El macartismo

El macartismo

CHIQUI VICIOSO
Se han escrito muchos libros y ensayos sobre el Macartismo, como el período político mas negro (yo diría que mas blanco) en la historia de los Estados Unidos. Tiempo en que el miedo al cambio, a los desafíos, o a la libertad, produjo toda suerte de ignominias contra la clase pensante, artística y liberal de Norteamérica. Miedo a la libertad, minuciosamente demostrado por el gran sociólogo alemán Eric Fromm, estudioso del surgimiento del fascismo en Alemania y de la tesis de los llamados “espacios vitales” que condujo al exterminio de los judíos. Tesis hoy introducida como novedad en el pensamiento de algunos de nuestros militares más connotados.

¿A que viene todo esto? A la paranoia que observo (¿KuKluxclanes criollos?), frente a un hecho incontestable:  la existencia de Haití como nuestro inevitable vecino y la inmigración haitiana.

La República Dominicana tiene, frente a los curiosos ojos de la humanidad, la peculiaridad de haberse independizado no de España, sino de Haití. Haití, a su vez, es otro país sujeto de escrutinio por haber tenido la primera revolución negra del Nuevo Mundo y haber derrotado a los ejércitos  Napoleónicos.  Eso, para naciones racistas como las europeas de entonces, era inconcebible y algo tiene que ver con demostrarle al mundo antes ¿y ahora? que los negros que osaron libertarse eran incapaces de construir una civilización medianamente democrática. Aunque Eric Fromm analiza el carácter timorato de las clases medias y como estas, enfrentadas con la posibilidad de lo nuevo, o el cambio, tienden a volverse reaccionarias y racistas, y a optar por opciones de derecha o ultraderecha, no profundiza sobre la estructura psicológica particular de los y las Macartis, de los cuales Richard Nixon (abogado que utilizaría su experiencia como acusador durante el Macartismo para catapultarse a la Presidencia) es el ejemplo de mas triste recordación.

¿Qué provoca que una persona arriesgue su credibilidad, trayectoria o reputación con especulaciones o acusaciones , abiertas o veladas, contra individuos o instituciones que cree adversan su manera de pensar?

La necesidad de significancia intelectual, social, económica , política o literaria. La compulsión de obligar al otro, u otra, a reconocer que existe, y si no a reconocerle, por lo menos a temerle o tomarle en cuenta. En literatura eso se llama terrorismo literario. En política se llamo Trujillismo y hoy se perfila como “nacionalismo unilateral” o de ultraderecha.

Normalmente, no son los seres plenos quienes se ocupan de estas cosas, sino aquellos ávidos de significancia, control y poder, algo que viene investigando para  una novela una brillante escritora dominicana.

Con dos millones de dominicanos y dominicanas en el exterior, la mayoría pobre, negra, mulata y mal educada, Haití es para nosotros un desafío..

¿Cuál desafío?

Crear un modelo de convivencia que podamos enarbolar cuando reclamemos los derechos de nuestra gente como emigrantes legales o ilegales; cuando le peguen fuego a otras Lucrecias.

¿Qué las haitianas vienen a parir aquí? Nosotras siempre lo hemos hecho en otros países. ¿Qué ocupan nuestras escuelas y hospitales?  Son las mismas argumentaciones que se utilizan contra nuestros emigrantes en los Estados Unidos, las mismas argumentaciones de Estados Unidos para construir el muro contra los mexicanos y mexicanas; y rechazar a la amnistía a los “ilegales”, entre ellos nuestra gente. ¿Qué vienen enfermos y llenos de violencia? Reflexionemos sobre nuestros estereotipos contra los deportados, a quienes aplicamos los mismos prejuicios.

Ponernos en lugar de los emigrantes, sean legales o “ilegales”  no es “traicionar al gobierno dominicano”, practicar un “Marxismo trasnochado”, “infiltrar los campos aliados”, o enarbolar el “Cristianismo socialista”. Eso es ser justo. Y es creer que tenemos la capacidad de resolver inteligentemente (no con antorchas, masacres, o arbitrariedades) y -de motus propio- el problema haitiano en nuestro país. Y cuando digo tenemos la capacidad , me refiero al Estado Dominicano y sus instituciones, a los constructores, los agroempresarios, las Fuerzas Armadas, ONG’s locales e internacionales, Iglesias y sociedad civil, entre otros.

 Lo demás es una forma de Macartismo que ya no asusta a nadie (Trujillo esta felizmente muerto y enterrado), y apenas nos provoca interrogantes sobre personas que hemos considerado dignas de respeto, y se dejan manipular, o arrastrar (a prueba de lo contrario) por histéricas y viscerales elementaridades. 

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