El mal precedente no debe seguirse

El mal precedente no debe seguirse

Jottin Cury hijo
Es universal el concepto de que los hijos son los continuadores de sus padres. Aquí el término continuadores no se limita a la vocación legal de suceder a sus progenitores en la posesión y disfrute de los bienes relictos, o para ser más comprensible, del acervo patrimonial.

Cuando escribo que ellos  se inclinan a seguir  sus pasos, a tomarlos como paradigmas en el devenir de su existencia, me estoy refiriendo a esa inclinación genética de imitarlos desde que adquieren uso de razón. Impulsados por una afectividad instintiva, los padres amorosos se esmeran en observar, frente a ellos, una vida más o menos pura, predicándoles  y practicando con ejemplos los valores de la integridad y la moralidad en el comportamiento social.

Pero yerran los padres que sin poder exhibir una conducta limpia, incurren en la cobardía de educarlos ocultando sus torpezas pasadas, o cuando menos, tratando ante ellos de legitimar con especiosos razonamientos sus desviaciones objetables de ayer. Una educación de esa índole, en la que prima la enfermiza y persistente ambición del lucro fácil, termina por colocar al retoño al borde de esa pendiente de ilicitudes que desembocan en la cárcel. El daño es odioso y permanente, porque en países como el nuestro, aunque la impunidad judicial es todavía norma repugnante, no así lo es el estigma social que marca para siempre al prevaricador, aun escondido en testaferros.

Solón, sabio legislador ateniense, cuando despuntaba en la vida pública, observó juiciosamente que la riqueza es buena, pero a condición de que no sea sucia; y dejó para la posteridad estos versos inspirados: «Riquezas deseo tener, pero de forma injusta conseguirla no quiero; luego indefectiblemente llega la justicia». Se me podría objetar que los padres, cuando los hijos son mayores, no tienen necesariamente que cargar con la culpa imputable a éstos últimos, pero la objeción pierde fuerza si el descendiente, apegado al gestor biológico, repite sus lecciones aprendidas a través de hechos y palabras.

Imbuido del saludable principio de que la riqueza tiene y debe ser lícita, Solón abandonó el poder con la conciencia limpia, provisto de un modesto patrimonio que el pueblo ateniense apreció, dignificándolo e inmortalizando su nombre. Tan limpio era su proceder, que no tuvo reparos en expresarle a Creso que la enorme fortuna material que exhibía no era signo de bienestar, ya que  la felicidad del hombre se computa cuando rinde cuenta de sus actos al término de su ciclo vital.

El padre indiciado por el rastro de un pasado reprochable puede atenuar su mácula en provecho de su prole y de sí mismo, pero si en vez de desteñir la mancha se empecina en acentuarla con ominosos silencios o malsanos consejos, habrá que marbetarlo como padre indigno. Y si  se sospecha que el error del hijo es una réplica voluntaria del de su antecesor, no se equivoca quien lo estigmatiza como cobarde por faltarle el valor de huir del mal ejemplo paterno. Un hijo así, que por temor o inclinación penetra en la zona del crimen, está condenado al desprecio público. Francisco de Quevedo sentenció que «el valiente tiene miedo del contrario, pero el cobarde tiene miedo de su propio temor».

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