El malecón arrabalizado

El malecón arrabalizado

Se podría decir que ya los capitaleños no disfrutamos del atractivo malecón. Hasta hace pocos años era el sitio de esparcimiento de la colectividad de todos los niveles sociales. Todos acudíamos con frecuencia a disfrutar de las noches con la brisa marina y del rumor de las olas.
La incuria, el descuido, la inseguridad, la falta de mantenimiento junto con la falta de autoridad nos estremece cuando uno se ve arropado por el pesado tránsito por la avenida George Washington. Estos van vomitando sus gases contaminantes y los ocupantes de los centenares de autos sufren de esos gases en que se ven atrapados en largos tapones con un avance lento.
Son muchos los factores que atacan la fisonomía de lo que era el principal atractivo de la ciudad. El Malecón, antes de convertirse en una vía muy importante para el desahogo del tránsito en su movimiento este-oeste y hasta el sur-norte por la Máximo Gómez, era apenas una avenida de paseo cuando se prolongó desde el paseo presidente Billini. Hacia el Malecón converge todo el país. Y más ahora cuando, pese a tantas vías de flujo rápido, las autoridades no han podido quitarle el volumen del tránsito a la avenida.
Han pasado muchos años, desde que el ingeniero Moncito Báez trazó la trocha de la prolongación del Malecón, desde la avenida Máximo Gómez hasta la avenida Fabre Geffrard, que era como se llamaba la actual avenida Abraham Lincoln en los años 40, en honor a un presidente haitiano que ayudó a los dominicanos en su guerra restauradora.
Con los actos de 1955 se construyó la autopista, que ahora es la 30 de Mayo, hasta empalmar con la carretera Sánchez para convertir el Malecón en una atractiva avenida para todos los dominicanos. Podíamos disfrutarla plenamente mientras la ciudad se expandía hacia el oeste hasta el río Haina.
Por muchos años, la avenida George Washington y la autopista 30 de Mayo era un desahogo para la vista y el pensamiento con sus amplias aceras, bancos de hormigón, las matas de palmas y de almendras que hacen de nuestro litoral marítimo algo de inusual belleza. Ahora está en decadencia por el increíble descuido de las autoridades municipales. Estas han dejado languidecer al malecón y el conjunto de obras complementarias auxiliares.
La gran inversión que ha realizado el gobierno, desde la avenida Abraham Lincoln hasta la avenida Luperón, junto con la casi docena de atracaderos especiales para los pescadores, se diluye cuando las hermosas luminarias, supuestamente, fueron removidas por las autoridades municipales para que no se las robaran.
La oscuridad campea a todo lo largo del malecón. La percepción de la gente es que si uno se aventura por sus aceras será asaltado, lo cual ocurre en más de un 50%. Nadie se atreve ya a acercarse a la prima noche al malecón, y menos en el tramo oeste desde la Feria hasta la Luperón.
El mal estado de la superficie de rodadura de la avenida ya está ocasionando perjuicios al tránsito vehicular. A veces, para evitar un hoyo, se roza a otro vehículo que circula por el otro carril provocando accidentes perturbadores.
Las autoridades han jugado desde hace años, o sea desde 1962, con el populismo y el miedo a los sindicalistas del transporte. No hay valor para enfrentarlos erradicando de una vez por todas el tránsito pesado por el Malecón. Y eso que existe un primer tramo de la avenida de Circunvalación norte que agiliza el tránsito desde el puerto de Haina hasta la autopista Duarte. Ahora el malecón es más complicado con el consentimiento para que las patanas con remolque, que como enormes monstruos con ruedas, amedrentan a los conductores en vehículos pequeños.
Parece que no existe una voluntad política para rescatar al malecón de su desintegración. Las autoridades no se atreven a poner orden en un sector que se nutre del populismo llevando el desorden a la vía. Vemos cómo el malecón no tiene dolientes y pocas cosas agradables perduran como es la plaza de Juan Barón, custodiada por el obelisco macho y el hembra de tanto significado para la dictadura. Y el dictador se remueve en su tumba al ver cómo su obra preferida para pasear de noche, está en acelerada decadencia. Y Montesinos sigue clamando en el desierto en su proceso de deterioro.

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