El Malecón sigue sucio

El Malecón sigue sucio

Las familias que acudieron ayer al Malecón Libre se encontraron conque la basura continúa amontonada en todas las playas, calas y arrecifes a todo lo largo de la avenida George Washington. Uno de los puntos en que el descuido se hace más evidente es en la zona de Güibia, donde se cierra la vía para dar paso al Malecón Libre.

En la misma fuente Cibernética, que fuera conbstruida durante la sindicatura de Rafael Suverbí Bonilla, se hace evidente que el abandono está a la orden del día: en sus aguas, sucias, flota la misma basura de hace dos días.

Al recorrer la plazoleta de Güibia, en la que habían unos cuantos vasos plásticos tirados por el suelo, llamaba la atención que poco después de las doce del mediodía todavía el Ayuntamiento del Distrito Nacional (ADN) no había recogido las fundas negras llenas de basura colocadas en los rincones.

Al acercarse al mirador de la plazoleta, se pudo ver que allí todavía había vasos, platos y cubiertos desechables. Más abajo, en la playa, están las fundas de basura del Club de Profesores de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, los vidrios de las botellas que alguien rompió y las cenizas de alguna basura que fue quemada.

Sobre la arena de Güibia, que se adivina más de lo que se ve, había un montón de chancletas y envases plásticos que se mezclaban con toda clase de basura que llega desde el mar.

Más adelante, en la Plaza Juan Barón, permanecían los montones de basura que se acumulan en las piedras del rompeolas. En los arrecifes, por supuesto, sucede lo mismo.

Justo antes de llegar al Fuerte de San Gil, se pudo ver que las letrinas siguen en pie. La de madera, más discreta, se descubre después de acercarse al negocio de «Elvis Chacabana». La segunda, un poco más abajo, asombra por sus paredes de zinc verde.

Caminando un poco más, en dirección hacia la Avenida del Puerto, se llega a otro de las vertederos improvisados en el malecón: más galones, más botellas, más desperdicios de todo tipo cubren la arena. Algunos niños, ajenos a los riesgos que supone jugar cerca de la basura, andaban por ahí como si nada.

Sobre las rocas, un poco oculto por un árbol, un señor mayor mira al transeúnte con desdén. Está sucio, encorvado y no responde cuando se le habla. Tiene dos días en el mismo lugar, con gesto de tener algún tipo de dolor, pero no habla ni permite que se le acerquen demasiado.

Alejándose un poco más, se comprueba que la plazoleta de Fray Antón de Montesinos sigue tan sucia como antes: mientras las escaleras que dan acceso a la estatua están rotas, en los pasillos pueden verse periódicos viejos, trapos y heces fecales.

En la playa que está cerca, colindando con el muelle de la Autoridad Portuaria, se repite la escena que se ve en todas las demás: el cúmulo de basura es total. El Malecón, al parecer, para eso es que sirve.

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