Un libro como toda empresa humana tiene un trasfondo. Una historia en sordina que relata las vicisitudes por las que atraviesa la inteligencia y la voluntad del hombre.
Cómo nació este libro, qué encierra , a quienes mancomunó, quienes lo hicieron, a quienes representa y qué representa, resume esta breve crónica que quiero contarles.
No puede pasar como el dato estadístico de un libro más para la biblioteca de salud. Es la reseña del devenir humano en una isla del Caribe, es la historia de una institución como la OPS, la memoria del pueblo dominicano y las mil voluntades encarnadas en médicos, consultores, hombres, niños, mujeres y la gente común que habita éste lugar en el mundo.
Hace tres años la Dra. Mirta Roses me visitó en mi casa junto a la Dra. Socorro Gross. Era el encuentro de viejas amigas después de algunos años de no vernos. Cada una había crecido y aprendido cosas nuevas en los ámbitos de su trabajo. Ella, después de ser Representante en República Dominicana, de vivir en Bolivia como Representante de OPS, era subdirectora de la misma en Washington y yo había reciclado historia, libros, grabados y artes plásticas en la edición de libros y en el trabajo de periodismo cultural.
La Dra. Roses como buena opesiana, que tiene el acierto y la precisión del relámpago se imaginó que tenía el recurso humano apropiado para con todo ese trabajo y después de ser pulido hacer un libro con la crónica de lo que había pasado en el país en materia de salud pública, desde que llegó la OPS y desde que esa institución empezó a trabajar para y con el pueblo dominicano.
Desafío e incertidumbre fue el primer sentimiento que experimenté ante el camino que se abría. Qué aparecería en el recorrido, cuál era la magnitud de lo aportado por la Oficina y cuánto el trabajo de los dominicanos, no lo sabíamos. Como dice Marco Polo en sus memorias, para ser un buen viajero hay que estar dispuesto a ser dúctil, estar preparado para improvisar, no atarse a ningun puerto y no dar nada por definitivo. En ese viaje para construir un libro había que aprender a esperar, a que aparecieran los que serían nuestros acompañantes y los interlocutores de una historia de la que lo ignorábamos todo.
Había que tener una paciencia oriental para ir desgranando las capas de la cebolla que eran ese trabajo de desentrañar la historia enterrada muchos siglos atrás. Era el trabajo del arquéologo, que va cavando en la oscura tierra, desentierra el pasado, lo interroga, lo reconstruye, para aprender otras maneras de entender el mundo, pero sobre todo para hallar soluciones para construir el futuro. Tuve dos compañeros de ruta permanentes. Ellos fueron Rosario Guzmán y el Dr. Rigoberto Centeno.
En la primera reunión que tuvimos, el doctor Centeno después de darme una larga lista de los ámbitos más importantes del trabajo de la Oficina me precisó tres objetivos fundamentales del libro. Debía ser sintético, explicativo de la cronología y crecimiento de esa institución en el país pero insistió en que debía leerse como una novela.
Debía ser ameno y entretenido y por ningún motivo debía ser un libro sólo para científicos de la salud. Sin saberlo, estaba inmersa en una de la premisas de la Organización. Premisa que inauguró la doctora Roses al proponer el desafío de escribir, investigar e historiar un libro de salud pública a alguien venido del mundo de las artes gráficas, del arte y la literatura.
Premisa reiterada por el Dr. Pérez Mera quien destacó que se hizo médico salubrista por impulso de la OPS, que uno de los fines de la cooperación técnica era precisamente sumar gente de distintas veredas de la sociedad, ponerles el desafío de crecer, aprendiendo otras disciplinas o incorporando nuevas habilidades, para investigar en enfermedades en vez de cultura, para escuchar a un médico en vez de a un poeta, para traducir una receta casera a la medicina popular o para traducir a un pueblo y su gente en las recetas de sus comidas, hábitos de higiene y costumbres.
La Dra. Milagros Maldonado al contarme su relación con la OPS como enfermera ratificó que la manera de crecer era, precisamente dejarse llevar por una Organización que la cuidaba, que le enseñaba a dar los primeros pasos, le daba las herramientas y luego la estimulaba a dar lo mejor de sí. A inventarse un nuevo rostro y hasta si se quiere una nueva profesión. Hubo un tiempo incierto, plagado de incógnitas, de búsquedas, de lecturas de todo lo que andaba perdido entre la maraña de documentos, archivos y libros de las bibliotecas dominicanas.
Existen muchas horas de entrevistas, largas relaciones de los que hoy en día son representantes de una sociedad que ha madurado y crecido al compás de un tiempo de lucha y fervor.
