«El macartismo»

«El macartismo»

R. A. FONT BERNARD
El día 12 de septiembre del 1957–hace ahora cuarenta y ocho años–, falleció a los 48 años de edad, el senador norteamericano Joe McCarthy, tras habérsele diagnosticado una severa afección hepática como consecuencia de un inmoderado uso de las bebidas alcohólicas. Desde dos años anteriores había caído en un progresivo proceso de desprestigio político, luego de que desde el año 1950 había aterrorizado al país, amenazando con la publicación de documentos demostrativos de que el comunismo se había infiltrado en todos los estamentos del Estado, e inclusive, en los más elevados niveles de las Fuerzas Armadas.

Pero tanto abusó del chantaje, favorecido por el inicio de la Guerra Fría, que finalmente el pueblo se convenció de que era un vulgar mentiroso. Tras su fallecimiento se confirmó, tardíamente, de que no había sido otra cosa que un pigmeo político, tan audaz como descarado. Pero legó a la posteridad un calificativo sociológico de gran categoría, el «macartismo». Supo colocarse, quizás por intuición, aunque probablemente por la utilización de una astucia campesina, en el punto ideológico en la que iba a cuajar una mística norteamericana: la defensa del principio de la libertad expresado por los Padres Fundadores contra la eventualidad de que el país cayese avasallado por el comunismo.

Orador mediocre, político de bajo vuelo, McCarthy no tenía imaginación ni inteligencia suficiente, para dar a un movimiento de opinión tan vasto, como lo fue el «macartismo» en la época de su esplendor inquisitorial. Los enormes recursos policiales y económicos de que disponía, como presidente de la poderosa Comisión Investigadora del Senado, no le hubiesen permitido alcanzar la notoriedad nacional que alcanzó, mediante su campaña anticomunista, de no haber existido, por lo menos inicialmente, una predisposición de la ciudadanía norteamericana en favor de una cruzada cuyo apóstol fortuito fue McCarthy.

En la comisión Investigadora del Senado no estaba solo, ya que precisaba en todas las cuestiones de importancia, del voto senatorial. Luego de su muerte, adquirió relevancia la pregunta relativa a cuál fué el misterio sociológico que favoreció la cruzada «macartista» con sus terribles secuencias psicológicas. ¿El macartismo, bajo otro nombre, habría sido inevitable en los Estados Unidos aunque McCarthy no hubiese existido? El «macartismo» se inició en los Estados Unidos, el año 1950, en las circunstancias de que recién se descubrían tres realidades incontrovertibles: que el nonopolio norteamericano de la bomba atómica había cesado; que en la etapa anterior, ese monopolio no había servido efectivamente para la contención del comunismo, y que la estrategia rusa de infiltración no respondía a las normas militares clásicas, sino que obedecía a estrategias psicológicas más sutiles, para cuyas respuestas los Estados Unidos no estaban preparados. Precisamente, en junio del 1950 se inició el conflicto de Corea, que luego de dos años, culminó con una solución nada favorable a Washington.

Coincidió esa confrontación con la primera intervención espectacular del Senador McCarthy, con un célebre discurso cuyo argumento central testificaba que la Cancillería norteamericana estaba minada por una infiltración comunista, y que los Estados Unidos irían a una bancarrota internacional, por ignorar hasta qué punto el comunismo se había instalado en todos los resortes de la vida nacional. Se tenía como prueba testimonial el fracaso del ya físicamente disminuido Presidente Roosevelt en la Conferencia de Yalta.

Fue en esas circunstancias cuando el senador McCarthy enarboló la bandera del pánico interior, ante el descubrimiento de que la estructura de la paz, tutelada por los Estados Unidos, quedaba proclive a caer hecha pedazos.

Precisa puntualizar, que el «macartismo» como doctrina tendía a imponerle al pueblo norteamericano un sistema de prácticas policiales y de fiscalización política que constituían la esencia del comunismo: el miedo como recurso de autodefensa nacional. Un paralelo lamentable entre el miedo ruso y norteamericano. Fue la época de la caza de brujas, en la que se ventilaron los muy discutidos casos de los esposos norteamericanos Ethel y Julius Rosemberg, ambos de origen judío, condenados a la silla eléctrica bajo la suposición, de que habían revelado secretos atómicos a Rusia. Consecuente con esto el Presidente Truman instituyó un programa sobre la lealtad de los empleados federales ante el cual los empleados que eran impugnados por su filiación presente o pretérita tenían pocas oportunidades de defenderse. En esta actividad el luego Presidente Ronald Reagan tuvo un discutido protagonismo, como presidente de la Comisión Investigadora, de la conducta de los actores y actrices norteamericanos.

Por su origen humildísimo, el senador McCarthy era un resentido social, y su gran error consistió en no haber estructurado una campaña de fiscalización, y no haber comprendido que su campaña, con sus métodos policiales, era contradictoria con el sentido de la libertad implícita en la formación de la sociedad norteamericana. Consecuentemente, atemperada la etapa del pánico, MacCarthy perdió la presidencia de la comisión investigadora. Eliminado en esa posición, quedó en el aire. E inclusive, el Presidente Eisenhower le eliminó de la lista de los invitados a la Casa Blanca, en represalia por las imputaciones que le había formulado a las Fuerzas Armadas durante el período del chantaje atemorizador de la sociedad.

En su ignorancia cultural, McCarthy desconocía que un señor llamado Miguel de Unamuno había sentenciado que entre los pecados capitales no figura el resentimiento, pero que este es el más grave de todos, «más grave aun que la ira, y más que la soberbia».

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