El lujo de Sabala

El lujo de Sabala

POR MANUEL EDUARDO SOTO
Desde que conocí a Julio Sabala a fines de la década de 1980 en Miami, compartimos una linda amistad que se prolongó hasta hace un par de años. Un amigo común me invitó una noche al club Tropigala, el que funciona dentro del hotel Fontainebleau Hilton de Miami Beach, para que viera actuar a este imitador de estrellas como Julio Iglesias, Roberto Carlos y José Luis Rodríguez. “Es fuera de serie”, afirmó nuestro amigo.

La verdad es que esa frase está demasiado aplicada indiscriminadamente a figuras de los más diversos tamaños como para que uno la acepte así, de buenas a primeras.

Pero algo me dijo que quizás mi amigo tenía razón y me dirigí a la playa para comprobar en persona si el moreno dominicano de cabello rizado que un buen día había decidido seguir a un circo español era tan bueno como decían. Y para ser sincero, lo era. Esa noche me morí de la risa con sus personajes, con la imitación perfecta de sus aspectos, voces y ocurrencias aparentemente improvisadas durante la actuación.

De ahí en adelante, nuestra relación periodista-artista pasó a ser amistad, ya que teníamos en común el gusto por el buen humor y por un buen chiste.

Cada vez que me enteraba de algún cuento ingenioso, lo llamaba y los dos terminábamos compartiendo carcajadas.

Una ocurrencia que usa regularmente en sus espectáculos, y que fue producto de mi creatividad, es la que se refiere al famoso gordo Raúl de Molina, el presentador del popular programa “El Gordo y la Flaca”, junto a Lilly Estefan, que transmite Univisión.

Basándome en un chiste que escuché a Jay Leno en su programa de medianoche de la cadena NBC, lo adapté a nuestro mundo hispano y le conté a Sabala que una tarde el gordo de Molina iba atrasado a Univisión, en Miami, por lo que aceleró su automóvil a una velocidad muy superior a la permitida por los estrictos reglamentos del tránsito del estado de la Florida. Fue parado por un policía y llevado a la comisaría. Allí, un agente le leyó sus derechos y le informó que tenía derecho a hacer una llamada telefónica, la que se suponía haría a su abogado para que lo sacara del problema. Pero en vez de eso, el gordo —siempre goloso— tomó el teléfono y llamó a Domino’s Pizza. Infaliblemente, el público estalla en una espontánea carcajada en todas partes donde Sabala cuenta el chiste.

Pero lo que me llamó la atención desde el principio en Sabala fue su refinamiento, su gusto por las cosas buenas de la vida, lo que aprendió en Madrid, donde tenía inicialmente su base, cuando su carrera era dirigida por Paco Flores, un pintoresco español que ya dejó este mundo. Estos lujos los reflejó en las personificaciones que hacía de Julio Iglesias, a quien admiraba enormemente y de seguro que algún día quería ser como él: con mucho dinero para tener su avión propio, elegante y siempre rodeado de mujeres. Su talento publicitario se encargó de inventar que Iglesias estaba muy molesto con sus imitaciones y que incluso recurriría a la justicia para impedir que lo siguiera haciendo. Julio Iglesias me negó esto posteriormente, cuando fui su asesor de prensa, pero le divertía que un artista de origen humilde como Sabala basara su arte en él.

En una de sus visitas a Santo Domingo, donde Sabala tenía funciones pactadas en el pomposo Teatro Nacional, un día me preguntó que qué podía hacer para dejar a sus compatriotas con la boca abierta, ya que siempre quería aportar algo nuevo a su espectáculo, aunque sus personajes fueran básicamente los mismos. A esas alturas, yo había desarrollado una gran amistad con el galerista George Nader, a quien le compré un cuadro de Guillo Pérez y le presenté a Sabala, a quien esperaba venderle también alguna obra de arte.

Nader tenía dos autos deportivos de lujo marca Ferrari en el garage del edificio de su apartamento. Por lo que le pregunté si podía prestarme uno para usarlo durante las actuaciones de Sabala en el Teatro Nacional.

George —que tenía mucho interés en introducirse al mundo del espectáculo, tanto por sus negocios como por su interés en la farándula (hoy es el representante de Juan Luis Guerra y anfitrión obligado de cuanta estrella famosa llega a estas tierras)— aceptó gustoso y no puso ningún tipo de condiciones, a pesar del alto valor del vehículo, el que prácticamente no se encontraba en República Dominicana.

Tras coordinar con el empresario César Suárez, llevamos el Ferrari hasta el Teatro Nacional y en cada una de las cinco funciones de Sabala me correspondió manejar el exquisito coche deportivo hasta el escenario, llevando a mi lado a Sabala personificando a Julio Iglesias, con su característico blazer azul, su eterna y amplia sonrisa y la infaltable peluca.

Es la única vez que he manejado dentro del Teatro Nacional.

*El autor es periodista chileno, de larga trayectoria internacional, desde hace poco residente en el país.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas