El lince y el arcoíris. Microrrelatos de Basilio Belliard

El lince y el arcoíris. Microrrelatos de Basilio Belliard

La variedad temática aludida en el contenido de esta obra es un reflejo de uno de los rasgos más distintivos del autor: su erudición en asuntos relacionados al arte y la literatura y su vastísima experiencia de lector voraz.

Una jaula salió en busca de un pájaro.
Franz Kafka

“El arcoíris se bebió toda el agua del mar de Eva”. La oración anterior es el tercer microrrelato de la colección que la editorial Huerga y Fierro de Madrid acaba de publicar en dicha ciudad y que Basilio Belliard (Moca, 1966) presentó en la 78ª Feria del Libro de Madrid 2019.Es el más corto de los 57 que la completan y las once palabras que lo conforman no sólo insinúan alegóricamente el renacer de los mitos o la naturaleza de los símbolos sexuales, sino que nos introducen al caleidoscopio de observaciones y cavilaciones de un autor sensible a su entorno, a sus propias lecturas y a los trotes de la modernidad de su tierra natal y del resto del mundo,asuntos todos presentes a través de las páginas de El lince y el arcoíris.
Una vez dije que mi acercamiento inicial a la obra de Basilio Belliard partió de la lectura de sus enjundiosos artículos que abordaban temas de la literatura y de autores, del arte y la pintura, así como caracterizaciones del pensar y filosofía contemporáneos. Indicaba que si cuestionásemos cuáles son y dónde yacen los vasos comunicantes en sus ricos textos contenidos sobre todo en los volúmenes Soberanía de la pasión y en El imperio de la intuición, cabrían dos aseveraciones: la primera, surgida a partir de las consideraciones de Adorno, nos remonta al hecho de que el ensayo es capaz de representar no sólo cuestiones del mundo, sino el propio acto de pensar; en nuestro caso el pensar a través de la intuición. Y es la intuición, justamente lo que el autor que nos ocupa emplea en la disección de las ideas, sean éstas la amistad, el amor o la muerte. La metafísica de un poema de Cayo Claudio Espinal o la vida de las abejas. La segunda, es el convencimiento de que, más allá de opinar y emitir juicios,Belliard expone, y, sobre todo, comparte con el lector experiencias y vivencias obligándole de tal forma a aprehender lo leído.
Tiempo después, disfruté la poesía de Basilio Belliard, y con toda sinceridad,aún más este nuevo libro que agrupa su segunda recopilación de microrrelatos, un género en crecimiento que, pletórico de complejidades y desafíos, ofrece al escritor la oportunidad de dosificar las palabras en el acto creativo gracias a su carácter miniaturizado. Pero más que dosificarlas, en el microrrelato hay que hablar de la cuidadosa elección de las palabrasa a fin de lograr el objetivo perseguido con la menor inversión de redundancia, cosa que logró magistralmente Augusto Monterroso, presunto “creador” del género, en el célebre texto El dinosaurio (“Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí”). Y lo ha logrado también Twitter, ese mutilador de oraciones que se alimenta de sólo 140 caracteres.
Otro paradigmático autor de microficciones lo es el mexicano Luis Felipe Lomelí, autor de un texto aún más breve que el anterior, “El emigrante”. Poderosísimo, reflexivo y doloroso, resume el desgarrador periplo del destierro en veinte letras: “—¿Olvida usted algo?—Ojalá”.Es por tal razón que muchos afirman que el título de un microrrelato, al igual que la intertextualidad que este pueda (o debería) utilizar, completa y complementa aquello que el texto mismo no dice o no puede decir por su naturaleza económica. Así, los títulos de Belliard no sólo se hacen parte del relato mismo,sino que los enriquecen, como ocurre, por ejemplo, con “El incendio de la biblioteca digital”, “La luna debajo de los párpados” o“El diccionario de significados puros”, entre otros.
La variedad temática aludida en el contenido de esta obra es un reflejo de uno de los rasgos más distintivos del autor: su erudición en asuntos relacionados al arte y la literatura y su vastísima experiencia de lector voraz. En las120 páginas de El lince y el arcoíris, Basilio Belliard habla y cuenta cosas de la naturaleza, de la bondad humana, del destino de las musas del poeta y el futuro del libro objeto. En ellas, nos encontraremos con personajes de toda índole que parecen conversar con el autor, burlarse de él o él de ellos; y hay además homenajes, por supuesto: a Manuel del Cabral, Freud, Chopin, Borges, Evita y a Ernesto Cardenal, quienes van de una página a otra confesándonos cosas en la robusta travesía literaria que constituye este libro.
Resalta en estas historias cierta atracción por lo grotesco y lo fantástico en el imaginario textual de Belliard, hecho fácilmente identificable en algunas de las metafóricas referencias a insólitas situaciones provocadas a título de ejemplo, por el fin de la amnesia de un demente al descubrir la amputación de una de sus piernas; por el fumador que tras fallecer, la necropsia que le realizaron revela que no murió de un infarto, sino “nicotizado” por un puro encendido en la mitad de su corazón; y por el dentista perseguido por la ley a causa de la pasión que le llevaba a besar en la boca bellas clientas con piezas podridas.
Hay muchos asomos de índole filosófica esparcidos en las páginas de El lince y el arcoíris: el poder o no del destino, la naturaleza del azar, el lugar que ocupan los sueños en la realidad, la soledad de nuestro presente, la negación de las utopías, y un sinnúmero de preocupaciones, que vertidas y disfrazadas entre las líneas de este fajo nos obligan a detenernos y releer cada texto a fin de disecar sus verdaderas voces y redescubrir sus ecos.
La risa, en ocasiones es burla o gesto de cinismo, y mejor aún, podría vestirse de sarcasmo aleccionador; como ejemplo de ello citaré a continuación el texto Morir ahogado, incluido en esta delicada edición de Huerga y Fierro que Belliard nos regala y cuya lúdica portada muestra una obra de Iris Pérez Romero que en sí misma, es también una alegórica minificción:
Mi primo Plácido me dijo, hace varios años, que lo único que los norteamericanos no han podido inventar es hacer gárgara boca abajo. —Un africano lo intentó y murió ahogado— le corregí.

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