Durante un año y medio, mudé prácticamente la biblioteca de salud de OPS a mi casa, leí cada uno de los informes de todos los Representantes que pasaron por Santo Domingo, leí los trabajos monográficos sobre salud pública en Latinoamérica, oí una mil veces las horas de entrevistas que me concedieron el Dr. Hugo Mendoza, el Dr. Vinicio Calventi, el Dr. Guillermo Gonzalves, el Dr. Amiro Pérez Mera, la Dra. Altagracia Guzmán Marcelino, el Dr. César Mella, el Dr. Diómedes Robles Cid, el Dr. Guarocuya Batista del Villar, el Dr. Fernando Sánchez Martínez, el Dr. Pedro Luis Castellanos, la Dra. Milagros Maldonado, el Dr, Huberto Bogaert (Q.E.P.D), y un largo río de personas que conocí en veinte años de vivir en la isla y que confluían mansamente en el escenario de mis correrías de escriba. Tengo una vieja amiga dominicana que hace mucho tiempo me advirtió que no tratara de entender jamás y por ningún motivo racionalmente a la isla. Es más, me dijo que cualquier cosa que me asaltara, cualquier pálpito, cualquier pensamiento alocado o inconexo le hiciera caso porque así era la realidad de este país. Como es una isla que se mece en la cola del huracán acepté el desafío, y me mecí en él y en los recuerdos que se vinieron en bandolera.
El Dr. Pedro Luis Castellanos fue el primero en detallarme una lista de personas que debía entrevistar y que podían ayudarme en la empresa. Después, él se fue a su nuevo destino, pero teníamos en común los recuerdos más lindos de veinte años atrás en Nicaragua, mientras pasábamos películas desechadas por la Embajada francesa, con proyectores prestados por INCINE, en la sala de mi casa, con el Representante de OPS en Nicaragua, el Dr. Miguel Márquez, el Dr. Sergio Arouca de Brasil y el Dr. Roberto Capote y la Rosa Durán de Cuba, bebiendo ron Flor de caña y planificando la salud de aquel bendito pueblo.
Será por eso que en medio de mi desconcierto, frente a un libro que crecía desmesurado y al que no le encontraba fin, le fueron apareciendo personas del pasado, a los que no les puse dique, esos fantasmas amorosos que nos dicen que persistamos y que la aventura continúa. Reapareció el Dr. Antonio Zaglul, frente al campito de lechugas sembrado por lo coreanos, contándome historias de San Pedro de Macorís, hablándome de la partera que lo trajo al mundo y regalándome todo lo que tenía de aquella loca divina que era Evangelina Rodríguez.
Como los libros de los surrealistas, en la escritura mecánica afluían los fantasmas míos, los de un pasado común, los del país que tenía que contar de manera amena y el presente de un libro que crecía vertiginoso entre las estadísticas de salud y la crónica cotidiana del sufrimiento humano.
Lo reescribí cinco veces, lo tiré a la basura otras tantas y otras tantas veces volví a empezar. Perdí la cuenta de los cambios de orden, de secuencia y de organización interna . Avance y retrocedí incontables veces, recordé, asocié, sumé a ese enorme rompecabezas que era la historia de la salud pública dominicana, el puzzle gigantesco de una Organización como la OPS que viene desde hace una centuria trabajando por un sueño y que marcha a través del continente, a lomo de mula con la figura emblemática del doctor John Long, encarnación precisa de un Representante itinerante, practicando la cooperación técnica en Latinoamerica.
Desbordada por hechos ejemplares, por figuras de luchadores tenaces, de gente generosa convencida de que sólo en la cooperación técnica, en la asistencia y en la educación de los pueblos están las bases de una sociedad sana, y próspera logré dar forma no ya a los requirimientos del Dr. Centeno sino a esas voces del pasado, encabezadas por el Dr. Heriberto Peter, el Dr. Francisco Moscoso Puello, y la Dra. Evangelina Rodríguez Perozo.
Supe que no sólo cumplía con las estipulaciones de un contrato, sino que respondía a esa voz ancestral, esa otra voz que atenacea a un creador y que pedía que se hiciera justicia con esa vanguardia anónima, aguerrida y discriminada, que sembró la semilla de la salud pública, de la planificación familiar y de la gota de leche.
No hay casualidades. Todo confluye como diría mi amiga porque hay un orden natural que pide, da y otorga el bien de la justicia y el reconocimiento.
Hoy 25 de noviembre de 2003, día de la no violencia contra la mujer se pone a circular un libro en el marco de otra campaña a favor de la Salud Mental.
Si las hermanas Mirabal son el ícono de una lucha desigual contra la violencia de género, Evangelina Rodríguez representa no sólo la discriminación de género sino el prejuicio que puede llevar a la insania y la demencia.
