El malo soy yo

El malo soy yo

Conozco amigos súper inteligentes, pese a que son periodistas, quienes en su momento estuvieron deslumbrados y condecorados por Balaguer, a quien sirvieron en varias importantes funciones públicas. Dudar de su integridad intelectual sería un exceso, pues a mi juicio estuvieron en su momento genuinamente convencidos de que Balaguer era el más grande estadista dominicano.

Si colaboraron con él, seguramente fue por su plena identificación con lo que entendían en su momento como el mejor (o menos malo) interés nacional.

Otro que enseñorea en el parnaso del abigarrado universo de la prensa nacional, contrario al ex balaguerista, hizo fama combatiendo al pequeño gran hombre de Villa Bisonó. Puede decirse, sin que se trate de disminuirlo por ello ni restarle sus merecidos méritos, que fue de los principales anti-balagueristas profesionales; para salvar el pellejo debió expatriarse brevemente. Ido Balaguer tras 1978, volvió a salir al extranjero, pero esta vez como embajador ante una nación suramericana designado por Salvador Jorge Blanco, a quien sí entendía –con todo su derecho- un digno Presidente.

Uno de los balagueristas que refiero, mi amigo del alma a quien de veras quiero como un hermano, volvió a ejercer fugazmente el servicio público en una función palaciega cuando en 1996 ascendió al poder Leonel Fernández, quien contaba poco más de cuarenta años de edad.

Uno de los más vitriólicos críticos del Presidente Fernández –cuya laureada obra literaria me hace respetarle y admirarle pese a disentir de sus opiniones políticas- ocupó relevantes funciones públicas de segundo nivel durante la presidencia del ahora candidato don Hipólito Mejía, sobre cuyas excentricidades políticas y desenfadado desparpajo nunca ha opinado con el entusiasmo con que semanalmente descalifica a Fernández. ¿Hay que suponer que vendió su alma a “Papá”? ¡Claro que no! Es su derecho preferirlo y eso lo defiendo hasta con mi sangre.

Así como estos que cito como muestra, sin lastimar ni pretender herirlos ni con el soplo del aliento, abundan los periodistas, no todos tan inteligentes como ellos, que están haciendo carrera como anti-leonelistas. Algunos hasta abogan porque los periodistas pongamos distancia del poder. Uno les reconoce su derecho. Quizás debieran ellos hacer igual con quienes legítimamente disientan de sus preferencias, pues por más que se desgarren sus vestiduras o digan sus verdades, nunca antes en este país hubo tanta tolerancia con el insulto y la diatriba contra el Jefe del Estado.

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