El Mago Noel

El Mago Noel

A mi antepasado general Mon Natera, jefe guerrillero, asesinado en una gallera en tierras orientales.

La historia del Mago Noel la contó el viejo Pedro Flores una prima noche sin estrellas. El mundo estaba mojado y mi padre le dijo a Pedro Flores que la cosa no andaba bien por los predios de Ceiba 12, donde tenía unos platanales.

“No cuente con eso, compadre Vásquez, mañana usted no tiene na` en la finca, porque va caé el diluvio de Noé”, dijo viejo Flores.

Julio Calzada, el hombre de Cruz Verde, que venía del corral de los bueyes de Cojobal, y pasaba la lluvia en la casa grande de mi campo, hizo la señal de la Santa Cruz.

Y así comenzó Pedro Flores su historia en esa lejana noche tenebrosa de mi niñez, cuando imaginé que el mundo se iba a cubrir de agua:

¿Conoció usted, compadre Vásquez, al Mago Noel, que no era el Noé del diluvio? Yo lo recuerdo, porque era un hombre que vestía de negro, con un sombrero de puya, y una cruz como corbata.

Dicen que era brujo el condenao, que era galipote, que tenía un bacá y que no le entraban las balas, pero un día se fue de parranda a San Juan de Buena Vista y allí terminó su leyenda.

Se dice que un gallero de la región tenía un gallo que era una maravilla, con cuarenta peleas, y que ningún rival nunca pudo picarlo.

Se ufanaba de la calidad de su animal, pero entonces tenía que venir el Mago Noel, un aventurero de ojos azules, piel acanelada y una nariz que parecía traída de la corte del hombre aquel. !Díos, María Purísima!

Compró el Mago Noel un gallo viejo con las plumas negras y ojos dormilones. Era una mona(*) el animal. Lo mimó como si fuera un niño, hasta que lo puso en forma y se paseó con él en todo el pueblo regando el rumor de que el Domingo de Ramos lo entablaría con el pinto del superintendente Manuel de León.

Al enterarse de la fanfarronería del recién llegado, el jefe preguntó que de quién se trataba y le dijeron que era un famoso mago conocido por sus triquiñuelas y a quien no se le podía tener confianza.

En San Juan de Buena Vista la gente lo recuerda en aquel día remoto tomando tragos en la cantina del Alemán, todo vestido de negro, con su sombrero de puya, vociferando que le quedaban horas al gallito ese de Don Manuel, mientras le acariciaba la cola a su ave.

Se hicieron apuestas en pro y en contra porque se corrió la fama del desafío, y entonces el jefe Manuel debió aceptar para no ver en mantas de dudas su fama de buen competidor. Llegó el domingo, el Mago Noel estaba en una esquina y el superintendente en la otra.

“Horita será sopa su gallo, mi jefe”, dijo la extraña figura, con sus ojos de gato barcino, mientras hacía una cruz con su dedo en la espuela del gallo”.

El jefe Manuel y sus adulones rieron, entonces aumentaron las apuestas. La pelea duró un minuto, la confusión nubló el juicio de los presentes.

El gallero veía con espanto caer su animal atravesado por un espuelazo de ojo a ojo mientras el mago reía en la esquina burlonamente.

!Y eso si es verdad que duele, carajo!

Nadie supo cómo, pero el tiro sonó, el mago iba cayendo lentamente hasta que quedó solo en la gallera, nadando en su propia sangre. “Legítima defensa”, dirigía el sumario, redactado por el teniente de puesto.

Cuando ya sólo quedaba una tímida llovizna, Don Pedro Flores, satisfecho de su historia, acotejó su sombrero Panamá y pidió disculpas para retirarse, dejando en mi mundo infantil un océano de curiosidad.

Y después Julio Calzada le dijo a mi padre: “Dispense don Vázquez, pero yo creo que esa historia de Flores era un embuste”. Papá se quedó callado, y yo nunca supe si fue verdad lo del Mago Noel.

*Una mona: un gallo que se usa para traquear con un gallo de pelea.

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