Hace unos meses, una vez editado e impreso miré el libro con ojos de enamorada, entre Rosario y yo lo aupamos como a un bebé de ensueño, revisamos los defectos como esas mamás diligentes y obsesivas que le cuentan los dedos y vigilan que esté completo, y con cábalas de comadrona cruzamos los dedos y nos felicitamos por el recién llegado.
No existen las casualidades. Hay una orden natural, como diría mi vieja amiga, una justicia divina que hace caer los dados de la vida y las cosas en el lugar preciso y ordena el momento indicado. Para mí narrar el nacimiento de este libro en dos fechas emblemáticas como son el día de la no violencia contra la mujer y el día de la salud mental cierra ese círculo mágico de piedad, justicia y recompensa que piden nuestros mayores.En la entrevista con el Dr. Jaime David Fernández Mirabal , mientras él relataba su gestión como senador, su acción en Salcedo y los logros de SILOS en la región, pensé que en él estaban contenidos el trabajo tesonero de un descendiente directo de la violencia de género.
El libro de La Organización Panamericana de la Salud en República Dominicana, cumple con las premisas estipuladas por el Dr. Centeno, de investigar, y contar el desarrollo de la salud pública en el país, pero desde el más allá, esos fantasmas que nos impulsan a seguir, nos dicen que el libro además repara esos huecos de la historia, esas injusticias que pueden costarle a una generación completa el trabajo de hacer imperar la recompensa a tanta pérdida y dolor. Dice una leyenda de Guatemala que los ojos de los enterrados sólo cerrarán cuando se haga justicia.
El Dr. Antonio Zaglul sabía desde hace mucho tiempo, desde 1947, en que la mataron a palos, y de hambre que Evangelina Rodríguez vagaba con los ojos abiertos por los campos de la isla.
Por eso escribió la historia de la primera médica dominicana y por eso me regaló todos sus manuscritos para que la siguiera contando hasta cerrarle los ojos.
Mientras entrevistaba al Dr.Jaime David Fernández Mirabal, en mi mente reconstruí ese pasaje de En el tiempo de las mariposas escrito por Julia Alvarez, que recrea la muerte y sacrificio de las hermanas Mirabal, dónde su madre, doña Dedé, la que sobrevivió, mientras dialoga con la escritora dominico norteamericana, revive el encuentro con un viejo amigo que le dice: La pesadilla ya pasó, Dedé. Mira lo que han hecho las muchachas. Hace un ademán expansivo. Se refiere a las elecciones libres, a los malos presidentes que ahora llegan al poder de manera correcta, no gracias a los tanques. Se refiere a nuestro país, que empieza a prosperar, con zonas francas en todas partes, a la costa, llena de clubes y balnearios. Ahora somos el patio de recreo del Caribe, cuando antes éramos sus campos de matanzas. El cementerio empieza a florecer. (…) Sigo su mirada por el salón. Aquí la mayoría son jóvenes, hombres de negocios, con relojes computarizados y walkies talkies en los bolsos de sus mujeres para llamar al chofer; sus espléndidas esposas tienen títulos universitarios que no necesitan. Por todas partes, olor a perfume, y un tintineo de llaves que abren las cerraduras de sus posesiones(…) Para ellos somos personajes de un historia triste sobre un pasado concluido. Camino a casa tiemblo todo el tiempo. No sé porqué. Lo veo poco a poco, mientras me dirijo al norte por el campo a oscuras. Las únicas luces vienen de la montaña, donde los prósperos jóvenes están constuyendo sus casas de fines de semana, y , por supuesto, del cielo , del ostentoso voltaje de las estrella. Lío tiene razón. La pesadilla ha terminado; somo libres al fin Pero lo que me hace temblar es algo que no quiero decir en voz alta. Aunque lo diré, de una vez por todas.¿Fue para esto, el sacrificio de las mariposas?
Y casi al fin de mi crónica, mientras pienso en los aciertos y errores del libro La Organización Panamericana de la Salud en República Dominicana creo que hay que sumar más resultados a la lista soñada por el Dr. Centeno.
La Dra. Mirta Roses y la Dra. Socorro Gross entrenaron y ganaron una escriba más para contar la historia de la salud pública del continente, República Dominicana tiene una discreta y pequeña zapata que es el ladrillo fundacional para seguir investigando, pero sobre todo Toñito Zaglul, desde el más allá cerró por fin los ojos de su comadrona divina y Jaime David Fernández Mirabal podrá decirle a su madre que el sacrificio de las mariposas no fue en vano y que a pesar de la noche, la ignomia y la muerte ellas son el ejemplo o el aliciente para recrear una casa común para todos los dominicanos en un promontorio de cuento de hadas, con ventanas iluminadas, brillantes y palpitantes de vida: un lugar de abundancia, el lugar mágico de la memoria y el deseo.