En el arte contemporáneo la obra plástica no habla: habla el autor, que ha pasado a desplazar el espacio de la obra, contrario al arte clásico. Por lo tanto, ya no hay artistas sino “embaucadores” -como dice Vargas Llosa. La creación de la obra de arte se ha reducido a un puro ejercicio de manipulación mental, narcisista y egoísta, que aleja al espectador de la obra, y lo reemplaza por un principio estético dogmático, que se fundamenta en que el público no tiene que comprender los sentidos de la obra porque su mensaje es intrínseco, no extrínseco. De ahí que la obra se haga cada vez más excluyente, y el autor, un ente autónomo. La abstracción se ha transformado en una trampa, pues ha validado la artesanía como pretexto técnico, y la composición artística ha sido liquidada, en aras del concepto del cuadro o del objeto artístico. No cuentan, en efecto, los códigos compositivos sino el título y la idea de obra.
Cuando Marcel Duchamps inventó el ready made, con la instalación “La rueda de bicicleta”, estaba entronizando en la sensibilidad artística la ironía, y eso no se entendió, sino que se usó como recurso para darle estatuto estético a un objeto de arte, que tiene “valor de uso”, pero no “valor de cambio”, y que fue la poética dadaísta que quiso instaurar. Hoy Duchamps es el demonio de las artes visuales, pues no se comprendió que quiso mostrar que la obra de arte no debía comercializarse. En eso consistió su propuesta artística, y la de los dadaístas, quienes destruían las obras después de las exposiciones públicas. El camino de la figuración a la abstracción ha devenido en un falso arte, ya que se ha perdido el rigor conceptual, el empleo de la inteligencia, y refrenado el vuelo de la imaginación visual. Las ocurrencias se han convertido en el fin, no en el medio. De ahí que se haya “cualquierizado” el valor del arte, y por tanto, todo se ha vuelto válido y digno de valor museográfico. La culpa la tiene, por tanto, la “rueda de bicicleta”, ya que hizo regresar el arte a la irracionalidad, al pensamiento que se desentiende de la realidad visual concreta. La raíz de este mal reside en que el azar se tragó al cálculo, cuando debe haber un equilibrio entre ambos. Si el dadaísmo fue efímero se debe a este error conceptual, que el surrealismo logró dosificar y hacer más consciente. El uso del “objeto encontrado” -como recurso del azar dadaísta-, fue un procedimiento técnico parido por la magia, no por la razón estética. Los dadaístas, en efecto, crearon una forma artística basada en las creencias y las fantasías puras, no en las ideas.
El protagonismo del arte contemporáneo lo ejercen hoy los artistas, no las obras en sí mismas. Ahí descansa el malestar del arte actual. Se tiene la creencia de que todo lo que produce el artista es arte, no importan los medios usados ni los fines. La concepción del arte ha dado un giro simbólico, que ha llevado al arte a un callejón sin salida, a la banalización de su esencia y destino. La intencionalidad de la obra de arte de hoy no busca satisfacer al público sino al mercado -o a los patrocinadores-, y se ha dejado la valoración de la calidad artística a los curadores y críticos, antes que a los espectadores, no tanto a los creadores, quienes acusan de ignorantes a los que no comprenden el sentido del significante visual. Se crea así una tradición artística, que no representa ruptura consciente, sino un arte autoritario, tajante, que desconoce la reacción del espectador, el cual, para ser descalificado, opta por la indiferencia, no así por la comprensión placentera individual.
Uno de los signos del arte contemporáneo reside en el desplazamiento de la pintura por parte de la fotografía, lo cual hace que se confunda con la publicidad. Arte y publicidad representan, en efecto, un intercambio simbólico de copia y originalidad. El Pop Art hizo de la iconografía publicitaria su dios, desde el punto de vista de sus temas, motivos e imágenes. Vivimos el reino de la cultura de la copia y del reciclaje, en la “época de la reproducción técnica del arte” -como lo sentenció magistralmente Walter Benjamin. Quien dice arte contemporáneo dice publicidad, pues se identifican en sus procedimientos. “Con Marcel Duchamps el arte ya no se entiende en términos de sustancia sino de procedimiento; tampoco depende de una esencia sino de procedimientos que lo definen”, ha dicho Yves Michaud.
Como se ve, con la irrupción del reino del ready made, asistimos al triunfo de la apariencia y del facilismo, o más bien, de la ironía a la tradición, en el que los embaucadores de las artes visuales nos han entrampado. Ni siquiera representa el triunfo de la técnica sino del juego, del medio sobre el fin estético. Esa realidad nos produce la idea de que el arte puede ser hecho por todo el mundo -como pedía Lautréamont para la poesía. De modo pues que la esencia del arte se ha ido vaciando de contenido, en tanto el mundo visual ha sido invadido por la banalidad estética y el arte kitsch, en su afán desacralizador, de novedad y ruptura. Todo el mundo se cree artista: el que canta en karaoke, el que pinta o dibuja con el mouse para hacer computer art, el que escribe novela y poesía sin nunca haber leído ni novelas ni poemas, etc. Así pues, asistimos a la “estetización del mundo” o al triunfo de los artistas sobre el arte. Vivimos en la era del “arte en estado gaseoso”, como dijo Yves Michaud. Es decir, en un momento donde la idea, la frontera y los límites estéticos se han borrado, y, en cambio, miramos un arte que se evapora, que ni siquiera ebulliciona. Salvador Dalí dijo que “el mundo será blando o no será”, cuando pintó “Los relojes blandos”. Con la democratización del arte nace su trivialización: entra, en efecto, a una definición no líquida sino gaseosa.
Para el historiador Eric Hobsbawm, las artes visuales entraron en un proceso de fracaso y ocaso peor que las demás artes, con la excepción de la arquitectura, que “ha sido inmune a los problemas que han asediado a las demás artes visuales”. Vislumbra una muerte de las vanguardias artísticas, a la manera en que fueron concebidas desde el Renacimiento, como consecuencia de sus limitaciones técnicas, en tanto medios expresivos. Según Hobsbawm: “La historia de las vanguardias visuales del siglo XX es la lucha con la obsolescencia tecnológica”. Así, las artes plásticas tienen una competencia con las nuevas tecnologías, como la masificación de la cámara fotográfica y sus diversas manipulaciones procedimentales digitales, que han puesto en crisis el arte fotográfico, hasta el punto de que en las Bienales, la fotografía digital triunfa sobre las demás expresiones plásticas, lo que ha posibilitado que todo el mundo sea fotógrafo, y que desaparezca aun como profesión. ¿Sobrevirará el arte fotográfico? Pienso que sí, pues los aparatos tecnológicos no desplazan el sentimiento, la sensibilidad y la imaginación que se requieren para el encuadre, la elección luminosa, el espacio ideal y el instante de captación.