El mal disfrazado de bien

El mal disfrazado de bien

La refrescante genialidad de Eduardo Hughes Galeano cuenta algunos casos en que el mal copia al bien y trata de aparentar lo que no es. Cuenta que, en una capilla de Padova, El Giotto había pintado un fresco en que mostraba los tormentos que los diablos, supuestamente, infligían a los pecadores en el infierno. De solo mirarlo aquello provocaba espanto y miedo. Sin embargo, por aquellos tiempos, la misma pintura representaba un muestrario de las herramientas que la Inquisición utilizaba para imponer, a las malas, la fe católica. Parecía aquello que lo que Satanás hacía en el infierno era, apenas, imitar lo que hacían los representantes del Dios católico en la tierra.

Algo semejante ocurre ahora cuando los gobiernos de los países industrializados se empeñan en tecnificar hasta el extremo las perversidades de las que falsamente acusaban al “comunismo ateo y disociador” durante los tiempos de la Guerra Fría. Dos de las novelas de Eric Arthur Blair, alias George Orwell, constituyeron grandes banderas de la campaña anticomunista contra el “totalitarismo” soviético”. “Rebelión en la granja” y “1984” fortalecieron la propaganda de la perversa época del macartismo. Sobre todo “1984”, que contaba sobre un Estado opresor en que el “Big Brother” que gobernaba, todo lo escuchaba, todo lo veía y todo lo sabía. Triste ironía para esos personajes de haber vivido estos tiempos en que el verdadero enemigo de los pueblos no es aquel a quien representaban en los libros y en los frescos de Padova, sino a la Iglesia católica y al sistema capitalista, a quien cada uno fanáticamente defendía aquello en lo que creían.

¿Qué otra cosa podría decirse que no fuera que el mal se disfraza de bien cuando se evidencia que los sistemas, público y privado, de Estados Unidos mantienen un sistema secreto de espionaje capaz de capturar y grabar, diariamente, casi dos millones de millones de correos, llamadas telefónicas y cualquier tipo de transmisión digital? Las enormes capacidades de memoria para el almacenamiento de los datos superan todas las cifras que pudiéramos imaginar. Son tantos los informes acumulados que ningún idioma tiene capacidad para representarlo. Las academias de las lenguas por todo el mundo se rompen las cabezas inventando palabras para identificar y cuantificar el producto de la vigilancia secreta de los países industrializados. Como el Macondo de la obra de Gabriel García Márquez, “el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y, para mencionarlas, había que señalarlas con el dedo”. Así sucede con el innombrable sistema de espionaje estadounidense, el cual funciona detrás y por debajo de una guarida de secretos impenetrables.

Como sabiamente dice Galeano, “el miedo es la materia prima de las prósperas industrias de la seguridad privada y del control social”. Y esa condición de escucharlo todo y saberlo todo aterroriza a un mundo que ha perdido su privacidad más íntima. Algunas encuestas publicadas recientemente en Estados Unidos muestran cómo se han erosionado las libertades públicas de los ciudadanos, gracias a las actividades de un gobierno que ha sido privatizado en toda su extensión. Más ahora que siempre, cuando “el mercado de la guerra se recupera y ofrece promisorias perspectivas de carnicerías” humanas en muchos lugares del mundo.

¿Cómo podría calificarse la vulgar osadía del Ministerio de Justicia de Estados Unidos al ser descubierto cuando, durante dos meses, grabó en secreto las conversaciones telefónicas de la agencia de noticias Associated Press. Llegó al colmo del abuso ya que AP es una empresa de las más conservadoras de ese país, la cual siempre ha respaldado cuanta aventura han realizado los gobiernos estadounidenses. ¿Buscaban las fuentes de información de un centenar de periodistas que allí trabaja y a quienes la ley protege en su confidencialidad?

La industria del espionaje ha llegado al descaro extremo de entorpecer el uso de los teléfonos Blackberry, y hasta prohibirlos en algunos países, porque ciertas comunicaciones que pueden hacerse con estos equipos no son pasibles de ser intervenidos por los servicios de inteligencia estadounidenses. La vigilancia masiva es símbolo y evidencia de la cultura política de las tiranías y, como tal, cada día la supuesta democracia estadounidense se inclina más hacia las violaciones de las leyes y su Constitución.

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