El lujo es todo dispendio que va más allá de lo necesario. -¿Qué es lo necesario? Podemos determinarlo por vía subjetiva, aplicando juicios de valor (ético, estético, etc.), también por vía objetiva, tomando como referente el conjunto de las necesidades fisiológicas de los miembros de una determinada sociedad. El lujo es relativo a épocas históricas, pero en todos es un acompañante de nuestra sensualidad que reclama no sólo sexualidad. Su idea es paralela a la del poder, pero es diferente. El capitalismo no hubiera desarrollado su fuerza sin el lujo, naturaleza de su mundo, su dinamo, su espíritu y su atractivo.
En la competencia política con el socialismo, fue el lujo el arma secreta e independiente que día por día minó la austeridad planificada. El lujo es lo bueno del capitalismo, la explotación humana su cara opuesta.
El lujo es refinamiento: del objeto, de la mano que lo labra, del sentido que la palpa. Es derecho cuando se tiene merecido; ofensa cruel, cuando exhibe la inmoralidad y el crimen impune. No se que es, cuando se exhibe por lo que cuesta, sin poder percibir o degustar sensorialmente la calidad del refinamiento del objeto, jactándonos con el derroche con el que le echamos vainas a los vecinos.
No todos los que pueden comprar en un momento el lujo son aptos para el. La simetría, o la armonía de los elementos que constituyen un conjunto, es necesario para vivir en el, como pez en su elemento, el agua. No tener el equilibrio psico-cultural, social y económico, es lo que hace que a los afortunados por la oportunidad, los veamos luego arruinados por el lujo, que es infiel como el capital y emigra tras de el.
Reflexionando sobre este tema me he pasado el tiempo en el que un mal virus gripal me ha venido maltratando, desde que el día 9 de diciembre en el programa Uno + Uno, el licenciado Carlos Despradel, Secretario Técnico de la Presidente, y miembro del equipo planificador de la política económica, hiciera despliegue de su maximalismo fascista, pseudo-moralista, fustigando la sociedad, responsabizándola del pecado del lujo que nos ha traído a la crisis actual según sus términos, teniendo que pagar por haber sucumbidos al lujo. Los puritanos ingleses, 200 años atrás tenían mejores criterios.
Más apaciguado su voluntarismo, podría haberse dado cuenta que sólo a unos pocos debió haberse referido, incluyéndose a su gobierno, plagado de funcionarios, negociantes, descuidados de su funciones, pagados lujosamente por los contribuyentes para evitar al país trastornos como los existentes, sin que lo hagan, porque, enrolados en el continuismo, no le sirven al país, sólo se sirven de él. Su ira, lamentos, acusaciones, etc., resultan ser irresponsabilidad inexcusable; pero en conjunto expresó la base de los criterios del autoritarismo gobernante local, más claramente desplegados en la carta de Hipólito para Milagros, Esquea y Fello Suberví.
En ella, Hipólito, que con nadie congenia, aspecto típico de la personalidad dictatorial, con arrogancia revela su estrategia calcada del fascismo italiano y la aplicación del «divide y vencerás» eligiendo un enemigo propicio al ataque demagógico y populista de su campaña reeleccionista, basándola en responsabilizar a los ricos y humillarlos, azuzando contra ellos a los pobres de los que se proclama paladín. Puro Mussolini.
Esto, como si ricos, pobres y clase media, por igual no padeciéramos la destructiva política económica de su gobierno, aplicada para el desmantelamiento de las bases económicas internas, tradicionales y propias de la nación, a favor de la economía del capital globalizador que viene suplantándola, servicio prestado a cambio de que un grupo de avivatos sustituyan a las elites económicas y sociales y hereden el país como representantes e intermediarios de los ricos consorcios extranjeros, a los cuales se asocian políticamente, actuando sin escrúpulos. De lo que se trata es de formar un nuevo núcleo de poder económico, vinculado a esa economía globalizadora, y dependiente de ella. Esta es la razón de la temeridad reeleccionista, propósito que puede desencadenar un régimen de terror, como han de hacerlo quienes faltos de legitimidad democrática se adueñan del país por vía del poder y no del esfuerzo, irrespetando sus reglas.
Entiéndase pues que las filipicas de Carlos Despradel estaban sentando bases, para el desarrollo de una espiral del resentimiento y los prejuicios sociales de unos y las mayorías empobrecidas contra el que tenga algo más, lo que es una perversión de quienes teniendo una jugada grande, que se les escapa de la mano, quieren forzarla.
Dos excompañeros de viejas luchas, personas de mis afectos, aunque están en la nominilla del gobierno, me han visitado esta semana y me han planteado que reconsidere mi oposición a la reelección de Hipólito. Dicen que el es un hombre bueno, que no se deja entender. ¿Qué es un hombre bueno en política? Comparan su gobierno con el de Juan Bosch, amenazado por los ricos y el clero, porque gobernó para los pobres. Intentan motivarme haciéndome ver que existe una conspiración de estos sectores contra Hipólito, señalando que son los mismos que derribaron a Bosch. Emisarios tardíos, situaciones incomparables, vocaciones distintas, tiempos diferentes. Estos amigos temen, y buscan el amparo de una idea moral en la que justificarse su gobierno ante el pueblo, para reelegirlo.
«La suerte está echada», ruedan los dados sobre el tapete, cúmplase el destino, en la opción de la nación unida democráticamente contra este empeño de quien debiera renunciar. Siéntase usted con derecho al apacible lujo honrado, según sus posibilidades. Feliz Navidad y un nuevo año de esperanza por el país que debemos reconstruir.