso que se viera en televisión a un hombre de esa talla en paños menores! Tampoco ha abundado ni abunda en estos tiempos la humildad de un Mohandas Karamchand Gandhi, el Mahatma, que quiere decir Alma Grande. En mis tiempos, a esos que seguían ciertas directrices cualesquiera que fueran sin ni siquiera atreverse a cuestionarlas ni pensar en las consecuencias, se les llamaba “tontos útiles”.

Y de ellos se valen los líderes modernos desde que se inventó el término modernidad. ¡Ve y mátate por mí! Si sales incólume, existe la remotísima posibilidad de que un día yo te reconozca físicamente o por tu nombre, recuerde lo que hiciste en nombre de la “causa” y te dé un carguito para que resuelvas tus problemitas económicos. Mientras tanto, la prensa…¡déjamela a mí!

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